Editorial
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Luis Almagro, el otro virus
E

n medio de la creciente preocupación por el coronavirus, que había llevado a representantes de 17 países latinoamericanos y del Caribe a solicitar –sin éxito– el aplazamiento de la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA), el uruguayo Luis Almagro fue relecto como secretario general de esa entidad panamericana, cargo que contra viento y marea viene desempeñando desde 2015, cuando remplazó al chileno José Miguel Insulza.

Los abundantes señalamientos condenatorios que recibió la gestión de Almagro (un buen número de organizaciones sociales opinaron, con distintas variantes, que en lugar de promover la paz, la solidaridad y la integración de las naciones fue uno de los mayores factores de inestabilidad, división y confrontación en el continente) no impidieron que 23 de los 34 países integrantes del organismo votaran por la relección. Otros 10, en cambio, lo hicieron por la ex canciller ecuatoriana María Fernanda Espinosa, una diplomática que en el periodo 2018-2019 llegó a presidir la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y a la que quienes la votaron (México entre ellos) veían capaz de limar las asperezas que las a menudo torpes declaraciones de Almagro provocaron en la OEA. La suma de los votos da 33, porque el representante de Dominicana no estuvo presente en la elección. Cerca de la sede del organismo continental –que está en Washington– el primer mandatario estadunidense Donald Trump debió frotarse las manos satisfecho, porque el relecto era, sin ninguna duda, su candidato. A principios de este año, el inefable Mike Pompeo, secretario de Estado de EU, dijo que el uruguayo sí capta los valores de la libertad y la democracia

Es cierto que la OEA, desde su creación en 1948, siempre fue funcional a los intereses de los sucesivos presidentes estadunidenses, avalando desde la expulsión de Cuba hasta las distintas intervenciones armadas de Estados Unidos en la región, pasando por el reconocimiento a gobiernos mal vistos por la Casa Blanca, a los que en su anacrónico discurso califica de comunistas. Pero no por ello ha dejado de existir el anhelo, hasta ahora siempre frustrado, de que algún día la organización sirva para lo que su Carta constitutiva dice que tiene que servir (lograr un orden de paz y de justicia, fomentar la solidaridad, robustecer la colaboración y defender la soberanía, la integridad y la independencia de los países miembros, entre otras cosas que rara vez hace).

Ha sido precisamente la retórica anticomunista de Almagro la que ha sembrado la semilla de la discordia en la jurisdicción de la OEA, al decir por ejemplo que el verdadero golpe de Estado en Bolivia no tuvo lugar con la ascensión al poder de Jeanine Áñez, sino que lo dio Evo Morales cuando ganó las elecciones, o que las protestas en Chile contra el gobierno de Sebastián Piñera eran consecuencia de nocivas influencias extranjeras y no del descontento popular.

Por eso enaltece a la diplomacia mexicana, y le da el brillo de sus mejores tiempos, la intervención de la embajadora de México en la sesión del Consejo Permanente de la OEA, al decir que con la relección de Luis Almagro la OEA no celebra nada (...) excepto el triunfo de las malas prácticas democráticas y de la confrontación entre los Estados.