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Puntos sobre las íes

Recuerdos / Empresarios (CXLII)

“¿E

se, más que es el gran visir?

–murmuró, indignado, uno que estaba próximo al teniente Varela–. Ese, ni a barman llega.

“El joven teniente comprendió entonces que para el moro la grandeza tenía que hacerse acompañar del lujo.

“Decidí ahí mismo –terminó riéndose el general– que si un día ocupara un puesto importante en Marruecos, ningún soldado me consideraría barman.

“Se habló de toros. Era extraordinariamente interesante la conversación de don Gregorio, quien, además de saber muchísimo, tenía una memoria prodigiosa. Él, como los demás, comentó el asunto incomprensible de la prohibición. Ruy y el alto comisario cambiaron impresiones sobre las posibles represalias de la Dirección General de Seguridad.

“Nada –exclamó el general Varela, y su mirada clara tenía un poco del brillo del acero–. No pasará nada, pues, además, habiendo deseado su alteza verla a pie, tiene la mitad de la responsabilidad.”

***

“Nos equivocamos: la multa fue buena. Mas lo peor no fue la multa; gustosamente la pagué, con tal de actuar a pie. Lo peor resultó que el señor Rodríguez me advirtió que si se volvía a repetir el caso, me expulsaría del país, pues estaba harto ya de atender súplicas en el sentido de que levantara la prohibición.

“–Hasta de El Pardo me han telefoneado –dijo, indignado.

“(Qué suerte, pensé)

“–¿Y por qué no cede usted? –le pregunté.

“–Porque ceder es una dejación de autoridad –me contestó.

“Adivinó, seguramente, mi pensamiento, porque añadió:

“–Lo del general Varela es un problema desagradable; es un conflicto entre las altas autoridades de España y enteramente culpa suya.”

***

“Encontré al alto comisario en la feria de Bilbao. Estaba en barrera.

“–¿Quieres ir a la feria de Melilla? –me preguntó, como siempre, paternal y sonriente.

“En ese momento lo adoré.

“–Claro –contesté, ansiosa.

“–Pues allí estaré para autorizarte otra vez. ¿Tienes miedo?

***

“Por la ventana del hotel de Melilla vi pasar cuatro caballos blancos, tirando un coche donde iba el alto comisario de los ojos azules. El coche se deslizaba precedido por 12 moros, jinetes atrevidos en veloces y blancos corceles, seguido por igual número de brillantes caballistas.

“Pasaron en un momento, envueltos en el encanto de su espectacular aparición, crines al aire, lanzas al sol. Miré todo aquello como de niña soñé mirar un día a Santa Claus pasando en su trineo tirado por ciervos.

“Después de los toros fuimos al palacio. Allí estaban los guardias, como estatuas de bronce fundido en todos los peldaños. Entramos y saludamos a los presentes, entre ellos a Corrochano.

“–¡Preparemos la defensa! –dijo el general, a quien habíamos contado lo ocurrido en Madrid. Aquí no nos hace daño nadie, pues el charco es grande y se ahoga quien quiera atravesarlo. ¿Pero allá? ¡Allá no llegarán noticias! He ordenado la censura de prensa, telegramas y llamadas telefónicas. Don Gregorio, en sus manos queda el arte de escribir sobre lo que ha visto, sin decir dónde lo ha visto.

“Así decía, al día siguiente, la crónica de Corrochano:

“‘Conchita Cintrón HA toreado en Melilla’

“‘Cuando salió Conchita Cintrón a torear en su caballo tordo había en la plaza una inquietud taurina, un deseo de verla, que no se define llamándole entusiasmo. Ella correspondió con la mejor actuación que le vimos. Fue admirable su manera de torear. Decimos torear en vez de rejonear porque todo lo que hizo en el ruedo tenía un sentido torero que no es frecuente en los rejoneadores. Por eso el entusiasmo se hizo clamor. El toro no era bueno, era manso y dudaba, lo que en términos taurinos se llama probón, porque prueba, porque tantea la arrancada. A pesar de esto, Conchita Cintrón no dudó un momento, resolviendo los problemas del toreo en el ruedo, que es donde deben resolverse, no en el hotel. Y es que esta muchachita, que es tímida como una colegiala y resuelta como una mujer, es un gran torero que se ha subido a caballo y se divierte rejoneando, acaso aleccionada por la amistad paternal del gran rejoneador portugués Da Camara.

“‘El día que este torero se baje del caballo, se tendrán que subir al caballo muchos toreros. Quizá por esto es por lo que no se baja. Nosotros la hemos visto alguna vez torear pie a tierra y tiene un concepto tan escolástico y exacto del toreo como lo puede tener el mejor de los toreros.’”

(Continuará) / (AAB)