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A diferencia del medievo, hoy en México la sinergia positiva en el Estado-nación mitiga el avance del virus: Ríos Saloma

La peste negra que azotó Europa en 1348 también dejó secuelas espirituales, artísticas y económicas, afirma el experto en un texto publicado por el Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM

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▲ Para el investigador, el reto de los gobiernos del mundo es garantizar que el bienestar del ser humano sea generalizado. En la imagen, ilustración de la peste en la Biblia de Toggenburg (1411)
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La danza de la muerte (1493), de Michael Wolgemut.
 
Periódico La Jornada
Martes 14 de julio de 2020, p. 4

En la Edad Media, los estados nacionales no supieron cómo actuar ante la peste, la respuesta a la crisis sanitaria corrió a cargo de los gobiernos locales; en cambio, hoy vemos una combinación entre el poder de un Estado-nación que se soporta con los gobiernos regionales, aunque no siempre ocurre una sinergia positiva, como vemos en España, pero que aquí, en México, en Alemania y en Argentina, ha sido eficaz y se ha podido paliar el avance del virus, afirma el investigador Martín Ríos Saloma.

En su texto Las epidemias en la Edad Media: la peste de 1348, publicado en el portal Noticonquista del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) (https://www.noticonquista.unam.mx/ index.php/autor/344), narra que en el siglo XV las consecuencias de la pandemia de la peste negra fueron diversas y, en múltiples aspectos de la vida, más allá del factor demográfico.

“Puede señalarse, por ejemplo, la emergencia de una nueva conciencia sobre la fragilidad de la vida que tuvo su reflejo en el arte a través de las Danzas macabras, o en la necesidad de disfrutar el aquí y el ahora, en vez de tener la mirada puesta en el más allá.

“De igual manera –y en sentido contrario– la Iglesia respondió de manera global, al invitar a la gente a la búsqueda de Dios, a la penitencia, a la renuncia de los placeres y al cuidado de los huérfanos. A escala económica, si bien en los primeros años hubo una baja de la producción industrial y una contracción de la economía como consecuen-cia de la saturación de los mercados, los artesanos comenzaron a recibir mejores sueldos y los campesinos vieron mejorar levemente sus condiciones de vida frente a la falta de mano de obra, pues los señores sabían que debían cuidar a los sobrevivientes.”

En América, justo hace 500 años, continúa en su texto el especialista, “en el verano de 1520 se desató en Tenochtitlan la epidemia de viruela. Si hacemos caso a las fuentes cronísticas, fue traída a la Nueva España por un esclavo africano que venía con la expedición de Pánfilo de Narváez.

Frente a una población que desconocía dicha enfermedad y que no poseía, en consecuencia, los anticuerpos necesarios, la mortandad fue sumamente alta, las fuentes indígenas y españolas hacen eco de ello. Sabemos que una de las víctimas directas de la viruela fue el tlatoani Cuitláhuac, y con él numerosos miembros de la nobleza mexica; ello contribuiría a la derrota final un año después. La epidemia de viruela de 1520 no fue la única, y en años sucesivos distintas enfermedades recorrieron el territorio novohispano diezmando a la población indígena.

Sin embargo, detalla el investigador, si bien las poblaciones europeas también estaban sometidas a los estragos de las epidemias, particularmente de viruela, peste bubónica, gripe, tifoidea y escarlatina, fueron menos afectadas en Nueva España, precisamente, porque a lo largo de varios siglos habían desarrollado los anticuerpos necesarios para responder mejor a la enfermedad.

Al final, el remedio fue el aislamiento

Todo ello nos muestra, apunta Ríos Saloma en charla con La Jornada, que la famosa inmunidad de rebaño, de la cual hablan ahora los científicos, es importante para poder vencer la expansión del virus, o, en todo caso, el desarrollo de una vacuna.

Al final, como ocurre en estos días, durante la Edad Media “el único remedio fue el aislamiento: los ricos se fueron a sus casas de campo; los burgueses se aislaron en sus residencias y se prohibieron las reuniones de duelo para acompañar a los difuntos, así como las visitas a los enfermos.

“En el Decamerón, Giovanni Boccacio, quien vivió la epidemia en primera persona, cuenta que frente a esa calamidad hubo dos actitudes: la de aquellos que vivieron con moderación y sobriedad, ‘guareciéndose en pequeños grupos en las casas donde no había ningún enfermo’, y la de quienes, por el contrario, se entregaron a una vida disoluta y llena de placeres, pues consideraban que ‘el mejor remedio contra tan gran mal era el de beber mucho, el de cantar y divertirse sin cesar, el de ir y venir, satisfaciendo todos sus caprichos y riéndose de todo’.”

En la actualidad, el reto que tienen los gobiernos de todos los países es garantizar que el bienestar del ser humano sea generalizado, lo cual no se podrá lograr si sólo se benefician algunos sectores de la población, concluye el catedrático de la UNAM.