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Tumbando caña

Leyendo a Rómulo Lachatañeré: ¡Oh mío Yemayá!

N

o son muchos los autores literarios cubanos que han utilizado como materia prima para la creación de sus obras narrativas la porción negra de su mitología. En una enumeración exhaustiva al revisar la bibliografía anterior a 1959 destacan tres nombres pioneros en esta modalidad: Fernando Ortiz, fuente a la que hay que ir a beber cuando seriamente del folclor cubano se trata, Rómulo Lachatañeré ( Oh mío, Yemayá!, 1932) y Lydia Cabrera( Cuento negro de Cuba, 1940; Por qué..., 1948; El monte, 1954)

Aunque cabe citar que, posterior a la Revolución, otros creadores como Dora Alfonso ( Pomolavi, 1966) Miguel Barnet ( Akeké y la jutía,1978) y Excilia Saldaña ( Kele kele,1988) han continuado magníficamente esta tradición de relatos que trajeron consigo a esas tierras los esclavos africanos .

Rómulo Lachatañeré ( Santiago de Cuba 1909-San Juan, Puerto Rico 1952) irrumpió en los años 30 con la entonces naciente temática de la religiosidad popular cubana de origen africano, publicando patakines (cuentos o narraciones) en periódicos y revistas de la época. Los patakines eran historias o leyendas mitológicas de ascendencia yoruba, transmitidas a sus descendientes criollos por africanos en Cuba conocidos como lucumis, fervorosamente conservadas por los practicantes de la regla de ocha o santería, las cuales fueron recopiladas por el autor en las ciudades de La Habana y Santiago de Cuba.

Con Paciente andar investigativo en diversos lugares santeros, pudo adentrarse en los detalles y sentido folklóricos afrocubanos hasta tener una idea de cómo trasladarlos y, salvo algunas ínfimas referencias procedentes del mundo Congo ( Regla Kimbisa), no traspasar la frontera del espacio en que se movía.

Con esta voluntariosa pureza del material etnográfico se elaboró ¡Oh mío Yemayá!, compendio de narraciones que se emparentan con las ya publicadas por Lydia Cabrera, quien parte también de las mismas fuentes del riquísimo filón del acervo cultural cubano. Pero, a diferencia de la autora del Anagó, que se inclinó por lo divino, Rómulo le dio una notación humana.

En su trabajo no se limita a volcar mitos en las páginas de un libro cómo quien coloca en las vitrinas de un museo, luego de pegarle algunos pedazos rotos y de pintarlas con vívidos colores, una pieza arqueológica de extraordinario valor. No, Latañeré se sirvió de estos mitos, de sus esencias, para a través de ellos, desde ese firme soporte universalidad intemporal, comunicarse con los lectores y entablar un diálogo contemporáneo acerca de este tema tan antiguo como revelador.

En ¡Oh mÍo Yemayá! el autor nos entrega una veintena de patakines del mundo yoruba en los que se describen los avatares sentimentales de siete de los más populares orishas del panteón yoruba: Obba, protectora de los hogares y de lo imposible; Oyá, señora de la centella y portera de los cementerios; Ochún, diosa de la fertilidad, la belleza y el amor; Changó, señor del fuego de los tambores y dios de la virilidad; Ogún, el Guerrero dueño del monte y de los hierros; Orimbula gran orisha, poderoso por ser el secretario de Olofi, dios supremo, y Yemayá, orisha mayor, madre de la vida, dueña del mar y de los ríos.

Patakines entre los que intercala (y recopila en un capítulo titulado Cantos y rezos del wemilere) poemas, estrofas libres o clásicas que describen de manera esquemática los ritos del ceremonial yoruba. En las solemnidades colectivas de su religión, las sugerencias que brotan de estas negras y sagradas canciones son un valioso aporte de la etnografía afroamericana.

Cómo un griot, Lachatañeré narra, luego de pasarla por su peculiar tamiz, un puñado de historias que recibió de los viejos informantes, textos que convidan a decirlos en voz alta. Así al oficio de literato, la vocación de etnógrafo, investigador y escucha atento, se le agrega a Rómulo Lachatañeré el de poeta.

Gracias a estas aptitudes, la riqueza de la cultura lucumí, la belleza de sus mitos y la nada desdeñable sabiduría que se desprende de su concepción filosófica del universo que están apresadas en estos relatos, nos llegan a nuestro ajetreo contemporáneo para hacernos meditar sobre esta cultura tan ignorada y proporcionarnos además un refinado goce estético.