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El estante de lo insólito

Vampiros: la hipnosis chupasangre

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Foto Ilustración Manjarrez / @Flores Manjarrez

Ay de mí, bien lo sé, no soy tu amante / ni me llamas Tristán ni seré amado / pero sangrante llegaré de tus tinieblas / a tomar malherido y victorioso / la sorprendida forma de tu miedo.
Ramón Rodríguez. Nosferatu.

N

o importa lo que hagamos, hay muy poca oportunidad de lograrlo cuando se encara a un vampiro. Criaturas con tan pocas debilidades como para ser eternas están en las penumbras sin delatarse, con características nutridas y confusas que los acercan al contagio de la rabia, la esquizofrenia, la catalepsia, la anemia y los estados catatónicos de quienes se levantaban de su tumba. Hay relatos de vampiros en Inglaterra, Rumania, India o Babilonia, pero la primera oscuridad con leyendas populares tornaría en literatura con novelas y cuentos como El vampiro (1819), de John William Polidori; Varney, el vampiro (1847), de James Malcolm Rymer, y la espléndida Carmilla (1872), de Joseph Sheridan Le Fanu, antes de que llegara la novela que definiría todo ese mundo narrativo: Drácula.

La leyenda literaria de un conde

Con un estilo asombroso, el escritor irlandés y periodista Bram Stoker hizo una novela impactante presentada en 1897. Basándose en viejas leyendas y hasta en la sanguinaria figura histórica de Vlad, El Empalador (soberano de Valaquia, tierra de los Balcanes), Stoker presenta al personaje Jonathan Harker trasladándose a Transilvania para encontrarse con el conde Drácula. Llegado a un espacio de superstición y miedo, Harker es advertido por pueblerinos de no llegar a su destino, pero el hombre es responsable y acude con su cliente para arreglar un tema de propiedades. La noche de su llegada (recreada de todas las maneras en el cine), un siniestro carruaje lo conduce al castillo. En poco tiempo, Harker verá trepar al conde por el muro del castillo y se estremecerá por su condición sobrenatural, sin sombra y sin reflejos ante el espejo. Es el encuentro definitivo con un personaje icónico, al que lectores y espectadores acuden con el ansia y temor de conocer a un monstruo inquietante, sofisticado y seductor, con sus ideas y su interpretación de la vida y el tiempo: Me gustan las sombras y que todo esté oscuro, y nada me complace tanto como estar a solas con mis pensamientos, como dice Drácula a Jonathan Harker.

Drácula puede convertirse en murciélagos, en lobo o en niebla. Tiene voz hipnótica y un deseo sexual que alcanza igualmente a mujeres que a hombres, lo que se narra en dos pasajes especiales de la novela: cuando posee a Mina y cuando recrimina a las mujeres vampiro que atacan sexualmente a Jonathan Harker. Él es mío, advierte, y la sugerencia no es sólo la de quien protege a su prisionero. La voracidad sexual se contagia y se padece con la sangre. Los vampiros son muertos vivos, dependen de la sangre, como los hombres dependen de dominar al sexo en el comportamiento estoico de todos los días. Clavar la estaca en los vampiros tiene una connotación sexual. Los vampiros exponen los deseos, el control y el sometimiento. Van Helsing, el doctor holandés llamado para curar y combatir ante la amenaza del vampiro, contribuye para el dominio de las mujeres, auxiliado por armas y los artilugios predominantes de una instrucción religiosa: crucifijos, agua bendita, la Biblia… los poderes reconocibles del bien para vencer al mal. Stoker mueve el piso para un campo de lectores pudorosos en la era victoriana.

I’m Drácula

Nosferatu (FW Murnau, 1922) se convierte en la gran versión fílmica de la novela, con una aportación esencial: el vampiro muere con la luz del sol. En la narración original de Stoker, el ser perdía sus poderes, pero no moría. La fascinación del filme dejó su sello para la posteridad. El sol es aliado de los humanos. Aunque se perdieron rollos completos del rodaje original, sí conocemos la versión formal de Murnau. Werner Herzog daría en su versión ( Nosferatu, 1978) un enfoque interesante y absolutamente personal del personaje y del relato, no del todo apegado a la base literaria de Stoker.

Universal Pictures convirtió a Drácula en un ser de impacto en el cine y el entretenimiento con su versión fílmica de 1931. Dirigida por Tod Browning, quien buscó la adaptación ya segmentada en actos que venía del teatro, y para ello tuvo en el papel protagónico al propio actor húngaro que lo había llevado al máximo plano en Broadway: Bela Lugosi. La secuencia descendiendo de la escalera central del castillo para presentarse ( I’m Drácula), sigue mostrándose como el gran acto de aparición del chupasangre mayor.

Nueva sangre

Una variación importante a la concepción vampírica se ve en Black Sabbath (1963), largometraje del italiano Mario Bava compuesto por tres relatos. El segundo habla de los wurdalak, criaturas muertas que buscan beber la sangre de los seres que más amaron, con un sombrío Boris Karloff como wurdalak mayor. El título de la cinta inspiró el nombre de la hoy legendaria banda roquera que capitanearon Tony Iommi y Ozzy Osbourne.

La danza de los vampiros (1967), de Roman Polanski, tenía un gran humor negro en una concepción clásica, mientras surgirían adaptaciones sólidas como el Drácula de John Badham (1979) o refinamientos góticos tipo Entrevista con el vampiro (Neil Jordan, 1994), adaptación de la exitosa novela de Anne Rice (primera entrega de sus extensas Crónicas vampíricas, con obras estimables, como Lestat, El vampiro o Sangre y oro). La versión de Francis Ford Coppola, Drácula de Bram Stoker (1992), es un ejercicio audiovisual espléndido, con imaginación monstruosa (como volver criatura espeluznante a Drácula en la seducción y ataque a Lucy, pasaje que en el libro es muy sutil) y una partitura espeluznante y envolvente de Wojciech Kilar. Por su parte, John Carpenter volvió la cacería de los chupasangre un tema de comando aniquilador con excesivo líder indeclinable (James Woods) en Vampiros (1998), con sangre disparada y feroces chupasangre, menos jocosos y sonrientes que los que puso Quentin Tarantino en Del crepúsculo al amanecer (1996).

Vampiros en tierra azteca

El cine mexicano ha explotado con gran éxito los mitos fundamentales del horror, con sus propios personajes o adaptando a los clásicos como Drácula. El cineasta mexicano Fernando Méndez hizo una de las grandes aportaciones cinematográficas del mito con El vampiro (1957), con Germán Robles como el conde Karol de Lavud, El vampiro; de elegancia sobrada, maneras exquisitas, seductora mirada y un hígado fuerte para contener los lances heroicos del despistado y alucinado Enrique (Abel Salazar), quien busca salvar a la bella Marta (Ariadne Welter) en la fantasmagórica hacienda de Los Sicomoros. Con extraordinaria fotografía de Rosalío Solano, escenografías perfectas de Gunther Gerszo y notable edición de José W. Bustos, la cinta aparece en las compilaciones más importantes del vampirismo en el mundo. Llena de secuencias formidables, tiene además el mérito de adelantarse un año al modelo de vampiro que encarnaría Christopher Lee en Horror of Dracula (Terence Fisher, 1958), parte de la saga de horror inglesa de Hammer Films. Fernando Méndez entregó la secuela en paquete con El ataúd del vampiro (1957).

Por su parte, Eric del Castillo encabezaba los horrores en El imperio de Drácula (Federico Curiel, 1967), y hasta el héroe Chanoc (Gregorio Casals) tenía que evitar los mordiscos en Chanoc contra el tigre y el vampiro (Gilberto Martínez Solares, 1971). Entre esas variaciones chupasangre en nuestro cine está El vampiro sangriento (Miguel Morayta, 1962), donde un libro antiguo habla de el vampiro de la luna, combinando lo transilvano con mitos aztecas de la muerte. En otro terreno, tampoco faltan sangre y colmillos en el serial cinematográfico Nostradamus (Federico Curiel Pichirilo, de 1960 a 1962), mientras en el cine de luchadores hay varios filmes, como Santo vs las mujeres vampiro (Alfonso Corona Blake, 1962), Las vampiras (Federico Curiel, 1967), Santo en el tesoro de Drácula (René Cardona, 1968), también conocida como El vampiro y el sexo; Santo y Blue Demon vs los monstruos (Gilberto Martínez Solares, 1969; con David Alvizu como vampiro); o Los vampiros de Coyoacán (Arturo, El Villano, Martínez, 1978) incluyendo a Germán Robles en el reparto, pero enfrentando a los seres sobrenaturales.

Los vampiros permanecen en la mente aunque hayan muerto, como escribe Joseph Sheridan Le Fanu en Carmilla: con frecuencia despierto en mitad de la noche, imaginando, atemorizada, que oigo sus pasos acercándose a la puerta de mi habitación.