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Mar de historias

Sólo un cuarto

L

eonor escucha fuertes golpes en la ventana. Apaga la estufa, sale de la cocina y protesta irritada ante la insistencia del llamado, que atribuye al repartidor de la farmacia:

–No toque tan fuerte, me va a romper el vidrio. Se tardó más de una hora en traerme las medicinas y ahora tiene mucha prisa. Si no puede esperar... (Abre la ventana y ve a Nahila, su antigua trabajadora doméstica.) ¡Qué gusto! No creí que fueras tú, sino el muchacho que me trae mis medicinas. Pero entra, no te quedes en la calle.

–Mejor otro día, doña Leo. Ando de carrera.

–¿No fuiste a trabajar?

–Sí, pero de la fábrica a varios nos mandaron a que nos hiciéramos la prueba del Covid. Salí positiva. El doctor me dijo que debo aislarme para que no contagie a mi familia.

–Positiva, ¿pero por qué?

–Un compañero contrajo el virus, no lo sabía y estuvo yendo a trabajar. Como mi remachadora está junto a la suya, seguro él me contagió.

–¿Qué piensas hacer?

–No tengo adónde ir. Por eso vine a verla: necesito que me deje quedarme en el cuarto de servicio mientras salgo de esto.

–Desde luego, pero te advierto que está llenísimo de cosas.

–No le hace cómo esté el cuarto. Yo me acomodo.

–¿Cuándo te vienes para acá?

–Nomás que recoja mi ropa y arregle lo de Eduardito.

II

–Nahila, no sabía que tuvieras un hijo.

–No es mío, es de Manuel, un vecino de mi abuela. Cuando su esposa Raymunda murió fue a la casa para encargarnos al niño por unos días. Ya pasó casi un año y no ha vuelto a recogerlo ni sé dónde andará. Hace rato iba a pedirle a mi hermana que me cuidara al Eduardito mientras estoy apartada, pero ella ni siquiera me contestó el teléfono: sigue furiosa conmigo por lo de Adán, y lo que más me duele es que mi madre le haya dado la razón, y no es justo. Por Dios Santo que nunca busqué a mi cuñado.

Era él quien me perseguía. Una noche quiso meterse a mi pieza. Fue un escándalo tremendo. Para evitarme más problemas dejé la casa y me fui a vivir con mi abuela. Pero así como estoy, ahorita no puedo seguir allí.

–Desde luego que no, pero ella podría atender al niño.

–Imposible. Ya está muy grande, no puede caminar bien y anda mal de sus ojos. Ella es mi otro pendiente: mientras la dejo solita ¿quién la atiende? Ay, doña Leo, perdone que la cargue con mis

Problemas, pero es que no puedo recurrir a nadie más y mucho menos a mi madre, que ni le he dicho que tengo conmigo al niño. Si se lo dijera, quién sabe con qué me saldría.

–¿Y si llevas a Eduardito a algún internado?

–Pero ¿a cuál? Además no tengo tiempo de buscarlo porque así como salí de la prueba no debo andar en la calle ni tampoco volver al trabajo. ¿Se imagina? Ahora ¿cómo voy a mantener la casa?

–No te eches todos los problemas encima al mismo tiempo ni te desesperes.

–Es que no veo la salida.

III

–Oye, Nahila, ¿sabes en dónde viven los familiares de Manuel? Ellos podrían encargarse del niño.

–Mire, Manuel sí tiene familia pero hace tiempo no la trata. Una vez que le pregunté a Raymunda a qué se debía ese distanciamiento ella me dijo que a su marido no le gustaba tener visitas ni amigos.

–Ya me imagino qué clase de hombre será.

–¡Tremendo! A Raymunda la tenía en un puño y le gritaba horrible. Una tarde que la vi con una herida en la frente le aconsejé que denunciara a su marido. Me contestó que no iba a hacerlo por miedo de que él le quitara a su hijo. Pobre mujer: tan joven y se murió de cáncer, dejando al Eduardito de cinco años.

–Lo bueno es que él está con tu abuela y contigo, pero ¿qué será de las criaturas huérfanas que no tienen a nadie que las ayude?

–Andarán por allí solas, con miedo, pasando hambre y frío, corriendo peligro todo el tiempo. Nomás de pensar que algo así pudiera sucederle a Eduardito me dan ganas de llorar.

–¿Lo quieres mucho, verdad?

–Como si fuera mi hijo. Es muy dulce, muy ocurrente. A cada rato lo encuentro platicando con su mejor amigo. ¿Sabe quién es? El Ángel de la Guarda a que le puse encima de su cama. Me da una ternura... No podría separarme de ese niño, no quiero morirme.

–Que hayas dado positivo no quiere decir que estás en peligro de muerte, sobre todo si te cuidas. Conozco a varias personas que se han sobrepuesto a la enfermedad. Tranquilízate.

–Comprenda: estoy desesperada.

–Ya te dije que puedes quedarte en el cuarto. Ahorita te traigo la llave. Apúrate a ir por tus cosas.

–¿Y qué hago con Eduardito?

–Por lo pronto, dejarlo con tu abuela.

–Pero ¿quién va a cuidarlos?

–El mejor amigo de Eduardito: su Ángel de la Guarda. No me mires así, por lo pronto no se me ocurre otra cosa.