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¿La fiesta en paz?

Estado de Hidalgo: ¡orden, gobernador!

E

n estos enrarecidos tiempos de plandemias o epidemias con doble fondo, de desalmados remedios mucho peores que la enfermedad y de azarosos contagios de virus más o menos mortales, otras infecciones de suma gravedad se han recrudecido: información desinformadora, opinólogos incapacitados pero amedrentadores, humanismos y compasiones emergentes y, dentro de éstos, políticos y legisladores tan inoportunos como ridículos, que pretendiendo hacerse los modernos sólo exhiben una alarmante falta de cultura, criterio deficientemente formado y una lamentable dependencia ideológica. Son efectos colaterales en democracias seminuevas y, por lo tanto, protagónicas.

Cierto ruido provocó el regidor panista José Luis Zúñiga Herrera, del ayuntamiento de Pachuca, al promover un proyecto para prohibir la entrada de menores de 18 años a las corridas de toros y peleas de gallos celebradas en esa ciudad. La posmodernidad con zancos, pues. Afortunadamente, sólo cinco regidores votaron a favor de tan grotesca iniciativa, 11 lo hicieron en contra y hubo seis cautelosas abstenciones.

Más que una visión clara de la sociedad a la que pretenden servir y una sensibilidad política medianamente desarrollada, se trató de otro afán prohibicionista que repite las estupideces propaladas por organismos cada vez más desprestigiados como la ONU y la Unesco, dispuestas a avalar directrices del pensamiento único anglosajón disfrazadas de conclusiones científicas, al sostener que presenciar corridas de toros genera violencia en jóvenes y niños. Cinismo internacional, pues. Esta óptica idiota permitiría aseverar entonces que Estados Unidos es el país más taurino, dada la violencia aplicada al resto del mundo en los últimos 75 años, con y sin armas de fuego.

La basura en televisión, videojuegos e Internet, que fomentan a diario la violencia en todas sus formas, incluido el incorregible consumismo, no le parecen a estos grotescos prohibicionistas suficientemente dañinos para la niñez y juventud, incluso la hidalguense, y tan hipócrita preocupación prefiere poner su sensiblera mirada en un espectáculo otrora apasionante y bien posicionado que, por inexcusable omisión política y presiones del neoliberalismo, dejó tan valiosa tradición mexicana en manos exclusivamente de particulares autorregulados, a las órdenes de ventajistas figuras importadas y sin mayor compromiso con la tradición taurina, con el público y con la dignidad animal del toro, sustento ético del arte de la lidia. Son también ya tres décadas de tauromaquia en zancos, no en el compromiso sociocultural.

Lo indignante de estos legisladores pachuqueños, con brújula pero sin imán, es que prefieren ocuparse de temas tan irrelevantes como la asistencia de menores a las corridas de toros en la capital hidalguense y pasar por alto la proliferación de vialidades lunares o con demasiados cráteres y baches, el escaso alumbrado y creciente delincuencia, la cantidad de coladeras tapadas y parques y jardines en mal estado, mercados descuidados y basura acumulada, o el creciente foco de contaminación que es el insalubre rastro, al que desde luego sus colonizados ojos no se asoman.

Hidalgo taurinamente no es el estado de Sonora o Baja California Sur, sino entidad con una rica tradición ganadera y taurina. De Vicente Segura a Jorge Gutiérrez, pasando por Heriberto García, Ricardo Torres, Paco Ortiz, El Güero Miguel Ángel y Jaime Rangel, entre otros, más prestigiadas casas ganaderas, esperan otro nivel de desempeño por parte de estos antitaurinos metidos a servidores públicos.