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Ciudad perdida

El comercio ambulante y el Congreso // La IP, incólume // Con la mira puesta en EU

E

n lo que podría considerarse hasta ahora la única iniciativa de trascendencia en los trabajos de más de un par de años del Congreso de la ciudad, esta Cámara local se metió ayer a tratar de solucionar uno de los problemas más graves en esta capital: el comercio en la vía pública.

No es posible negar la existencia de casi la mitad –48.8 por ciento– de la gente con trabajo en la informalidad y su impacto en la economía de la urbe. Frente a la inoperancia de la iniciativa privada, que no produce empleos, pero tampoco permite que el Estado los cree, la calle es la única solución que han encontrado poco menos de 2 millones de personas en edad productiva, hasta antes del estado de emergencia sanitaria.

Los intereses y los problemas que encierra el ejercicio del ambulantaje no se quedan, de ninguna manera en el comercio callejero, sino que traspasan ese ámbito para convertirse también en un problema de seguridad. Fraudes, asaltos, narcomenudeo, violencia de todo tipo y corrupción; eso entraña la sobrevivencia al Estado neoliberal que profundizó las diferencias sociales y aumentó el número de gente que no pudo hallar un empleo que permitiera pagar sus necesidades inmediatas.

Por eso parece muy importante que sea el Congreso de la CDMX el que le entre a un problema que es de todo el país, pero que golpea a la capital de muchas maneras, y para el que muchas veces parece no haber tolerancia.

El Centro Histórico de esta ciudad es uno de los lugares donde es más visible el fenómeno y para el cual la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, ha declarado cero tolerancia, sin que a este pronunciamiento exista del lado de la empresa o el comercio formal el acompañamiento que diera sentido social a la demanda de empleo, que es, a final de cuentas, la raíz de este problema, el hijo mayor, la herencia de ese neoliberalismo que aún no se puede desterrar.

Como nunca, hoy se requiere del análisis de la situación. Por un lado la falta de empleo, por el otro sus consecuencias, pero además la corrupción que se mueve en una muy buena parte por las calles de la ciudad.

Hoy, el proyecto más que ir sobre la ocupación de los espacios susceptibles debería insistir en la creación de trabajos formales; para ello el gobierno podría estudiar la forma de, sin auspiciar mayor burocracia, generar fuentes laborales que permitan una salida al problema del empleo informal.

Y todo esto porque hay una cosa segura: habrá de llegar el momento en que los espacios callejeros ya no alcancen para la venta y también las usen los transeúntes, y si hoy se escenifican guerras por esos espacios, dentro de poco el fragor de esas batallas que ya se escucha en el ámbito político podría ensordecer al gobierno, así es que aguas.

De pasadita

La mejor muestra de la muy poca importancia que se da al voto directo, el que depositan los electores en las urnas, en democracias como la de Estados Unidos, son las elecciones que han robado la atención, por su innegable importancia, de todos los medios de comunicación del mundo.

Lo curioso es que al parecer a nadie le importa esa democracia, sino las consecuencias de su imperfección que pueden dañar muy profundamente, por ejemplo, la economía de países como México.

La de acá no acaba de convertirse en una economía sólida y se mira amenazada y débil frente a cualquiera de los resultados de esa democracia imperfecta a la que ponen el apellido de indirecta, para omitir su perversidad. Por eso más que por morbo, se le observa con miedo.

Ayer, como si no supieran cuáles son las reglas de su democracia, mucha gente salió a las calles a pedir el respeto a su sufragio, pero ¿a cuál voto? El de ellos no cuenta. Viva la democracia.