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Ver día anteriorLunes 17 de agosto de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Covid-19 y la crisis de la salud materna
D

esde el inicio de la pandemia de Covid-19 ha habido preocupación por contar con suficientes camas de hospital, personal y equipamiento para los más enfermos. Ahora el coronavirus es la primera causa de mortalidad materna en México.

La línea entre el bienestar y la enfermedad puede ser aún más delgada en la persona embarazada que en la no embarazada, pero la gran mayoría de las embarazadas se mantienen en el lado saludable. La realidad es que el nacimiento en un hospital desde antes del Covid-19 exponía a las personas a todo tipo de gérmenes. Un hospital es una necesidad para las personas enfermas, pero no es, necesariamente, el espacio óptimo para el nacimiento.

El objetivo del Plan Nacional de Salud de México es lograr un sistema universal con atención primaria de salud integral e integrada, como el de Canadá y países nórdicos. Habitantes de estos países y de otros más eligen recibir su cuidado prenatal y dar a luz en sus casas, un centro de parto o en el hospital con los seres queridos que escogen para acompañarlos. El Estado cubre el costo de esta atención, que con frecuencia es proporcionada por una partera.

En una conferencia de prensa de las que se dan diariamente sobre Covid-19 (22 de julio), se mencionó a la partera profesional y lineamientos nuevos para la prevención y mitigación del coronavirus en la atención del embarazo, parto y puerperio, y esto es muy bueno. Sin embargo, nuestra realidad es que muy pocos nacimientos son atendidos por parteras y 72 por ciento ocurren en nosocomios públicos bajo un modelo riesgoso de atención fragmentada.

Irónicamente, parteras tradicionales, nuestras proveedoras de atención médica más antiguas, que han brindado continuidad en la atención antes, durante y después del parto en primer nivel, a lo largo de miles de años, están principalmente bloqueadas para participar en el sistema nacional de salud. México aún no tiene plan nacional para formar parteras profesionales; tampoco procesos de certificación para quienes asisten partos, ni universidades públicas que ofrezcan la licenciatura en partería con campos clínicos apropiados.

Muchas personas no pueden elegir dónde, cuándo, con quién o cómo llevar a cabo sus embarazos o dar a luz, porque no tienen dinero. Millones de seres queridos de las embarazadas no pueden apoyar durante el trabajo de parto y el parto porque está prohibido en el sector público o porque, otra vez, no se aplican lineamientos, normatividades y leyes. Encima, seguimos con el problema crónico de muchísimos embarazos en jóvenes y de todas las edades que no son intencionados.

A pesar de que la pandemia parezca el momento menos apropiado para cambios estructurales y de política pública, puede ser lo contrario; que el desequilibrio del momento funcione para hacer lo que deberíamos haber hecho antes.

Hay ejemplos inspiradores sucediendo en plena pandemia; cooperaciones previamente pensadas como imposibles. Por ejemplo, en Guanajuato, las autoridades estatales de salud están trabajando en conjunto, de manera respetuosa, con parteras profesionales y tradicionales del estado y con promotores de salud comunitaria, para expandir el acceso en primer nivel a métodos anticonceptivos temporales de larga duración, como el implante y el DIU.

Los egresos hospitalarios relacionados con atención del embarazo, parto y puerperio en el sector público representan más de 40 por ciento del total. Vale la pena imaginarse cómo podrían mejorar si pudieran ocurrir en las 32 entidades federativas partos seguros y amorosos en centros de parto. Solamente en la Ciudad de México se suscitan más de 100 mil nacimientos al año, siendo casi la mitad partos fisiológicos y la otra mitad, cesáreas; son muchas camas ocupadas por la maternidad y muchísima sobremedicalización del parto, tomando en cuenta que de acuerdo con estándares internacionales el porcentaje de cesáreas debería encontrarse alrededor de 15 por ciento, no ser de 50 por ciento.

La pandemia nos ha mostrado la urgencia de cambiar estilos de vida y sistemas de prestación de servicios de salud. Puede parecer imposible en este momento contemplar cambios profundos, pero es factible que, empezando ahora, en unos pocos años estemos llevando a cabo conferencias de prensa que no se refieran a cuántas mujeres o recién nacidos han muerto o sufrido, sino que nos informen sobre la efectividad de un sistema universal de salud rentable basado en la atención primaria, que celebra y cuida la vida, que es mucho más que la ausencia de la muerte.

* Maestría en trabajo social y salud pública de la Universidad de Columbia de Nueva York.