Opinión
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A más de 100 años
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lgún día de 1917 salió al mercado el libro 8,000 kilómetros en campaña. Su autor fue Álvaro Obregón, el mismo que soñaba con el poder presidencial, que alcanzaría tres años después, tras dramáticos acontecimientos, incluido el asesinato del segundo presidente revolucionario, Venustiano Carranza, y sólo faltarían 11 más para enfrentar su propia muerte.

Dado el ambiente de un país violentado por siete años de guerra, el libro, al publicarse, fue comentado principalmente desde la óptica bélica. Es una narrativa ejemplarmente escrita con talento político, análisis militar y dotes de cronista sobre la presencia del propio Obregón en la lucha armada desde 1912. Las concepciones de estadista en un país en construcción son sorprendentes. En su segunda edición, 1959, comentan el libro dos personajes, también militares, particularmente cultos: Francisco L. Urquizo y Francisco J. Grajales Godoy.

Gracias a la profundidad y detalle de la narrativa, emerge del libro el talento político de muchos de sus participantes. Muy pocos tenían formación militar, los egresados del Colegio Militar de Chapultepec habían sido desactivados por los Tratados de Teoloyucan. Eran poquísimos los renlistados, Felipe Ángeles fue uno de ellos.

El mismo Obregón no era militar profesional, siendo presidente municipal de Huatabampo, Sonora, se adhirió al movimiento contra Pascual Orozco como teniente coronel. Los caudillos civiles –algunos eran maestros– participaron motivados por una auténtica vocación renovadora, de esfuerzo y justicia social, sin ocultar los pecados propios de una guerra.

La historia de la Revolución los presenta como personajes eminentes. Emergen mexicanos indignados ante los hechos nacionales que acaban con Madero y dan lugar a la segunda revolución, la carrancista. Fueron recios, sobrios, austeros, progresistas, con fortísimo sentido social y no se omite que, como en toda revolución, algunos terminaron siendo devorados por ella misma, como el propio Ángeles.

Para reforzar esta aseveración es útil mencionar a algunos: Francisco J. Múgica, Luis Cabrera, Aarón Sáenz, Pablo González, Benjamín Hill, Antonio I Villareal, Ignacio L. Pesqueira, Salvador Alvarado, Joaquín Amaro, Lucio Blanco, Plutarco Elías Calles, Jacinto B. Treviño. De esta veta surgieron constituyentes de 1917 y los creadores del México actual, el propio Obregón, Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas.

Esta modesta introducción quiere dar lugar a una reflexión sobre dónde estarán los hombres y mujeres que fueran la versión actual de aquellos eminentes mexicanos. Hay personas dignas y respetables, lamentablemente son opacadas en el decir público por la ambición, protagonismo, desvergüenza e ignorancia de los retumbantes. En los procesos electorales estamos por ver un espectáculo obsceno, vergonzoso.

El perfil del político oportunista, carente de ideas y razonamiento lleva en su carácter una cauda de vergüenzas. De alguna manera podría decirse que ser degradante es parte de su capital. Sus estrépitos atraen a la gente poco informada y eso, para ciertos líderes de partido significa pagar facturas o es un peculio importante que significa votos. Se escoge a los candidatos no por su lucidez, sino por su personalidad de histriones, ser cónyuge o hijos de padres notorios.

En casi 10 semanas enfrentaremos un proceso cívico trascendente: la elección de la LXV Legislatura del Congreso de la Unión. Por los efectos políticos heredados de por lo menos tres gobiernos nacionales anteriores, Fox, Calderón y Peña Nieto, el actual será un ejercicio determinante.

Con ese equipamiento humano hemos vivido ya 20 años de confusión que en parte significativa nos viene del mundo exterior y en mucho de la afición por la conducta trivial propia de ciertos futuros legisladores. Repeticiones de Rosario Castellanos, Pablo Gómez o Juan José Rodríguez Prats son pocos.

La próxima legislatura no sólo marcará los siguientes tres años. Su manera de procesar temas que redefinan al país la hacen histórica. Según la calidad política con que apoye o enfrente al Poder Ejecutivo será su registro en la memoria.

Tres mil quinientas diputaciones han integrado siete legislaturas, ¿cuántos de esos diputados han sido recordados por sus contribuciones al debate y a la maduración democrática que condujeran a un México mejor?

Somos inferiores a nuestro pasado. Elena Poniatowska