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Las vidas negras importan
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▲ Fotograma de la película de Shaka King.
E

n una realidad política en la que cada vez más en Estados Unidos hay manifestaciones de ciudadanos negros protestando contra el abuso policiaco, la película Judas y el mesías negro, de Shaka King, no podría ser más pertinente.

Situado en Chicago en 1969, este drama histórico describe el dilema moral de Bill O’Neal (LaKeith Stanfield), un afroestadunidense que es arrestado por robar automóviles haciéndose pasar por un agente de la FBI. Para no pasar una condena larga, un verdadero agente llamado Roy Mitchell (un mefistofélico Jesse Plemons) ofrece a O’Neal una opción a cambio de su libertad: infiltrarse como informante al grupo revolucionario de las Panteras Negras que lidera el carismático Fred Hampton (el británico Daniel Kaluuya).

En su sintético prólogo, la película sitúa bien cuál ha sido el desempeño de las Panteras a lo largo de los años 60 y las principales figuras de su militancia. Hampton, de sólo 21 años, sobresalió en Chicago por la contundencia de sus discursos, pero también por sus esfuerzos para integrar a su causa a otros grupos, puertorriqueños y blancos sudistas inconformes. King hace bien en dedicar mucho pietaje a esos discursos, pronunciados con pasión por un inspirado Kaluuya.

A estas alturas, la figura del informante traidor podría ser un cliché, después de tantos thrillers que han utilizado esa premisa. Sin embargo, el guion del propio King y Will Berson, hace bien en concentrarse en la personalidad conflictuada de O’Neal quien, como ciudadano negro que ha sufrido las injusticias del sistema, no puede permanecer inmune al carisma y las convicciones de Hampton. Al convertirse en el jefe de seguridad de las Panteras Negras, el hombre sufre en el alma su duplicidad. (En el mismo prólogo, King recrea una entrevista televisiva que se le hizo, años después, a O’Neal en la que admite su papel en el asedio de Hampton a manos de la FBI. Un letrero final, después de un extracto de la entrevista con el verdadero O’Neal, nos informa que él se suicidó la noche misma en que se transmitió por PBS. Los Judas no suelen tener la conciencia tranquila).

La pertinencia de la película radica en la descripción de una política de odio racista que han sostenido las instituciones de la ley en Estados Unidos. Encarnada por la grotesca figura del director de la FBI, J Edgar Hoover (un Martin Sheen casi irreconocible por el maquillaje), quien declara que las Panteras son la mayor amenaza a la seguridad interna del país, es patente que dicha política de ver al negro como un peligro para la sociedad blanca ha perdurado hasta nuestros días. (La prensa estadunidense ha dedicado sus encabezados al juicio que se le sigue al ex policía Derek Chauvin, acusado de haber matado a George Floyd por hincarse sobre su cuello cuando lo arrestaba).

Con varias series televisivas en su haber y un largometraje previo, King muestra en Judas y el mesías negro un gran sentido del periodo histórico recreado, así como una intuición comercial para filmarla como si fuera un thriller noir. Y también se las arregla para incluir una tierna historia de amor entre Hampton y la poeta Deborah Johnson (Dominique Fishback), que brindará una especial emotividad a las acciones climáticas.

Estrenada cuando la pandemia aleja a las multitudes de los cines, esta es una película por la que bien vale usar un cubrebocas y mantener la sana distancia dentro de las salas.

Judas y el mesías negro (Judas and the Black Messiah)

D: Shaka King/ G: Will Berson y Shaka King, basado en un argumento de Kenny Lucas, Keith Lucas, Will Berson y Shaka King/ F. en C: Sean Bobbitt/ M: Craig Harris, Mark Isham/ Ed: Kristan Sprague/ Con: Daniel Kaluuya, LaKeith Stanfield, Jesse Plemons, Dominique Fishback, Martin Sheen/ P: Bron Studios, Bron Creative, Macro, Participant, Proximity. EU, 2020.

Twitter: @walyder