Opinión
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Carnaval de la muerte
E

l paisaje mexicano se colorea de muerte. Luto y duelo se deslizan en un vivir vertiginoso acicateado por la prisa de la vida cibernética, sin tiempo para la elaboración de las situaciones traumáticas y su secuela posterior, las neurosis traumáticas.

Se agolpan en la memoria las imágenes de muertos y más muertos que confrontan la propia indefensión. Más que realidad parecen crueles ficciones que desbordan el aparato síquico.

Confusión de carnavales en la búsqueda desesperada de vacunas para el Covid. Máscaras de romerías, paseos, largas filas, en una palabra, relajo hasta en el miércoles de ceniza que cubra el dolor que nos embarga.

Danzas macabras alrededor de la muerte que parece continuarse con el cambio climático. Pero, ¿qué es la muerte? ¿Qué sabemos de la muerte?

Emmanuel Levinas, en su libro Dios, la muerte y el tiempo, nos da elementos para reflexionar al respecto: La vida humana no es un ocultar... Un vestir..., es al mismo tiempo un desnudar, porque es relacionarse. La muerte en cambio es la separación irremediable. La muerte es descomposición: es la no respuesta. La muerte de alguien no es, a pesar de lo que parezca a primera vista, una factualidad empírica: no se agota en esta aparición. Con énfasis dice más adelante una reflexión que vale la pena retener: El prójimo me caracteriza como individuo por la responsabilidad que tengo sobre él. La muerte del otro no substancial, no simple coherencia con los diversos actos de identificación, sino formada por una responsabilidad inefable.

El morir, morir del otro, afecta mi identidad como yo. Tiene sentido en una ruptura del mismo, su ruptura de mi yo. Con lo cual mi relación con la muerte y la de los otros no es ni únicamente conocimiento de segunda mano, ni experiencia privilegiada de la muerte.

Por tanto, la muerte del otro es parte de mi propia muerte. No importa el color, la raza, la religión. La ideología y el estatus social. El otro que muere es parte mía, algo de él que muere en mí y algo de mí muere con la muerte del otro. Algo de nosotros muere con estas macabras desapariciones cubiertas por los carnavales.

¿No estaremos asistiendo y hecho visible el fin de una forma de vida, la anulación de una serie de creencias, la imposibilidad de mantenerse dentro de cánones que nos daban seguridad y nos cubrían el desamparo original?

Ese deslizarse no de la vida a la muerte, sino en continuo vida-muerte, fuera del mundo, fuera del yo en un tiempo atemporal.

Carnavalera la muerte danza seductora frente a los personajes y dentro de ellos mismos para conducirnos al terreno de lo prohibido. Todo esto ante la descarnada negación que representa la muerte, que decía García Ponce.