Opinión
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Capitulación nacional
E

s contundente saber que las series estadísticas de los decenios pasados no muestran bajas consistentes en la criminalidad. Todos estamos en un aprieto mayor. Es de ahí que estemos cometiendo un error al incorporar al lenguaje común de manera irreflexiva y reiterativa palabras o conceptos que, si bien pueden ser válidos, deben sopesarse antes de su uso por ser terriblemente corrosivos. Al ahora experto de la OMS, doctor López-Gatell y a la Guardia Nacional se les ha tomado como hidras a descabezar.

De la Guardia Nacional se desdeña conscientemente su cometido que es paliar el problema nacional más agudo y persistente en décadas. Gravamen heredado por todos. De manera poco sobria se asocia a ideas de derrota, error, falla, fracaso. Si la intensión es corroer el ambiente, el juicio sereno y el esfuerzo comunitario, pues ¡adelante!

El cúmulo de injurias, obscenidades y escasas sugerencias, da la impresión de un apasionado altercado ante un en-cuentro de futbol en el que, a la gente en las gradas, olvidándose del partido, le importa más los sesgos dramáticos que se den, apasionantes y consecuentemente ciegan toda razón. Así es el deporte. Esas actitudes pueden ser propias de un juego, pero no para analizar y canalizar esfuerzos ante un trágico conflicto nacional.

Interpretando a Freud: ¿estaremos padeciendo un deseo de morir? Quizás experimentemos placer con el fracaso. Puede haber un oscuro deleite en el sufrir, en ver caer reales o supuestos ídolos. Tal vez esa sería la explicación individual. Lo que se torna más enmarañado es si así se quieren explicar ciertas conductas grupales.

Redes y no redes hablan de derrota como si fuera la desgracia del de enfrente, como si no fuéramos en la misma arca, cuyo destino determina al de todos. La otra explicación, y no se ven más, sería la arrogancia del saber, alimentada por el sentimiento de estar fuera de la cancha en un partido que es insostenible sin su talento.

No se propone acallar la crítica, nunca. Toda disidencia es bienvenida, toda crítica se basa en derecho y es siempre constructiva, es un derecho civil, pero en tiempos extremos se demanda sensatez. Es esencial en una comunidad que busca ser democrática. No se invita a elevar incienso a ningún altar, pero se rechaza incendiar el templo.

De la Guardia Nacional y del decreto acompañante, emblema de la militarización, es saludable señalar las fallas en su concepción jurídica, su diseño y sus improvisaciones. En esa crítica práctica y propositiva es de tomarse en cuenta el entorno político y social de su momento primario y del año que ha seguido:

1. Una violencia cuyo crecimiento nadie valoró entonces ni se prevé hoy. Seguimos hablando de la catástrofe probable y no somos capaces de especificarla.

2. Las migraciones centroamericanas sorprendieron y confundieron a todos, el primero: el gobierno.

3. La violencia del presidente de stados Unidos, Donald Trump, y su amenaza arancelaria.

¿Inaceptables esos hechos como precipitadores del emblema Guardia Nacional? Es una discusión ajena. Su análisis corresponde ya a situaciones rebasadas, cuyo estudio sea referencia y no factor de más perturbación.

Hay fórmulas que se instituyeron hace 35 años, que se desatendieron o se desintegraron y siguen siendo ineludibles, y sustantivamente un mayor objetivo sería enlazar a la seguridad pública con la procuración de justicia.

Hace 35 años estábamos en el kilómetro cero. Terreno recién despejado con una limpia institucional. Desaparecieron cuerpos policíacos de conducta criminal, se había despejado el ambiente de entidades podridas, arado y sembrado con fórmulas nuevas. Hoy la situación es totalmente distinta, terriblemente agravada.

Sin despreciar lo alcanzado hoy, se exige eficiencia en una contextura desfavorable en todos sentidos: hay requerimiento de inmediatez cuando aún no se ha definido un modelo de las policías apropiado, cuando el poco aprecio social dificulta el reclutamiento, con retrasos impresionantes en la educación policial y recursos presupuestales escasos como nunca. Vivimos en una situación de apresamiento entre la urgencia y el cambio metódico. Todo urge, nada puede esperar, pero bien sabemos que esa ruta es inconducente.

Es por esto que el alarmismo que asusta resulta preocupante, pareciera que su meta es transmitir encono, animadversión. No hay exageración en decir que es espeluznante pensar a lo que puede conducirnos la desintegración nacional que se percibe: Una forma de clima político y social que parece anunciar un ambiente de creciente anarquía.

Todos tienen razones para inconformarse, el llamado sería a que todos colaboren con voz no con enojo. La crítica es una virtud de la democracia, pero con la ética que se exige. Debe ofrecerse con ponderación, objetividad, certidumbre y propuestas alternas.

Una capitulación nacional está a la vista. Es ante esta idea que adquiere fuerza la propuesta de cohesionar ideologías, escuelas de pensamiento y toda la fuerza nacional como única forma de evitarla.