Opinión
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Albert Camus y las epidemias
A

lbert Camus tenía la certeza de que no se piensa más que por imágenes. Para hacer filosofía debían escribirse novelas. No es casual que su narrativa contenga imágenes poderosas: como aquella de El extranjero de una playa de calor sofocante, un sol molesto y un reflejo que deslumbra; o las ratas muertas en La peste que marcan el inicio y el fin de la novela.

Julio Cortázar, traductor y lector atento de sus obras, percibió un rasgo no menos importante en los libros del escritor emblemático de la filosofía del absurdo: creía que ‘‘ya no era posible respetar como se respetó en otros tiempos al escritor que se refugiaba en una libertad mal entendida para dar la espalda a su propio signo humano, a su pobre y maravillosa condición de hombre entre hombres, de privilegiado entre desposeídos y martirizados’’.

Si El extranjero le permitió reflexionar sobre los descolocados por el avance tecnológico, La peste le permitió plantear a través de una narrativa intensa y directa sobre el absurdo cotidiano, sobre la ausencia de leyes históricas o de algún posible orden, como apunta Cortázar en una larga carta a Roberto Fernández Retamar del 10 de mayo de 1967. Un loco podía desatar una guerra de exterminio o una epidemia trastocar la vida de una sociedad.

En La peste invita al lector a pensar en los límites: en el de la vida marcada por un enemigo invisible y el impuesto por un cerco sanitario que aisló a los habitantes de Orán.

La peste es la imagen de lo absurdo, de la muerte, del mal inevitable. Consume a todos, los hace comulgar en la atmósfera del miedo, la resignación y también de la solidaridad sin recompensa. Ateos y creyentes enfrentan al mismo enemigo y su difícil solución; niños y viejos, solitarios y enamorados pierden el sentido del futuro y de su pasado que se va borrando día con día, por un arrollador presente.

En la novela están las miserias y los egoísmos, la avaricia inútil, la prensa sin rigor, la autoridad cuestionada cotidianamente por los hechos. Pero también está el sentido de lo humano, la solidaridad espontánea, la gana de sobrevivir como especie, como pequeño grupo, como un yo colectivo en los mejores casos.

El cronista de la tragedia resume lo dicho en una frase de oro: ‘‘En el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio’’.

Más allá de la reflexión filosófica Camus nos da cuenta de las otras expresiones del aislamiento que muchas veces los expertos no consideran en las epidemias: los impactos en la merma en bienes materiales esenciales, en los modos de subsistencia de la gente común, en la precariedad de los sistemas de salud para enfrentar esas contingencias, en la vulnerabilidad siempre de los más pobres y de aquellos que vivían en grupos como religiosos, presos y soldados.

El destino común de la tragedia nos acerca a otros. A los que no vimos durante años y a los que nos habían visto.