Opinión
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Mar de historias

Nunca se sabe

L

levo meses luchando para sobreponerme al encierro, la incertidumbre y ahora también a la presencia incómoda de Abelardo y Joselyn. Se han adueñado de todos los rincones de mi casa. A cada momento me presionan con la mirada porque necesitan que les diga hacia dónde se dirigen y cuál será su destino. Comparto la inquietud de esos dos seres extraños que llegaron a mi vida de una manera inesperada.

I

Todo empezó a partir de una tarde bochornosa en que me habló mi amiga Carolina. Me encontró lánguida y de mal humor, aterrada por las noticias acerca de los estragos causados por la pandemia y harta de mi encierro y sus consecuencias sobre mí. Hay momentos –le confesé– en que hasta la música me irrita y otros en que no logro concentrarme en la lectura. Agarro un libro y lo dejo, tomo otro y ¡lo mismo!

Carolina me confesó que ella también había padecido esas horribles alteraciones, pero por suerte había encontrado la forma de evadirlas. Le reproché que tomara más pastillas y me aclaró que su alivio se lo proporcionaba el hecho de escribir historias. Y eso, ¿por qué o para qué? Dijo que por gusto, sólo por el afán de sentirse acompañada de los personajes ficticios y vivir con ellos la libertad que, en las actuales circunstancias, era imposible ejercer.

Me reí. La acusé de ingenua y loca: ¿cómo era posible que una mujer de su edad creyera en semejante solución? En vez de protestar por mi descortesía defendió su propuesta: Piensa lo que quieras, pero te juro que funciona. ¡Inténtalo! A lo mejor hasta acabas por escribir algo que te lance a la fama. Deja de reírte. Hablo en serio. Piensa que en la vida nunca se sabe.

Me hubiera gustado prometerle a Carolina que seguiría su ejemplo, pero no quise engañarla: Te agradezco mucho el consejo, pero conozco mis limitaciones. Por principio de cuentas, no sabría cómo empezar una historia ni cuándo terminarla. Además, tengo muchísimas cosas pendientes y no puedo perder el tiempo haciendo algo que no servirá de nada ni me interesa. Insistió en que lo pensara, tal vez cambiaba de opinión. Ante mi negativa, ella desistió: No quiero obligarte a nada. Tú decides. Por favor, trata de calmarte. Luego te llamo. En el vocabulario de mi amiga la palabra luego puede significar una demora de minutos o días.

II

Me quedé pensando en nuestra conversación. Por lo visto, Carolina también, porque antes de una hora volvió a llamarme: Se me acaba de ocurrir una idea: que escribamos juntas. ¿Qué te parece? Elijo un tema, invento a los personajes y tú escribes acerca de qué piensan, qué sienten, qué dicen, cómo se relacionan entre sí y con el mundo ahora que estamos en confinamiento. Protesté: quería hablar de todo menos de eso. Lo siento, amiga, pero es inevitable. Además, como serán nuestros pininos resultará más fácil si nos apoyamos en la realidad.

Me surgieron otras dudas: ¿qué pasaría si yo desarrollaba la historia de una manera distinta a la planeada por ella? Mi preocupación la escandalizó: ¡Qué ocurrencia! ¿Cómo podrías saber eso cuando ni siquiera te la he contado? ¿Y si no te agrada lo que escriba? Que te guste a ti es lo importante; si no te agrada, la borramos y ya. Acepté la invitación de Carolina por cortesía y también porque sentí curiosidad acerca de los resultados. A lo mejor eran buenos, nunca se sabe.

III

A través de las semanas de colaboración entre Carolina y yo, el método de trabajo se ha ido modificando según las necesidades y propuestas de alguna de las dos. Al principio, supongo que para allanarme dificultades, me daba suficientes datos con qué armar la historia: nombres de los personajes, edades, procedencia, ocupación, hábitos, manías. Después, en la segunda etapa, fue mucho más parca, al grado de que sólo me proporcionaba como punto de partida nombres, señas particulares, profesiones. Ese sistema me recordó los cuadernos infantiles donde, uniendo puntos marcados con números o letras, se logra descubrir una figura humana o la de un animal.

Pese a mis esfuerzos, sólo lograba escribir historias tan aburridas como sus protagonistas. Harta del fracaso, decidí renunciar. Se lo comuniqué a Carolina. Consideró mi reacción como infantil y precipitada. Tal vez tuviera razón, pero de todos modos, a partir de ese momento, no volvería a escribir ni la lista del súper. Colgué. Más tarde llamé a mi amiga para disculparme por mi desplante. No te preocupes, te entiendo. Hace unas semanas, antes de que empezáramos a trabajar juntas, intenté escribir la historia de Abelardo y Joselyn, dos amigos medio enamorados y ya mayores. Se ven poco. En su última cita él le dice que le tiene reservada una sorpresa para la próxima vez que se encuentren. Nunca sucede porque él desaparece.

Carolina logró despertar mi curiosidad y le pregunté de qué tipo de sorpresa se trataba y a qué se debía la desaparición de Abelardo. Es algo que me intriga, pero nunca he llegado a saberlo, por eso abandoné el relato. Sentí el misterio como un reto y, sin decir nada, pensé en trabajar el tema. De verdad quería saber.

IV

Esa misma noche me puse a marcar, en mi imaginaria página de ejercicios infantiles, los puntos que al unirse me permitirían conocer a los personajes más allá de sus nombres. Abelardo –72 años, viudo, arquitecto retirado–; Joselyn –un año mayor, abandonada, maestra–. Luego busqué el escenario adecuado para que él pudiera decirle que le tenía reservada una sorpresa. Pensé en situar la escena en un restaurante, en medio de una larga y muy agradable cena. Ella pregunta de qué se trata. Él se limita a decirle que lo sabrá la próxima vez que se encuentren. Antes de que eso ocurra él desaparece.

En semanas de trabajo no he conseguido ir más allá de esos apuntes y sin darme cuenta he pasado del interés a la obsesión. De pronto suspendo lo que esté haciendo y me pregunto en qué consistiría la sorpresa, por qué desapareció Abelardo y cuál será el destino de Joselyn. A veces creo que ya tengo las respuestas, pero de inmediato se desvanecen y sólo queda el misterio. No he hablado de eso con Carolina, ni me atrevo a decirle lo que ocurre: ellos están aquí, compartiendo mi aislamiento y esperando una vida.