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Líbano, una tragedia que puede repetirse

A

l desintegrarse la Unión Soviética, en agosto de 1991, se implantó lo que hoy es la República de Moldavia. Cuenta con 3.5 millones de habitantes y no dispone de litoral marino. Sin embargo, el buque de carga que contenía las 2 mil 750 toneladas de nitrato de amonio que explotaron en Beirut llevaba la bandera de ese país.

Traía ese cargamento desde Georgia y su destino final era Mozambique. Durante su travesía tuvo problemas técnicos que lo obligaron en 2013 a anclar en la capital libanesa. Allí, las autoridades lo retuvieron por no pagar las tarifas portuarias. Posteriormente, el nitrato de amonio fue trasladado a un contenedor del puerto.

El capitán del buque era ruso, igual que el dueño, que dejó en el abandono a la tripulación. Después de que ésta fue liberada por las autoridades locales, la nave se hundió, dañada por falta de mantenimiento.

La clave para dirimir responsabilidades en la tragedia de Líbano comienza con los organismos internacionales encargados de garantizar la seguridad de las naves que trasladan sustancias peligrosas. Y más si ostentan banderas de países proclives a negocios sucios. Esos organismos exigen, además, la solvencia de los dueños de esas naves. En este caso, el propietario está desaparecido.

También son responsables quienes no escucharon las numerosas advertencias de los administradores del puerto de Beirut sobre el peligro de mantener allí el nitrato de amonio y la necesidad de volverlo a exportar. Agreguemos que, extrañamente, no se sabe quiénes compraron en Mozambique dicho cargamento. Hasta hoy nadie lo ha reclamado.

El nitrato de amonio es muy inflamable. Se utiliza como fertilizante, en la minería y para fabricar explosivos. Existen reglas internacionales muy estrictas para su almacenamiento seguro.

Antes que en Beirut, dicho compuesto ocasionó miles de muertos y daños incalculables en Argentina, Estados Unidos, Alemania y China, por ejemplo. Pudieron evitarse, pero se impusieron la corrupción y la negligencia de autoridades y empresas.

¿Dónde será la próxima tragedia?