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El pacto federal
L

a Federación Mexicana, Estados Unidos Mexicanos, como oficialmente se denomina nuestro Estado nacional, tiene una fecha de nacimiento precisa: consta en un singular documento político llamado Acta Constitutiva de la Federación Mexicana. A la caída del imperio de Iturbide, el Congreso convocado para elaborar la Constitución política de la flamante nación independiente, tomó esa decisión previa al inicio de los trabajos constitucionales para los que fue investido.

Los representantes de los 19 estados que inicialmente se reunieron, entre los que había varios juristas, levantaron el 31 de enero de 1824 el Acta Constitutiva, que como lo escribió en alguno de sus trabajos el doctor Jorge Carpizo, unió lo que estaba desunido y no se trató de una decisión de gabinete, sino que respondió al peligro real de separación en varias pequeñas repúblicas, como sucedió en Centroamérica, en lo que había sido la Nueva España.

Viendo las cosas a la distancia, tenemos que decir: de la que nos salvamos; el movimiento emancipador de toda Hispanoamérica, la debilidad política y militar de España de entonces, en plena decadencia, no podía impedir que sus hijas del nuevo continente, las repúblicas nacientes, se separaran del antiguo gran imperio español, formado en realidad no por colonias, sino por auténticos reinos, ciertamente gobernados por autoridades enviadas desde la metrópoli, pero con cierta independencia y con un gran sentido de su propia identidad; casos ejemplares, son los de México y Perú. Este nuevo fenómeno de geopolítica, despertó la ambición de otras potencias competidoras de España, en especial de Inglaterra y del nuevo país conocido como Estados Unidos de América.

El Acta Constitutiva de la Federación Mexicana, fue el gran acierto de los bisoños políticos de la época. Le dieron al clavo, como ahora se dice; la decisión de los primeros constituyentes nos salvó de la balcanización.

La pérfida Albión, la ambición desmedida de Estados Unidos y su Doctrina Monroe, no podían admitir, no toleraban, una gran nación unida y fuerte al sur de la entonces imprecisa frontera e hicieron todo lo posible por las buenas y por las malas, para impedir la unión latinoamericana que impulsaban Simón Bolívar desde el sur y algunos mexicanos, entre ellos Lucas Alamán, desde nuestro país; fue un anticipo de lo que ahora llama el papa Francisco, nuestra patria grande, la patria latinoamericana, entonces en posibilidad de constituirse, pero los intereses y la perfidia de unos y la inexperiencia de otros lo impidieron.

México, por esa providencial Acta Constitutiva, se salvó por un tiempo, al menos hasta la separación de Texas en 1836, del desmembramiento de lo que había sido el reino de la Nueva España, que abarcó desde la Alta California, Oregon, Nuevo México por el norte hasta Centroamérica, la capitanía general de Guatemala y los territorios que ahora corresponden a El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica. Un gran territorio lamentablemente muy despoblado en especial hacia el norte.

Comentario aparte, no sé de otro Estado nacional que haya levantado un acta para constituirse, días antes de elaborar su primera Constitución.

Somos, logramos ser, una federación y los intentos centralistas del siglo XIX, incluyendo el fallido imperio de Maximiliano, no fueron duraderos; triunfó el federalismo, conservamos la unidad gracias al reconocimiento de la soberanía de los estados para su régimen interior. Esa es nuestra tradición jurídica y política y por eso asombra que en fechas recientes la tentación de separación haya vuelto ha aparecer, probablemente por ignorancia de la historia, por pasiones y envidias políticas y muy posiblemente, por ambiciones e intereses económicos; diez gobernadores mal aconsejados han deslizado la idea de la desmembración de la Federación, sin calcular consecuencias y sin medir efectos económicos y políticos.

Alguna de las razones que aducen son la falta de recursos y la distribución inequitativa del dinero que se recauda en el país. Empezaron por impugnar el pacto fiscal, pero algunos de ellos mismos y otros mal querientes del gobierno del cambio, dieron un paso más y sin conocer la historia o conociéndola a medias y de oídas, no de estudio y lecturas, aventuraron la propuesta, que luego les asustó, de separarse del pacto federal.

Estoy seguro de que los pueblos que gobiernan, bien o mal, esos gobernadores hubieran sido los primeros opositores de tan descabellada idea. Quizá, alguien les sopló al oído que existen algunas disposiciones del Código Penal Federal, que podían ponerlos en aprietos; está penado por esa ley, realizar actos contra la independencia, la soberanía y, ojo, la integridad de la nación mexicana o bien contribuir al desmantelamiento del territorio nacional. Estaría bien que le dieran un vistazo ellos o sus abogados, al título uno del Código Penal Federal, Delitos Contra la Seguridad Nacional, capítulo uno, Traición a la Patria.