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No sólo de pan...

De revoluciones

T

erminamos la anterior entrega con la frase: ¡Las cocinas pueden llevarnos a una revolución económica, social y cultural! Porque la recuperación de cocinas centenarias, y en muchas partes milenarias, podría ser el germen de nuevas revoluciones locales que, en conjunto, revolucionarían el mundo, dando a la humanidad un rumbo basado en el cambio de la lógica de la productividad en masa, que destruye los ecosistemas, desplaza mano de obra, impone los precios de mercado según la tasa de ganancia del producto, en general monopolizado y especulado, y que no siempre se destina a paliar el hambre, sino que se usa como materia prima de una tecnología ajena a la alimentación. Verbigracia: los usos del maíz.

En efecto, el capital invertido en la producción de maíz en el mundo apuesta poco a la ganancia en el mercado alimentario directo, en su lugar acapara tierras y agua, utiliza mano de obra local a precios irrisorios, vende productos químicos para incrementar o proteger las cosechas de semillas mejoradas (ahora transgénicas) y, al final, transforma a las poblaciones en consumidores de comestibles con base en maíz procesado, sin calidad nutricional, o como alimento para ganado y aves pero, sobre todo, emplea este cereal como insumo de la aeronáutica y otras industrias rentables. En otras palabras, la producción de los alimentos básicos en el actual sistema predominante no tiene como objeto alimentar sino producir ganancias al capital invertido, de tal manera que en caso de escasez se acusa al pueblo de ser culpable de su hambre por generar sobrepoblación, para la cual ¡no hay alimentos que basten!

Sistema hábil para poner vendas en los ojos de los dirigentes gubernamentales y sociales, que suelen caer en la trampa de agilizar trámites para abrir nuevas tierras al cultivo extensivo con químicos, por un lado, mientras por el otro destruyen los espacios vivos, para abrirlos al extractivismo, en vez de prevenir e impedir que sean usados recursos materiales y legales contra los productores directos, permitiendo el despojo de tierras desde la contrarreforma agraria y permitiendo, si hay resistencia campesina, usar la fuerza del decisor invisible a través de sicarios y paramilitares que producen muertos y miles de desplazados y emigrantes.

Pero esto no es un fenómeno particular en nuestro país, África y Asia, Australia y Oceanía, de norte a sur, lo experimentan desde las respectivas conquistas que sufrieron sus pueblos por parte de los europeos y estadunidenses a partir del segundo milenio de nuestra era, cuando la soberbia cultural de Europa, basada en su desarrollo bélico tecnológico, fue imponiendo la lógica del capital en el mundo, que rompió el equilibrio de las poblaciones con su producción local de alimentos y el intercambio en mercados equitativos y enriquecedores. Por lo mismo, una revolución virtuosa estaría motivada por la reconquista de la autosuficiencia excedentaria de los alimentos tradicionales (cambio estructural económico y social), a fin de recuperar las respectivas cocinas ancestrales (reconstrucción de la sociedad y cultura) desechando, de paso, los productos de la industria mal llamada alimentaria y sus bastardos, como la droga, la trata, los desplazamientos humanos, la contaminación y la destrucción de Natura. ¡Viva el inicio de esta revolución!