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Rompan todo: deficiente, impositivo y machista

E

l 20 de octubre de 1972, la policía irrumpe en el foro Luna Park de Buenos Aires, en un concierto de bandas de rock locales; picado por el caos, Billy Bond, cantante de La Pesada del Rock and Roll, grita desde el micrófono: ¡Rompan todo! Inspirado en ese grito, en conexión con el tema Break it All, de The Shakers, banda uruguaya que a pesar de imitar a The Beatles es precursora de las composiciones originales de rock en el Cono Sur, como una pretensión de rebeldía y peligrosidad (en su momento genuinas), es bautizado el documental Rompan todo: la historia del rock en América Latina, subido a la plataforma Netflix en diciembre de 2020 y dirigido por Picky Talarico bajo la batuta del exitoso productor argentino Gustavo Santaolalla.

Es pertinente hablar de este trabajo pues, dado que su exposición masiva es mucha, es preciso alertar a quienes no están familiarizados con los hechos en torno a sus muchas fallas, pero sobre todo acerca de su falsedad al hacerse llamar de forma definitiva La historia, promesa que no cumple y no por no ser exhaustiva. Duele notar que sus faltas no parecen provenir de una incapacidad técnica (en lo narrativo quizá sí), sino de una mañosa decisión de imponer una visón como única y oficial, desde la industria discográfica, además de arrojar una sutil insinuación de la supremacía del país de origen del productor ejecutivo de marras.

El documental podría describirse más como historia de los grupos latinoamericanos que Santaolalla produjo (unos bastante honrosos, por supuesto) o como Historia del rock argentino, su influencia en los demás países y cómo intervino para que el rock ahí existiera: regiones a las que les daremos chance y algunos minutos. A ojo de buen cubero, el tiempo que se dedica, en esta serie de seis episodios de una hora cada uno, al rock argentino, es como de 50 por ciento. El formato no proviene de un hilo histórico de investigación como previa guía, sino de un conjunto de testimoniales algo azarosos. Al no tener una visión externa o periodística, se atiene a la memoria autoensalzadora de sus protagonistas, muchas certeras e indiscutibles, pero en extremo subjetivas, siendo que la naturaleza de un documental como género implica ser objetivo, al menos como aspiración.

En cuanto a su tesis, da tumbos por varias: ¿hablar de los artistas que tuvieron más impacto taquillero o los que por su calidad o peculiaridad artística incidieron como fenómeno? ¿Hablar de cómo los sucesos políticos influyeron en el quehacer musical? ¿Dar prioridad a los que al fusionar elementos tradicionales dieron identidad a un rock hecho en América Latina?

La precisión al dar cuenta de estas interrogantes, salvo leves excepciones, está mejor contada en el apartado argentino y cuando se habla de artistas de otros países, producidos por el ya citado. En ese sentido, es valioso e ilustrativo, si no se sabe mucho sobre el rock de ese país del sur: la relación entre represión y reacción creativa, es clara e interesante (sólo es muy raro el poco énfasis que se hace en el idolatrado Charly García). Pero si bien este modelo busca recrearse respecto de lo que ocurre en México (también lo hacen con Chile, Colombia y Uruguay), el rigor para contarlo es menor. La parte mexicana es más una pedacera de anécdotas mal pegadas (eso sí, con magníficas tomas de archivo). Por ejemplo: sí se cita la prohibición del rock tras Avándaro o que Maldita Vecindad surgió tras el terremoto de 1985, pero la presencia de Salinas de Gortari no es relacionada claramente con lo que le pasa al rock; tampoco se abunda sobre el parteaguas que implicó la aparición del EZLN, salvo menciones superficiales (leer mis textos al respecto de 1998 https://bit.ly/3oubJa8 y 2006 https://bit.ly/3hRHTKd y https://bit.ly/2JXf6Yc). En los hechos, dan más peso a las voces de los productores de sellos discográficos, lo cual asoma sin pudor desde dónde quieren contar la historia: la pretensión de que quieren narrar desde la rebeldía queda en mero cliché simulador. Históricamente, no hilan hechos musicales como fenómenos que deriven en otros, como si surgieran aisladamente. Si bien la mayoría de las intervenciones mexicanas son valiosas (músicos y productores... argentinos), no queda claro por ejemplo que el rock fue satanizado tanto por la derecha como por la izquierda (imperialista), por lo que muchos se volcaron al folclor: de esos trovadores surgieron los rupestres y ellos (sólo citan a Rockdrigo, con el dato erróneo de que murió en Tlatelolco) inspirarían a Botellita de Jerez para hacer algo nacionalista, lo que a su vez inspiraría a Caifanes, Maldita, Café Tacvba, El Gran Silencio. O cuando hablan de la Avanzada Regia: citan grupos pero no hay una descripción mínima de cada uno; de Guadalajara, con gran tradición musical, sólo se habla de Cuca.

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▲ Gustavo Santaolalla el 25 de septiembre de 2018 en la Ciudad de México.Foto Medios y Media

Si bien es imposible ser exhaustivo y no se trataba de nombrar a todos, sorprende la ausencia de hitos definitivos. No se dice por ejemplo que Caifanes fue la primera gran banda masiva de rock mexicano con proyección internacional (la hacen parecer una banda perdida de los 80, mientras a Maná se le pone en mayor lugar por sus ventas, aunque artísticamente sea menor); que el rock urbano, el ska y el hip hop mantienen vivo a este espíritu en la periferia popular; que gracias a Rock 101 volvieron los masivos al ex DF; nombrar al menos a Cecilia Toussaint, Jaime López, La Barranca, Size; decir que Zoé es la banda mexicana más importante de los dosmiles, y así sin fin.

Aunque en general es disfrutable, con producción de calidad, se siente como un reporte viejo, con criterios de los años 90, para quienes el rock sólo es posible bajo ciertos parámetros y para quienes lo hecho en el siglo XXI no existe. El rock está en hibernación, sentencia Santaolalla, y uno se pregunta si no será él quien vive hibernando desde hace 20 años.

La parte más grotesca y ofensiva, es cuando al final parece dar chance a las mujeres con un collage apresurado, después de que casi sólo aparecen Andrea de Aterciopelados, Julieta Venegas, Rita Guerrero y escasas argentinas históricas.

Quizá de lo bueno que tenga es el diálogo que está generando. No es un punto de partida, pues documentales de rock mexicano hay varios (la serie Águila o Rock, o la que hizo MTV Latinoamérica en los 90; El rock no tiene la culpa o En la periferia sobre urbano). Y claro: el gran pendiente sigue siendo el documental del rock de los dosmiles.

Twitter: patipenaloza