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Puntos sobre las íes

Recuerdos // Empresarios (CXXXIII)

E

n Golega seguía Conchita, sin apenas dormir debido a la feria caballar.

“El pintoresco mercado dura tres días y en el centro del pueblo, en su Plaza Mayor, se instalan caballerizas representativas de las mejores ganaderías de Portugal. Pueden verse, además, no solamente los potros de la exposición ganadera, sino todos los más bellos ejemplares equinos existentes, pues raro es el jinete que teniendo una buena montura no va a lucirse con ella a las pistas de la conocida feria.

“Asunción, Ruy y yo caminábamos por las empedradas calles del pueblo. Veníamos de casa de José Infante, donde habíamos almorzado riquísimamente, mientras deleitábamos la vista con los potros de su hierro que paseaban en el patio: uno había de ser mi gran caballo Castillo.

“Encontramos a Rodrigo Castro Pereira y Antonio Eça de Queiroz, ambos queridísimos amigos de infancia de Ruy y por este motivo, mis tíos adoptivos. Antonio, para no desmentir su ilustre apellido, se interesaba por cuestiones de literatura y me preguntó cuándo escribiría mis memorias. ‘Falta mucho’, le contesté, entonces…

“Al poco tiempo monté a caballo y entré en el recinto de los jinetes. Saludé a varios ases de la torería montada y al más conocido profesional de la feria: Antonio Durao. En sus cuadras tenía, por aquel entonces, unos 500 animales. También estaban el decano de los ganaderos, señor Veiga, y el sapiente criador Ruy de Andrade, vestido éste con el traje típico de su región. Di una vuelta entre la flor y nata de la exposición y decidí salir para visitar la parte de los gitanos.

“Yo había conocido en Lisboa, en una comida que nos ofreció la condesa de Brandolini, al rey Humberto de Italia. Y había quedado encantada con el suave charm del elegante señor y con su manera tan atenta de escuchar lo que uno le decía. Parecía no tener más preocupación en el mundo que la de enterarse de nuestro mensaje.

“Pues bien, al penetrar yo a caballo y, con cierta dificultad, entrecochinos, ovejas, burros, conejos, gallinas, mulas y canastos de la gitanería de Golega, me encontré con su majestad, el rey de Italia. Venía acompañado por Ascenco Siqueira. ¿Qué hacer? Pasé un mal rato, pues no lo sabía. ¿Bajarme del caballo, hacer una reverencia vestida con pantalones y entre los cerdos? Me pareció algo grotesco, pero ¿quién sabe? Ruy no me había dicho lo que debía hacerse en semejante situación. En esto, mi potro, espantado por el barullo, tomó a su cargo el protocolo.

“¡Conchita –me dijo su majestad, ayudándome a salir del paso– qué bonito caballo!

“Nos sonreímos todos. Comprendí entonces que mientras uno, como yo, pensaba en lo que debería hacer, otro, como el rey Humberto, piensa en cómo sacarnos del compromiso. ¡Felizmente!

“La próxima vez –pensé—que encuentre a este gran señor tendré que hacerle una reverencia extra bonita.

“Para esto me entrené debidamente frente a los sabios ojos de Asunción. Mas cuando llegó el día, en casa de Antonio Eça de Queiroz, al dar el necesario paso atrás, metí el pie en el radiador eléctrico.

“Pasamos un invierno delicioso en Alferzerao. Montaba ocho horas diarias y hacía más de una hora de ejercicios a pie, corriendo, saltando la soga y toreando de salón. A veces la cacería suplía una mañana de entrenamiento, pues solían aparecer José Pedro, aficionado y forcado de postín, Fernando, Luis y Clemente, cuatro nuevos amigos. Entonces conocí las madrugadas en los juncales acechando patos silvestres. Eran mañanas en que todo giraba alrededor de los pájaros, el olor a pólvora quemada y el barullo del tiroteo lejano.

Conocí muchos días de éstos en Muge, la enorme hacienda de la marquesa de Cadaval, prima de Ruy, donde hice muy buenas migas con sus hijas Graciela y Olga, y cuando un día regresé a México, su madre y ellas hicieron el viaje acompañándonos e hicieron otros muchos. Olga, la mayor de las jóvenes, fue víctima, tres años después, de leucemia y su resignación y entereza frente al cruel destino que le quitaba la vida resultó realmente ejemplar. Conservo este recuerdo como algo admirable.

(Continuará)

(AAB)