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Ver día anteriorMiércoles 27 de mayo de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Mientras tanto, en Europa...
E

ste domingo llegó el primero de cinco buques cisterna, cargado de gasolina, de Irán a Venezuela. El país con mayores reservas petroleras del mundo importa combustible y recibe el gesto solidario de la hermana república con grande agradecimiento y entusiasmo. Los venezolanos pagan la gasolina más barata del mundo, y llevan así tantos años que consideran que la gasolina casi regalada es prácticamente un derecho ciudadano. Para ellos la gasolina debe ser libre, como el aire, porque a lo largo del siglo XX y XXI su patria se construyó con el lema de sembrar el petróleo. El petróleo era, entonces, la base de la riqueza colectiva. Un bien público indispensable.

Curiosamente, al día siguiente, lunes, apareció otra noticia, algo contrastante, y es que, en apenas dos años, la Unión Europea ha multiplicado (¡20 veces!) su inversión en la producción de autos eléctricos, pasando de 3.2 mil millones de euros en 2018 a 60 mil millones este año. A estas sumas, cuyo abultado monto ha dejado atrás a las inversiones chinas y estadunidenses en este rubro, se le agregan una cadena de inversiones suplementarias en tecnologías de almacenamiento eléctrico (baterías), al son de otros 900 mil euros, en tanto que una empresa china –la CATL– invierte otros 1.8 mil millones de euros en una fábrica de baterías en Erfurt, Alemania.

El ritmo de estas inversiones en autos eléctricos no se ha detenido con el Covid-19, a pesar de la caída de casi 30 por ciento que ha habido en ventas de autos en Europa durante el primer trimestre de 2020. El misterio de este aumento sostenido en las inversiones en automóviles eléctricos en Europa se explica así: el sistema regulatorio de la Unión Europea (UE) se ha tomado en serio los compromisos adquiridos de reducir emisiones de carbono, por su adscripción a pactos internacionales como el Tratado de París. De modo que, aunque el virus de momento ha reducido la venta de autos, la reconversión a energía eléctrica va, porque es un proyecto fundamental con el que está comprometida la UE.

¿Qué significa esto para el futuro del mercado petrolero? Todavía no se sabe a ciencia cierta. Existen demasiadas incógnitas para hacer alguna predicción segura, según alcanzo a entender. Si Joseph Biden ganara la elección estadunidense, por ejemplo, la reconversión de la industria automotriz en Estados Unidos se sumará al buen ejemplo europeo, y lo hará a paso redoblado, en tanto que una relección de Donald Trump significaría la prolongación del uso desenfrenado y pernicioso de hidrocarburos en ese país. Por otra parte, la estrategia de China frente a la reconversión de la industria automotriz seguramente será sensible a esta dimensión geopolítica, aun cuando ese país ha estado, en principio al menos, interesado en esforzarse por reducir sus emisiones de carbono, debido a su preocupación por los efectos internos del cambio climático en la propia China, así como por su dependencia neta en la importación de petróleo.

Como sea, y aun a pesar de esas y otras incógnitas, pareciera que, incluso si Europa se quedara sola en su gran apuesta por producir y adoptar masivamente vehículos eléctricos, esa decisión por sí misma repercutirá de manera importante en los mercados petroleros, y algunos de los proveedores más importantes de Europa, como Rusia, Iraq, Arabia Saudita, Kazajistán o Nigeria, tendrán que competir por conquistar mercados alternativos. En un encuadre así, el horizonte exportador de Pemex (que, por cierto, acaba de declarar una reducción en sus ingresos por exportaciones en el pasado abril de casi 50 por ciento) pareciera bastante incierto. Finalmente, Pemex tiene ya bastante competencia en el propio continente americano, como Estados Unidos –que es hoy el mayor productor del mundo– Canadá, Brasil, Venezuela y Ecuador que pueden atender muchos de los mercados de nuestra región. Y si Rusia y los países de oriente medio pierden mercado en Europa en los próximos años, parece razonable imaginar que voltearán en la dirección de Asia, en competencia con posibles exportaciones mexicanas.

Dada la tendencia a comprometerse con la reducción de emisiones –tan acelerada en Europa, pero que posiblemente se fortalezca en el futuro en Estados Unidos y en Asia– la apuesta petrolera mexicana parece estar dirigida principalmente a poder satisfacer el mercado interno y a cimentar la llamada soberanía energética. Para recaer en la metáfora que ha usado el Presidente respecto de su apuesta por la refinación de gasolinas: Si tenemos naranjas, debemos fabricar jugo de naranja. Hasta cierto punto tiene razón, pero tal parece que se está reduciendo el mercado internacional de jugo de naranja, y ahora habrá que cuidarse de que México no termine tan adicto a las naranjas que las consideremos una parte medular de la identidad nacional, o de los derechos ciudadanos –como ocurre en Venezuela–, y que desarrollemos alegremente una dependencia desmedida en una fuente energética que, a diferencia de las naranjas, es al final mala para la salud y para el ambiente.