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Noviembre, cambios necesarios
C

on el cierre de las convenciones demócratas y republicanas en los Estados Unidos, se abre oficialmente la carrera por la Casa Blanca y con ello, el entorno regional al que México habrá de adaptarse a partir de noviembre.

Para Joe Biden, la aceptación de la candidatura fue un evento exitoso del que salió fortalecido por apoyos relevantes como el del ex titular de la Defensa, Colin Powell, republicano, por cierto. El mayor activo en la carrera de Biden –que para muchos no es idóneo, pero es lo mejor que hay dadas las circunstancias– se llama Barack Obama, probablemente el político más exitoso y completo (empaque, preparación, discurso, resultados) de los últimos 40 años en esa nación. El acierto de haber elegido a Kamala Harris como compañera de fórmula y un discurso que apela a la unidad de los estadunidenses, coloca a Biden a la delantera.

En contraste, el presidente Donald Trump tuvo una convención republicana, por decir lo menos, extraña. Oradores gritando en medio de salones vacíos, la sobreproducción del evento en la Casa Blanca, y una narrativa fincada en el miedo. Miedo al inmigrante, a la izquierda. La búsqueda del votante duro, del que sigue enojado por las condiciones económicas y no busca soluciones sino culpables.

La realidad es que para México se vuelve obligado asumir que el eventual triunfo de Joe Biden cambiará en forma trascendente la política pública de ese país sobre asuntos relevantes en la agenda bilateral y regional. El tema más importante, el de las decisiones que tome o revierta el nuevo gobierno en materia energética. Donald Trump le ha apostado fuertemente a fuentes no renovables de energía, a la protección de campos de gas Shell como Eagle Ford, al uso de carbón y petróleo frente a energía eólica o solar. En suma, a echar por tierra la COP16 y los Acuerdos de París, en materia ambiental. En su lógica, esos convenios globales sólo sirven para debilitar la posición de Estados Unidos; concesiones liberales de Obama para quedar bien con el mundo y frenar algo que, desde su óptica, es una ilusión mediática: el calentamiento global.

La agenda medioambiental es una de las temáticas que mejor puede utilizar Biden para diferenciarse de Trump, tanto en campaña como en el gobierno, si se alza con la victoria en noviembre. Por ello, tenemos que tomar en cuenta qué implica ese giro en términos de demanda de hidrocarburos, de abasto y distribución de gas en toda la región de Norteamérica, de metas y sanciones en materia de reducción de emisiones, y un largo etcétera. No se trata de quién nos cae mejor, sino de la política energética de nuestro principal socio comercial y proveedor de energía.

En esa línea, no debe extrañarnos que si los temas migración y seguridad han sido, hasta hoy, prioridad y centro en el debate bilateral, ahora deberemos priorizar hablar deenergía, medio ambiente y condiciones laborales.

La coyuntura económica que ha generado la pandemia de Covid-19 nos hacen particularmente vulnerables a los factores exógenos, de ahí la importancia de prever, tanto enmateria presupuestal como en políticas públicas específicas, la posibilidad de un fuerte golpe de timón.

Abonando a este escenario, el clima social y el énfasis en eltema racial están marcando el rumbo de la elección. El 28 de agosto de 1963, Martin Luther King marchó sobre Washington. Este fin de semana vimos un país que protesta básicamente por la misma agenda. La brutalidad policiaca y la desigualdad económica y social, derivada de la raza, han creado un ambiente similar al que enfrentó Lyndon B. Johnson después del asesinato de John F. Kennedy. La enorme diferencia estriba en que entonces la presión derivó en cambios legales de enorme trascendencia, y en un gobierno obligado a ser empático con la protesta. Hoy, la reacción del poder es endurecer el discurso contra las protestas y elevar la apuesta contra el movimiento social. Veremos muy pronto el resultado.

Hoy, es innegable que los escenarios reales de una victoria demócrata en las elecciones denoviembre cada día son más altas y eso, ante tan corto plazo, obliga a virar políticas públicas en México para amortiguar el golpe y ajustar una agenda a las circunstancias.

Estamos a 65 días de saber cual será el futuro de nuestro país con nuestro vecino del norte y, en ese plazo, deberíamos considerar los efectos de una relación inevitable.

Así pues, desde el cabildeo que la política exige en el ejercicio del poder, hasta previsiones presupuestales que en calendario el Ejecutivo y Legislativo deberán determinar en este plazo, habrán que tomar decisiones definitivas al respecto.