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Mar de historias

A domicilio

P

or lo general, mi médico me habla en un tono condescendiente que me hace verme como la tía vieja de un sobrino en la flor de la edad. Me llama por mi nombre, Susana; yo no me atrevo. Su bata blanca me cohíbe y me dirijo a él como lo que es: doctor. Le tengo mucha fe y procuro seguir sus indicaciones al pie de la letra.

A principios de marzo, después de explicarme los alcances de la pandemia y las precauciones necesarias para evitar el contagio, me prescribió lo que menos esperaba:

Doctor: –Confinamiento absoluto. Mientras este problema no se resuelva, no podrá salir a ninguna parte. Olvídese de la calle por un tiempo. Tome el encierro como si fueran vacaciones y aprovéchelo para ver películas o estudiar un idioma: las clases de inglés por Internet son gratuitas.

Susana: –Y durante mis vacaciones, como usted llama al encierro, si no puedo ir ni al súper, ¿quién me hará la compra? ¿Qué voy a comer?

Doctor: –La oigo y me parece que estoy escuchando a mi madre. Por fortuna, ya se dio cuenta de que hoy todo puede hacerse en línea o por teléfono. Está encantada. A diario encarga su comida a algún restaurante.

Susana: –Ha de salirle muy caro.

Doctor: –Fíjese que no. Dice que gasta menos porque no consume gas. ¡Anímese! Ya verá que pronto se acostumbra a los cambios.

Antes de irse, mi doctor reiteró su recomendación: Recuérdelo: por ningún motivo puede salir a la calle. A causa de su edad se encuentra en el grupo de alto riesgo. Al quedarme sola abrí la ventana, miré hacia la calle y comencé a extrañarla como si llevara cien años de no verla.

II

Cuando entré a la adolescencia se me ocurrió escribir un diario para registrar todos los cambios y novedades; por ejemplo, el día que me puse mi primer brasier, usé tacones o me compraron una falda entallada, y cosas por el estilo. Ahora, cuando empezó mi confinamiento me pareció entretenido seguir con el diario.

Empecé el registro de los hechos cotidianos con el capítulo llamado Mi primera compra por teléfono.

Lunes, 10 AM. Marqué el número del supermercado y segundos más tarde fui corregida por una voz grabada: El número que usted marcó no existe. Por favor verifique su marcación. Hice un segundo intento. La respuesta musicalizada fue inmediata: Bienvenido a Mi súper. Después de soportar la misma frase una docena de veces escuché el menú de opciones: Si es su primera compra, marque uno; si desea hacer alguna aclaración, marque dos; si ya está registrado, marque tres.

Elegí la primera sugerencia y me atendió una muchacha de voz somnolienta: ¿En qué podemos servirle? Quiero hacer un pedido a domicilio. Podría darme su ubicación? ¿Mi qué? Su domicilio. Antes de anotarlo me dijo: Lo siento. Esa colonia está fuera de nuestra alcaldía. Debe dirigirse al 55...

Algo molesta, marqué al nuevo número. Me contestó un joven que se identificó por su nombre –Max– y rio feliz cuando le expliqué el motivo de mi llamada. Muy bien. Podemos empezar. Medio kilo de carne molida. ¿Sirloin, tapa, bola o falda? Creo que sirloin. En ciertos productos no hacemos devoluciones. ¿Seguimos? Aceite de oliva. ¿En qué presentación: botella o lata. En botella. ¿De 426 gramos o 250 mililitros? Para mí sola. Entonces la más pequeña. ¿Continuamos? Dos kilos de jitomate? ¿Saladet o bola? Avergonzada por mi ignorancia, confesé: No sé cómo se llama el que siempre compro: es pequeño, de forma ovalada. Disculpe: no manejamos ese tipo de jitomate. ¿Siguiente renglón? Una lechuga mediana? ¿Orejona, escarola, romanita, sangría o italiana? Contesté lo primero que se me ocurrió: Verde. Bien: ¿algo más? Kilo y medio de cebollas? ¿Blanca o morada? Blanca, y dos pimientos morrones. Por el momento sólo tenemos paquetes con tres piezas. Acepté y le pedí tres litros de leche. ¿Deslactosada o entera? Deslactosada, contesté en nombre de mi estómago agradecido. ¿Algo más? Ah, sí, papel sanitario. Hay de varias marcas: Ensueño, Higiene, Olimpo, Clini, Sinod. Pedí Ensueño. ¿Hoja doble o sencilla? El temor de que pidiera más detalles acerca de esa mercancía me llevó a desistir: Llamo luego, dije, pero Max intentó seducirme con la oferta del día: En vinos y licores estamos promocionando el tres por dos en rompopes, brandys y mezcales. Además, le obsequiaremos un refresco de cola grande.

El balance de mis intentos fue desastroso: en vez de comer picadillo con arroz, como tenía planeado, acabé cocinando huevos revueltos con frijoles de lata y, a modo de ensalada, hojas de lechuga cadavérica con medio jitomate ovaladito y unas rodajas de cebolla más bien amarfilada.

III

Cada quien tiene la derrota que se merece. Me habría evitado la que acababa de sufrir si no fuera tan indiferente a ciertas detalles que, por lo visto, tienen mucha importancia: presentaciones, empaques, gramajes, contenidos. Para no volver a sufrir otro fracaso semejante pasé media hora frente a la alacena para leer y anotar las especificaciones en latas y botellas. Mi acuciosidad me dejó tan orgullosa como cuando mi doctor me toma la presión y me dice: La felicito: andamos por los 80/ ll0. ¡Magnífico en una persona de su edad.

Los días siguientes tuve que someterme a otros interrogatorios acerca de mi pedido en Mi súper. Las sesiones fueron muy fastidiosas y decidí cambiar de estrategia: recurrir a los comederos de los alrededores. Al día siguiente me levanté un poco tarde y a las 12 llamé al restaurante que me pareció más atractivo y confiable. Una dulce voz respondió: De manteles largos. La atiende Rubí, ¿en qué puedo servirle? Quiero hacer un pedido a domicilio. Me indica su orden por favor. Jugo de naranja grande, huevos rancheros con frijoles y un cuerno de mantequilla. Ay, qué pena, pero a estas horas ya no servimos desayunos. No me avergüenza confesarlo: derramé lágrimas de hambrienta. Más tarde llamé al supermercado. Sigo haciéndolo.