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Jair Bolsonaro en su laberinto
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lo largo de sus 32 años como político profesional –cuatro como concejal, y otros largos 28 como diputado nacional– ni por un minuto Jair Bolsonaro demostró vestigios de equilibrio y lucidez.

Desde que asumió la presidencia del país más extenso, poblado y económicamente más poderoso de América Latina, esa vertiente de su personalidad no hizo más que acentuarse.

Alcanzó momentos de tensión extrema entre marzo y junio, cuando llegó a participar en manifestaciones callejeras que pedían el cierre del Congreso, del Supremo Tribunal Federal, instancia máxima de justicia en Brasil, y una intervención militar con Bolsonaro.

No hubo quién le parase la mano: los uniformados que lo rodean, la Corte Suprema, el Congreso.

Ha sido la prisión de Fabricio Queiroz, especie de administrador de los intereses de la familia presidencial, en julio pasado, lo que puso freno a sus desvaríos.

Queiroz está directamente involucrado en un esquema de desvíos de dinero público llevado a cabo por el senador Flavio Bolsonaro, primogénito del presidente, y que se extiende por toda la familia.

La pesada sombra de un juicio político en el Congreso, con fuertes posibilidades de destituirlo, llevó a Jair Bolsonaro a bajar el tono de sus diatribas, y luego buscar socorro junto a partidos de derecha que, por encima de cualquier ideología, se especializaron en dejarse comprar.

Con eso, el presidente brasileño pareció entrar en una temporada de menos agresividad, pero siempre de inevitables desatinos.

Frente a un déficit fiscal que roza la marca de 100 por ciento del producto interno bruto, con el aumento exponencial del número de brasileños que integran la franja de la pobreza y de miseria, con la pandemia matando por doquier, pudo dedicarse a temas trascendentales como la urgencia en eliminar barreras para conceder licencia de conductor de jet-sky.

Pero como siempre ocurre cuando un sicópata es contrariado, por esos días una secuencia de contrariedades regresó a Jair Bolsonaro a su estado bruto. Y para reiterar por enésima vez que desconoce límites, en una ráfaga insuperable –al menos hasta que él mismo se supere– el presidente saludó la muerte de un voluntario en la prueba de la vacuna Coronavac, desarrollada por un laboratorio chino en asociación con el Instituto Butatan, de São Paulo. Sin otra base que su capacidad de delirio, Bolsonaro expresó que Coronavac causaba daños colaterales, y acusó al gobernador de São Paulo, el derechista João Dória, su adversario, de tratar de imponer una vacuna mortal.

Al mismo tiempo: el voluntario en cuestión, un farmacéutico de 33 años, se suicidó. Ninguna relación con la vacuna.

Negándose a aceptar la derrota electoral de su ídolo Donald Trump, Bolsonaro aprovechó para mandar un mensaje a Joe Biden. Recordó, sin nombrarlo, que el presidente electo de Estados Unidos amenazó con imponer restricciones económicas a Brasil, en caso de que prosiga la devastación, claramente incentivada por el gobierno, del medio ambiente.

Recurriremos a la diplomacia, pero si con la saliva (en referencia al diálogo) no es suficiente, tenemos pólvora.

Más allá del ridículo y de la irresponsabilidad, la frase pone en relieve el grado de desequilibrio de Jair Bolsonaro.

Las adversidades prosiguieron, ahora alcanzando un punto especialmente sensible para él: las fuerzas armadas.

Dueño de un currículo a lo sumo mediocre como integrante del ejército, de donde fue expulsado, Bolsonaro no pierde oportunidad de realzar sus lazos militares.

De sus 23 ministros, nueve son uniformados, uno de ellos, general, continúa activo. Además, esparció otros 6 mil por todos los rincones del gobierno. En vano.

Luego de oír la increíble secuencia de declaraciones absurdas de los días recientes, el comandante en jefe del ejército, general Edson Pujol, recordó que la corporación no es parte del gobierno, sino del Estado. Y agregó que el ejército no obedece a partidos, que no hace parte de la política y que los militares no quieren la política en los cuarteles.

Las relaciones de Jair Bolsonaro con el vicepresidente Hamilton Mourão, general reformado, están congeladas.

Hoy domingo se eligen alcaldes y concejales en Brasil. Todo indica que los candidatos de Bolsonaro, especialmente en São Paulo. y Río, las dos principales ciudades del país, ni siquiera llegarán a la segunda vuelta.

Aislado en el escenario externo, abrigado casi exclusivamente por la parcela de seguidores incondicionales y fanatizados en el campo interno, Bolsonaro parece cada vez más perdido. Presionado, tenderá a reiterar cada vez más sus brotes delirantes.

Con eso, llevará más y más al país por los vericuetos de un laberinto sin salida, rumbo al fondo de las tinieblas.

Y todo eso frente a la inercia de un Poder Judicial y un Congreso que permanecen impasibles observando cómo se acumulan los crímenes de irresponsabilidad política y administrativa de un presidente desvariado, cada vez más aislado, cada vez más sumergido en el laberinto de su creciente soledad.