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Ver día anteriorSábado 14 de noviembre de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El depredador en jefe
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rump continúa su métodica labor para desarmar la imperfecta democracia estadunidense. La inicia con una mentira mayúscula: que Obama no había nacido en ese país. Continúa con otra mentira así de grande: que las elecciones presidenciales de 2020 fueron un fraude.

La carta fuerte. La carta principal de Trump para la relección era el buen comportamiento de la economía. Se podía discutir si la inició realmente Obama, si beneficiaba más a los más ricos, si los empleos creados eran de muy baja calidad, pero para muchos Trump había manejado adecuadamente la economía.

La pandemia. Trump la subestimó desde el inicio y aunque después en alguna entrevista aceptó cínicamente que desde febrero sabía de su gravedad, pero que prefirió no decirlo para evitar el pánico, lo cierto es que subestimando y ninguneando al grupo de expertos que lanzaron la alerta roja se embarcó en uno de los más desastrosos manejos de una crisis sanitaria.

La maldición del Covid-19. La pandemia no sólo se convirtió en la más grave de las crisis sanitarias que ha sufrido la humanidad desde hace un siglo, sino que ha generado, adicionalmente, dos efectos perniciosos. Por un lado, el desplome de la economía mundial y sus devastadores efectos en términos de empleo, pobreza y desigualdad. Por otra parte, ha terminado por dañar, en amplios sectores de las poblaciones, la menguante confianza en las autoridades y las instituciones democráticas.

La campaña demócrata. Enmedio de la pandemia las campañas presidenciales se desenvolvieron en un ámbito inédito. La linea estratégica que escogió a lo largo de toda la campaña Biden fue la de basar sus acciones en las indicaciones técnicas de los expertos. Hizo pocos encuentros públicos, con poca gente dentro de sus automóviles y privilegiando los encuentros remotos con pequeños grupos. Su propósito central fue recuperar los tres estados del medio oeste que Trump arrebató a los demócratas para ganar en 2016.

La campaña republicana. Conforme quedaba claro para Trump que su principal activo, la salud de la economía, se derrumbaba ante los efectos de la pandemia una obsesión lo envolvió. Reabrir la economía, torpedear todas las indicaciones sanitarias que buscaban reducir los contagios y las muertes a costa de afectar la economía. Convirtió el cubrebocas en el símbolo de los enemigos. Cuando milagrosamente él mismo se contagio del virus, se colgó de esa oportunidad para convertirla en la megalodrama de su resurrección, con un propósito, darles confianza a sus seguidores que no corrían riesgo participando en los mitines organizados en las últimas semanas de la campaña.

Los toques maestros de las campañas. Biden y los demócratas sabiendo de las barreras que la pandemia interpondría para que los electores ejerciesen su voto, iniciaron tempranamente la campaña por el voto anticipado. Trump reaccionó con una campaña que minaba la confianza en las elecciones sobre todo en el voto anticipado. Apreciando la magnitud del voto anticipado, Trump instrumentó su estrategia maestra: mover a través de su campaña relámpago el voto masivo para que votaran el día mismo de las elecciones. Ambas estrategias fueron exitosas, de ahí la magnitud de votantes seguramente arriba del 60 por ciento de los ciudadanos con derecho a votar. También los resultados fueron tan estrechos en algunos estados.

El depredador. Trump es el síndrome de una sociedad dividida, sobre todo en apreciaciones culturales con enfásis en los temas raciales y de género, pero las bases sociales de ambos contingentes electorales tienen en común una actitud antielitista y una sensación de que se encaminan por un sendero de decadencia.

Esas bases pueden sustentar una estrategia de asalto final a las instituciones democráticas en 2024. O pueden germinar en el renacimiento de formas de democracia de base, representativas, multiculturales, locales y nacionales, transformando el sistema de partidos.

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Twitter: gusto47