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Surcos de sangre
H

ace 48 años, en el lugar llamado Itia Te’e, asesinaron con piedras, palos y armas de fuego a Vicente Cuéllar de la Cruz y a Amado García Flores, dos principales del pueblo de Tierra Blanca. Despedazaron sus cuerpos con machetes y los llevaron rumbo a Lagunilla Yucutuni. Los enterraron en el campo, sin que hasta la fecha podamos recuperar sus restos. Esta herida, que sigue sangrando en el pueblo, se remonta a 1789, cuando se iniciaron las hostilidades con San Juan Huexoapa, municipio de Metlatónoc, por una disputa agraria.

Esa memoria nos lastima, porque son las huellas imborrables de un agravio que quiere arrancar nuestras raíces de este lugar sagrado. A más de dos siglos y medio seguimos resistiendo, en medio del fuego que ha quemado nuestras viviendas y cosechas. Los cerros y barrancas han sido nuestro refugio, y a pesar del peligro, seguimos atrincherados en la parte alta de La Montaña.

Este 2 de julio, más de 300 personas armadas entraron a nuestro pueblo formando dos frentes. Ellos sabían que el lunes 29 de junio iríamos a recoger elfertilizante a Cochoapa el Grande. Querían repetir su acción criminal como lo hicieron el 12 de agosto del año pasado. En ese día, los que sembramos fuimos por el fertilizante a la cabecera municipal, nos tomaron por sorpresa y entraron para quemar viviendas y vehículos, dejando herido a un joven que se quedó de guardia en la comisaría. En 2018 asesinaron a Félix Francisco y a Adrián Ortiz. Este rosario de asesinatos ha quedado en la impunidad.

Para evitar que se repitiera la agresión de hace un año, permanecimos en alerta tres días. Como vieron que estábamos en guardia, los de Huexoapa se organizaron con sus anexos y con gente de otros lugares para atacarnos. Llegaron abriendo fuego por la parte oriente y por el norte. No hubo forma de enfrentarlos, porque muchos moriríamos. Además, nos superaban en número y en armamento. Algunos corrimos al cerro y otros se guarecieron en sus casas con sus niños y esposas. Los compañeros que vigilaban desde la torre de la iglesia fueron bajados a golpes y a tiros. En la iglesia los mataron y los arrastraron por toda la cancha. Era imposible rescatarlos, porque las balas zumbaban por todos lados. Quemaron varias casas y camionetas para causar terror y sacarnos a punta de metralla. Los rastros de sangre de Santiago Cuéllar, Macario Gálvez y Maurilio de la Cruz surcaron el camino del panteón, por donde llegó la gente de Lagunilla Yucutuni, Llano del Nopal y Vicente Guerrero. Tememos que los hayan tirado al río o enterrado, como lo hicieron en 1972.

Hace dos meses y medio, antes del día de San Marcos, un grupo de personas realizó disparos contra los pobladores de Tierra Blanca, que preparaban sus tierras. Las ahuyentaron y prendieron fuego al cerro, quemando 50 hectáreas de bosque. El 27 de abril llegó una máquina para retajar el cerro Yuu Taka, con la intención de emparejar el terreno para fundar dos colonias de Huexoapa, a fin de colonizar el lugar y alentar la confrontación. El presidente municipal de Metlatónoc, en lugar de convocar al diálogo y la conciliación, atizó el conflicto enviando la máquina que estuvo resguardada por gente armada.

En esta disputa por 438 hectáreas hay mucha sangre derramada. Sangre inocente, como sucedió el pasado 20 de mayo, cuando personas armadas irrumpieron en nuestro territorio. Balaceaban a la gente que huía de sus parcelas. Ese día, el niño Benser Gálvez Francisco, de tres años de edad, que corría al lado de su papá, fue alcanzado por una bala que impactó en su cabecita. Don Felipe abrazó a su pequeño hijo, quien murió al instante. Son los surcos de sangre donde se siembra la discordia y se cosecha la muerte.

Más de 20 familias se han ido del pueblo, sobre todo quienes se han quedado sin casa y han perdido a un ser querido. Algunos se fueron de jornaleros agrícolas. Prefieren sufrir lejos de su tierra a que una bala les quite la vida. A pesar de que Tierra Blanca pertenece al núcleo agrario de Cochoapa el Grande, las autoridades nos han dejado morir solos. Hemos tenido conocimiento de que algunos comisariados se han desen­tendido del conflicto para favorecer a Huexoapa. Nos sentimos como una comunidad huérfana, porque nadie del gobierno se interesa por investigar esta violencia y castigar a los responsables. Sólo vienen a sacar fotografías para publicarlas en los periódicos. Sale caro pedir justicia en el Ministerio Público, porque hay que dar más dinero de lo que van a dejar los maleantes.

Lo primordial es encontrar a nuestros tres compañeros. Ésa es nuestra exigencia con el gobierno. No entendemos por qué permiten que haya gente armada que se ha dedicado a matar. Tampoco entendemos para qué sirven las Mesas de Coordinación para la Construcción de la Paz en Guerrero, que a diario realizan las autoridades municipales, con la policía y el Ejército, supuestamente para abatir la inseguridad y contener la violencia.

Por ser una comunidad pequeña del pueblo Na’Savi y por pertenecer al municipio más pobre del país, el costo de la discriminación lo pagamos con nuestra vida, y la lucha histórica por defender nuestro territorio está tapizada de balas. Por generaciones, los que somos de Tierra Blanca, no sabemos qué significa vivir en paz y sin hambre. Sabemos que la cizaña llegó de fuera, de quienes nos han gobernado y se han empeñado en dividirnos. En hacernos pelear por la tierra, que es nuestra madre. En alentar nuestras diferencias y vernos como enemigos, cuando somos de la misma estirpe. Ha podido más el odio, dispuesto a mancharse de sangre entre las mismas comunidades hermanas, que el interés genuino de construir una ruta para la reconciliación.

¿Hasta cuándo intervendrán las autoridades de los tres niveles de gobierno para atender nuestro reclamo? ¿Serán los surcos de sangre y la metralla que arrancan nuestras vidas el destino de nuestra comunidad? ¿Cómo garantizar la justicia a familias desterradas, amenazadas, asesinadas y que siguen sin saber dónde se encuentran sus muertos?

* Director del Centro de Derechos Humanos de La Montaña Tlachinollan.