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Despertar en la IV República

Nuestros vicios públicos

M

éxico tiene, entre otros, tres grandes vicios colectivos. En este momento crítico estamos afrontándolos. Son la simulación, la corrupción y el fraude electoral. Conductas reprobables, arraigadas, viejísimas, hábitos que han atravesado las generaciones; 200 años de vida independiente.

El origen de estos vicios es la herencia novohispánica. No me cabe duda de que en los tres siglos de la hegemonía española el saldo es favorable. Cierto, nos dejaron vicios nefastos, pero también la larga etapa de paz y la construcción misma de una nueva sociedad. Las pestes redujeron la población indígena de 20 a 3 millones, aunque al final de cuentas los indígenas seguían siendo mayoría, apenas llegaban a 2 millones, una décima parte de la población original, pero habían nuevos núcleos: españoles, criollos, mestizos, negros, divididos en castas: ¡había nacido una nueva nación!

Hablemos de la simulación. No conozco ninguna otra reflexión más interesante y certera que Diálogo de mestizos, de don Juventino Castro y Castro y del doctor José Cueli. En él nos explican el origen de nuestra simulación. En el fondo nadie es engañado, todos sabemos la verdad.

Los conquistadores y los evangelizadores intentan imponer su religión al indígena en sus primeros años de dominación. El castigo por no aceptar el cristianismo era la muerte. Resistir era un suicidio. Los indígenas, a pesar de que tenían una religión bien asentada, aceptaron que no había más remedio que volverse cristianos y abandonar las prácticas más repugnantes para sus nuevos dueños. Los indígenas engañan a los españoles diciendo que se han convertido y se produce una enorme simulación. En una especie de gigantesco milagro, millones aceptan el bautismo y a los santos de los españoles, y los españoles se dejan engañar a sabiendas de que los indígenas no se han convertido realmente. Pero el español finge haber creído en la conversión milagrosa y los evangelistas no pueden dejar de simular. Ellos también prefieren la conversión a la represión.

Se establece así un juego de engaños. Es probable que tampoco las autoridades españolas ultramarinas hayan creído en el triunfo de la evangelización, pero fingen aceptarlo y se crea así un juego de engaños mutuos, en el que nadie es verdaderamente engañado. Ése es el origen de nuestra inclinación por la simulación.

Colaboró Meredith González