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l mundo estaba políticamente a punto para que la pandemia de Covid-19 se volviera un asunto conflictivo y se complicara mucho más la gestión de un virus contagioso, resistente y potencialmente mortal.

La pandemia tiene severas repercusiones económicas por los confinamientos y el distanciamiento social. Se estanca la producción, el empleo, los ingresos, o sea, al unísono la oferta y la demanda de todo: mercancías, servicios, gente y dinero.

El conflicto tiene diversas expresiones y tonos, pero siempre con asperezas y en muchos casos de plano con enfrentamientos violentos.

El hecho mismo de que se haya convertido el portar una simple mascarilla en un tema de controversia y hasta de confrontación apunta al uso interesado de la pandemia.

¿Hemos perdido acaso toda capacidad de pensar de modo práctico? Eso degrada el ejercicio de la política y las responsabilidades de los gobiernos; vulnera el cumplimiento de las obligaciones administrativas en materia de salud y de protección a la población. ¿O es que el gobierno sólo se limita a sugerir medidas y a confundir a la población?

Que ponerse un cubrebocas se considere como un acto que infringe la libertad individual es una expresión de malevolencia o de plano de estupidez. Esos mismos que se quejan de la reducción de sus derechos, ¿no fuman en lugares prohibidos, conducen sus autos sin cinturón y vacunan a sus hijos?

Dejemos de engañarnos, hay mucha manipulación en el entorno dual de pandemia y crisis económica. La democracia es más que el resultado en las urnas, es todo lo que sigue después: un verdadero universo en el que se envuelven las relaciones sociales y la vida de los individuos. A pesar de lo que algunos gobernantes creen, no sólo hay grupos que los apoyan o desaprueban, no sólo hay masas; los individuos sí existen y, además, siempre se confrontan con la otredad.

Hay todavía gente que dice sin rubor: Yo no creo en eso del virus. Como si fuera un misterio, algo metafísico, un engaño. Pues que hagan lo que quieran con sus vidas, ese es su derecho; pero no lo tienen para atentar contra la salud o la vida de los demás. Ese es el problema de la vida en comunidad, cuestión harto difícil, por cierto. Ese es el meollo de la libertad, que tiene límites en cuanto afecta a los otros. ¡Ay! Stuart Mill fue ya tan claro.

No habrá vacuna funcional y, menos aún, disponible, en un tiempo cercano. Según la OMS, ninguno de los tratamientos usados ofrecen ahora una solución genérica. La pandemia seguirá marcando el rumbo y el tiempo de las sociedades.

Se espera que hacia el invierno crezcan los contagios y los fallecimientos. Aquí se cuentan oficialmente más de 85 mil muertos y pueden llegar a 125 mil a finales de año. Se admite que esa cifra habrá que multiplicarla por un factor de tres. En el sistema público de salud las pruebas PCR (reacción en cadena de la polimerasa) no se aplican de modo expedito, la atención es deficiente, la misma seguridad del personal de salud es un caos; eso es una vergüenza. Las autoridades se jactan de que hay camas disponibles en los hospitales. Las camas son para usarse, la gente se muere en su casa, prefiere no ir a los hospitales.

A esto hay que añadir que no hay abasto suficiente de vacunas contra la influenza, un virus que combinado con el Covid-19 provocará serios problemas. Y, para colmo: la escasez y hasta los robos de medicamentos y aparatos médicos muy necesarios.

Otra hebra de la situación reinante es la intervención de los gobiernos para contener el severo impacto adverso de la pandemia. Unos lo han hecho mejor que otros y aun así es insuficiente. La gente sigue enfermando, sigue quedando desempleada o subocupada, con ingresos menores y más vulnerable.

La situación obligó a actuar de modo convencional en materia económica: con ayudas directas, subsidios, menores tasas de interés y planes de contención de las deudas. Ha habido una gran expansión de la deuda pública.

Las condiciones económicas de los gobiernos y los sectores privados se modifican de manera significativa y diferenciada. Hay que prever cómo confrontar esas nuevas condiciones para retomar las actividades productivas, generar ingresos y devolver un cierto nivel de bienestar a las familias. No ocurrirá de modo automático. Entretanto la desigualdad está creciendo, la especulación se desboca y el valor de los activos de todo tipo se distorsiona. La economía sin gasto de inversión no funciona y menos con gobiernos pobres.

Las acciones mal diseñadas y mal aplicadas, las decisiones equivocadas, la reacción insuficiente de las pautas administrativas tendrán un costo muy elevado. En México, por ejemplo, una muestra es el aumento notorio de los retiros de las cuentas del SAR por el desgaste económico de las familias, cuando aun falta mucho por recorrer. Y la mayor parte de la gente ni cuenta tiene.

Debe abrirse el ángulo de la discusión, de la previsión y las alternativas disponibles. Esta no es una crisis convencional como las que habían ocurrido ya en lo que va del siglo. Esas no se superaron en realidad, sólo se consiguió un acomodo inconveniente para la mayor parte de la población del mundo. El Covid-19 es eso y más.