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¿La fiesta en paz?

¡Salud, Genaro Salinas, insuperable voz y congruente torero del amor!

C

omo en el toreo, en el resto de las expresiones estéticas hay artistas que, a pesar de sus numerosas cualidades y evidente talento no logran romper la insensible muralla de la estupidez. Si a tamaño obstáculo se añaden los complejos, la grilla, el amiguismo y la desmemoria, la suerte de esos brillantes exponentes está echada, no obstante sus reiteradas capacidades y probadas dotes. La sólida tradición de desaprovechamiento de recursos humanos y naturales de algunos pueblos, alcanza entonces niveles de inconcebible humillación y generalizado aturdimiento.

Tal es el penoso caso, entre muchos, del extraordinario tenor mexicano Genaro Salinas –Tampico, 19 de septiembre de 1918-Caracas, 28 de abril de 1957–, cuyas excepcionales virtudes como intérprete y cantante de boleros nunca contaron con la suficiente valoración, estímulo y promoción del sistema imperante en su país de origen, mientras que en otras naciones llegó a convertirse en auténtico referente musical. Por acá, la envidia de unos y la falta de visión de otros, incluidas las disqueras, lo obligaron a buscar escenarios menos contaminados en Cuba, Argentina o Venezuela, auténticos paraísos e infierno de su existencia como artista consciente de su valía.

A los 21 años, Genaro casó con la joven tampiqueña María de la Luz Herrera, con la que procreó dos hijos. A principios de los 40, luego de grabar para RCA Victor, conoció en La Habana a la cantante Malena de Toledo, inspiradora del genial tango Malena, y enamorados se fueron a radicar a Buenos Aires, donde los triunfos del mexicano se sucedieron, hasta que... en los estudios de Radio El Mundo conoce a una joven actriz, hallazgo y perdición de su atribulado corazón: Zoe Ducós, quien literalmente lo llevó del éxtasis a la agonía, pues ella tuvo la ocurrencia de casarse con el oscuro jefe de la policía política del entonces dictador venezolano Marcos Pérez Jiménez, cuyos sicarios asesinaron a Genaro a los pocos días del fallecimiento de Pedro Infante, por lo que su muerte apenas se difundió en México. Malena consiguió llevar sus restos a Buenos Aires, donde hoy ambos, unidos para siempre, descansan en el Panteón de los Artistas del Cementerio de la Chacarita.

¿Y de toros? Ah, pues Genaro Salinas es el mejor intérprete de pasodobles que ha existido en el planeta, incluido ese monumento a la identidad inspiradora que es Silverio, de San Agustín. Legiones de intérpretes han acudido a esa maravillosa combinación de melodía y letra, pero en la voz de este Salinas ambas no pueden ser más naturalmente intensas. Si bien el despliegue vocal e interpretativo de Genaro alcanza niveles insuperables en su versión de Cuerdas de mi guitarra y, particularmente, en el portentoso final de Novillero –escuchen, toreros, lo que es sentir y hacer sentir–. Grabó asimismo Adiós Lorenzo, La muerte de Balderas y Oreja de Oro, entre otros, así como infinidad de boleros y finas canciones sudamericanas. Al decir de conocedores, lo que resulta la culminación del llamado bolero moruno o de aires agitanados es Como el agua del río, con otro remate inmejorable.

¿A qué atribuir el auge de magníficas composiciones musicales taurinas de los años 30-40 en México? Al sólido posicionamiento de la fiesta de los toros entre las pocas opciones de espectáculos y a la variedad de personalidades inspiradoras y de tauridades o encastes comprometedores. Este martes, celebremos, pues, el 63 nacimiento a la inmortalidad de Genaro Salinas, El tenor de la voz de oro, escuchándolo y compartiéndolo. Es el Giuseppe Di Stefano del bolero.