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No sólo de pan...

De revolución sin miedo

P

erdóneme el lector si retomo los puntos suspensivos de la entrega anterior: puesto que la alimentación es simplemente el derecho a la vida de cada ser que nace, ¿no va siendo tiempo de que se geste la revolución del siglo XXI como una revolución de la alimentación? Un cambio hacia adelante con raíces en el pasado profundo, no un simple movimiento de timón de un capitalismo neoliberal a uno llamado con rostro humano, porque no se trata de cambiar sólo la apariencia, sino la estructura misma de la producción y, por ende, de la economía alimentaria, con iniciativas de producción colectiva cuyos antecedentes tienen profundo raigambre en nuestras comunidades campesinas.

No iniciativas para facilitar la resiliencia campesina desde afuera, sino una presencia exterior y acciones con compromiso social (y personal) para llevar la experiencia crítica académica en un lenguaje accesible a la sociedad rural, de tal modo que sus miembros puedan integrar la explicación desmitificada del problema que los tiene sumidos en la pobreza, el hambre, el desempleo y la autodesvaloración con relación a la sociedad que los rodea.

Ya existen en Europa experimentos rurales que desafían las leyes del mercado, cooperativas de producción-distribución-consumo, levantadas en general por cuadros urbanos hastiados del sistema económico-social que lidera su continente. Pero, mientras allá tienen que reinventar o desempolvar mucho, nosotros, en México, y la mayor parte de América Latina, tenemos aún la riqueza extraordinaria de los pueblos originarios que han conservado, con excepcional resistencia cultural, tal vez favorecida por los ataques frontales de nuestra modernidad con su característica soberbia, una riqueza que acortaría el camino hacia una auténtica autosuficiencia alimentaria, principio de nuestra soberanía en dicho rubro.

En cuanto a nosotros, si sólo aprendiéramos a desaprender para empaparnos de otros conocimientos, conservando, eso sí, una estructura de pensamiento humanista y fraterno (como dicen ahora algunos líderes políticos atendibles), podríamos ser mucho más útiles para nuestra gente y nuestro tiempo, mucho más eficaces que debatiendo entre nosotros el futuro del país. Hacer patria con compromiso desinteresado, sin diálogos contenciosos entre quienes adhiriéramos a este proyecto, cuya finalidad se pondría a disposición de fines reales y realizables en el campo insoslayable de la alimentación. Campo que comprende la producción y distribución, la preparación y el consumo, la evaluación y respuesta contra el hambre que existen hoy por hoy en las zonas rurales y marginadas del país, incluyendo a sus respectivos actores. Un campo de estudio y acción contra quienes han divorciado la producción de alimentos para acaparar sus diversos aspectos y lucrar con el hambre. Un campo listo para una revolución consciente y dedicada a sus principales actores, con respeto y humildad de nuestra parte hacia sus saberes y necesidades. Pero indomable ante el poder que los ha doblegado, contra el desprecio e imposición de productos y estrategias falsamente superiores, y con los cuales se ha conseguido el consentimiento de los pueblos para su propia explotación.