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La muestra

Vivir su vida

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▲ Fotograma de Vivir su vida, de Jean Luc Godard
J

ean Luc Godard ha sido siempre un personaje muy controvertido, no sólo desde los inicios de su carrera a finales de los años 50, en su calidad de gran detractor del cine académico de la posguerra y figura central de la llamada nueva ola francesa, sino de modo posiblemente más tenaz en sus facetas de cineasta políticamente comprometido y practicante infatigable de una experimentación radical en el lenguaje fílmico. A tal punto han persistido las polémicas en torno de su obra que inclusive muchos cinéfilos, antiguos admiradores incondicionales, muestran hoy reticencias, cuando no abiertos rechazos, a las creaciones recientes del maestro ya nonagenario. Sin embargo, el punto de encuentro entre esos viejos seguidores de Godard y los detractores nuevos es, sin lugar a duda, el recuerdo y la revisión de algunos títulos emblemáticos en su filmografía temprana: Sin aliento, El desprecio o Pierrot el loco. Pero tal vez el más entrañable de todos, el más logrado y redondo, y el que sin mayor reparo pudiera considerarse una obra maestra es Vivir su vida ( Vivre sa vie, 1962), presente hoy en La Muestra para reavivar los ánimos de cinéfilos veteranos, y sobre todo para el envidiable primer goce de una generación de jóvenes espectadores que tal vez hoy apenas lo descubre.

¿Cuál es el tema de Vivir su vida? Lo apresurado sería decir que se trata de una relaboración novedosa de Naná, un clásico de la literatura naturalista francesa (Zola, 1880), llevado ya a la pantalla por los cineastas Jean Renoir, Dorothy Azner o Christian Jacques, pero en el caso de Godard la vieja historia de la prostituta ocasional, Naná, una mujer que ofrece su cuerpo pero guarda siempre intacta su alma, sirve como pretexto y metáfora conveniente para evocar la naturaleza mercantil de las relaciones humanas. Según el realizador franco-suizo, en nuestras sociedades todo mundo se prostituye de una u otra manera, ya en oficinas, ya en fábricas, o en el hogar patriarcal donde una mujer suele tener al marido como un patrón absoluto. La Naná de Godard, interpretada de modo magistral por Anna Karina, actriz predilecta y esposa del cineasta, es vendedora en Prisunic, un almacén parisino, mantiene una relación sentimental inocua, tiene deudas que no consigue nunca pagar, y elige como solución temporal a sus problemas practicar la prostitución callejera, asesorada por una amiga y explotada por un vividor tan mediocre como el amante que ha abandonado.

Filmada en blanco y negro, con una división literaria en 12 cuadros, impecable fotografia de Raoul Coutard y fondo musical de Michel Legrand, la Naná de Vivir su vida rompe con los clichés de la representación tradicional de la prostituta como víctima de un medio social hostil. Naná/Anna (anagrama lúdico) representa, muy a su modo, el impulso libertario de trascender el cuerpo (materia mercantil) con el fin de descubrir el alma propia (valor no negociable) y a partir de ese hallazgo asumir un tipo de libertad muy vinculado a un sentido de la responsabilidad. En ese aspecto es capital el encuentro fortuito de Naná en un café con el filósofo existencialista Brice Parain, quien se interpreta a sí mismo. En contraste con el tono de documental que a ratos adopta la película, abundan los guiños y los tributos de autor a escritores actrices y directores de otras épocas, como en la espléndida escena en que Naná se identifica en una sala de cine con la Renée Falconetti de La pasión de Juana de Arco (Carl Dreyer, 1928), al tiempo que Godard elige reproducir en ella, y en su peinado, la emblemática imagen de la actriz estadunidense Louise Brooks en La caja de Pandora (G.W. Pabst, 1929). Un acierto total de la Muestra el haber elegido esta cinta sin imperfección ni fisura (según el crítico Jean Douchet) para ponerla al alcance de una nueva generación de cinéfilos.

Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional. 14 y 18 horas.