Opinión
Ver día anteriorSábado 27 de junio de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Residuos, resabios y enredaderas
N

os disgusta la incertidumbre y la indeterminación.

Pero ahora lo que tenemos es una triple crisis. Todas, plagadas de incertidumbres. ¿Qué es el Covid-19, cómo se combate y cuándo tendremos los instrumentos para hacerlo? Dada la profundidad de la crisis económica como consecuencia de la pandemia, ¿cuándo retomaremos el crecimiento, cómo reducir la pobreza y atemperar la desigualdad? ¿Cómo está afectando la convivencia social la simultaneidad de ambas crisis? ¿Qué efectos tendrán en el ejercicio democrático?

Muchas preguntas y pocas respuestas. Hay, desde luego, proyecciones y previsiones para todo. Pero dado que la pandemia, la crisis económica y su impacto en la sociabilidad y en el ejercicio de la democracia se desenvuelven de manera simultánea y conectada, cobra importancia revisar someramente cómo estábamos antes de la crisis sanitaria.

Casi dos años después de que comenzó el gobierno y en medio de esta simultaneidad de crisis, pienso que los factores claves son: el ambiente social y político, y la situación que guarda el Estado.

Hay polarización en el país, pero es necesario diferenciarla en dos ámbitos. En el de la opinión pública existen segmentos polarizados a partir de estereotipos. En uno, todo lo que haga Andrés Manuel López Obrador conduce inexorablemente al debilitamiento de la democracia. En otro, toda crítica al actual gobierno federal proviene de los enemigos de la transformación. Se trata de minorías intensas, porque en el espacio público predominan posiciones matizadas, sustentadas en argumentos y no en prejuicios. Aun así, las posiciones extremas contaminan el espacio necesario que pudiera llevarnos a sólidas deliberaciones públicas que reconozcan la otra polarización.

La determinante. En el ámbito de las sociedades locales –urbanas y rurales– ocurre una verdadera polarización social, cuyas expresiones son los linchamientos, los ataques armados a comunidades, las guardias de autodefensa, las agresiones entre alumnos, la población desplazada por la violencia y los conflictos intrafamiliares. Particularmente, las agresiones contra las mujeres. Se presume la ausencia del Estado y se recurre a menudo a la justicia por propia mano.

El Estado autoritario. El Estado era fuerte gracias a un conjunto de acuerdos y pactos formales que tejía el presidente de la República en turno y ejecutaban sus distintos instrumentos de intermediación. A eso llamó Rafael Segovia los residuos institucionales. Durante los pasados 40 años éstos se han tratado de desmontar, aunque estuvieran insertos en el funcionamiento mismo de la maquinaria estatal. Se desarticuló el nudo estratégico del poder del Estado sin sustituirlo por otros mecanismos de gobernabilidad.

Los tres vagones. Hace algunos años, un fiscal del Tribunal Supremo de España utilizó un interesante símil. La locomotora México tiene potencia, pero avanza más lentamente porque arrastra tres vagones. En el primero va el de clase mundial, en el segundo la delincuencia y la corrupción, y en el tercero la pobreza y la desigualdad. Modificando ese símil diría que, rotos los acuerdos informales anteriores, quedan aún los residuos institucionales, pero acuerpados en otras instituciones formales. En el primer vagón van las instituciones que surgen durante el largo proceso de transición, desde el Banco de México y la Comisión Nacional de Derechos Humanos, pasando por el IFE-INE, y muchas otras. En el segundo viajan los resabios institucionales: las formas de acuerdos informales que eran sólido sostén, señaladamente en las relaciones del gobierno con el gran empresariado, plagadas de contubernios y privilegios fiscales, y de acceso privilegiado a la información. En el tercero las instituciones orientadas a administrar la pobreza y el conflicto social con las clases subalternas.

El punto clave es cómo desenganchar el segundo vagón para realmente jalar al tercero sin destruir la locomotora.

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