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Basta de impunidad
“Justicia, no cachitos de Lotería”
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▲ A la marcha para exigir justicia y fin a la violencia asistieron miles de mujeres de todas las edades.Foto María Luisa Severiano
 
Periódico La Jornada
Lunes 9 de marzo de 2020, p. 3

Como una fecha de colosal rebeldía se recordará este 8 de marzo. El mero acto de salir miles de mujeres a tomar las calles y soltar a voz en cuello su hartazgo por la violencia que las convierte en víctimas cotidianas la marcará indeleble en el almanaque violeta.

Miles y miles. Ellas, infinitas, rabiosas, indignadas, reclamantes, gozosas, denunciantes, asustadas, destructoras, creativas. Ellas desde sus mantas, sus coros, sus consignas, sus brincos, sus marros y latas de pintura. Sus formas infinitas y cariñosas de cuidarse a sí mismas y a sus compañeras. De llevar el teléfono anotado en el brazo como elemental medida de precaución.

Ellas arengando ante la policía: ¡No es violencia, es resistencia. Fuimos todas. No las toquen!, aunque por lo bajo reprueben a quienes se desbordan de rabia.

Porque el de ayer fue un clamor de tal potencia y tan variadas las formas de expresión que incluso el arrebato y el reclamo por justicia podían contradecirse al mismo tiempo. ¡No violencia!, pedían las oradoras del mitin formal de espaldas a Palacio Nacional.

¡Somos malas y podemos ser peores, y al que no le guste, se jode, se jode!, respondían con sus latas de pintura, marros y rostros cubiertos las mujeres vestidas de negro en su irrefrenable furia.

Ellas, jovencísimas. Eran decenas. Su temeridad. Esa apetencia por destruir todo lo que les queda al paso. Y lo hicieron desde el mismo Monumento a la Revolución. No hubo previsión protectora –vallas metálicas– para el sacrosanto recinto de la Catedral, los inmuebles históricos como la sede del Monte de Piedad o el mismo Palacio Nacional, los monumentos, las tiendas donde no dejaran su impronta, donde no pudieran desprender, romper, pintar, quemar…

Aunque hubo salvedades. Cuando llegaron lata en ristre a Vallenti Collezione, sobre 5 de Mayo, una mujer tomó su propia voz y las encaró. ¡Aquí no! Los hombres que la acompañaban permanecieron mudos. El conflicto se dirimió en un santiamén.

Apenas daban las 10 de la mañana y los grupos ya se formaban. Llegaban presurosas y uniformadas casi todas. Algunas preparaban ahí mismo sus carteles, otras se pintaban símbolos en la cara y se aprestaban a una jornada larga y fraterna. Nadie se empujaba, no agandallaban y ante cualquier choque accidental se ofrecían disculpas. A todas las movía el mismo fin.

Y luego, durante su andar, de muchas maneras se escuchó clarito: “¡queremos justicia no cachitos de Lotería!”

En ese preámbulo, otro grupo sin membrete, sólo amigas que se fueron haciendo sobre la marcha, dieron un giro innovador a su presencia. Especialistas algunas en diseño gráfico, impartieron talleres y armaron grandes letras en sténciles para escribir sobre la plancha del Zócalo los nombres de víctimas de feminicidio que pudieron recopilar entre 2016 y 2019. En torno al asta bandera dividieron su labor en cuadrantes y pusieron en blanco su homenaje.

En esas estaban cuando de pronto llegó una docena más. Ellas de pantalón blanco y playera morada. No se conocían ni sabían su procedencia. Sólo se presentaron y pidieron sumarse a la tarea. Luego contarían que decidieron trabajar por su cuenta porque el gobierno capitalino puso fin a la Red de Mujeres por la Igualdad y la no Violencia donde estaban empleadas en distintas alcaldías.

“Queremos seguir haciendo lo que sabemos. Seguir con las pláticas, el diálogo con las mujeres y decirles ‘no es cierto (como dicen los hombres) que como eres mi esposa te puedo golpear o porque soy tu jefe tienes que hacer lo que yo quiera’”, explicó Celia con premura para sumarse a la tarea de pintar más nombres. Porque ahí estarían de nuevo, porque era la forma de tenerlas presentes.

Ya con los contingentes de la vanguardia dificultosamente organizados y protegidas por el cordón de seguridad que otras mujeres conducen con gran celo, las organizadoras hacen un grupo para dar a gritos la cuenta regresiva a las 2 de la tarde (y de paso romper el estereotipo de la impuntualidad femenina).

Al llegar al momento preciso lanzan su grito de batalla y enfilan: Alerta, alerta que camina, la lucha feminista por América Latina. Y no pararían de marchar hasta cuatro horas después cuando el último contingente llegó al Zócalo.

Sobre la avenida Juárez, a un lado de su hija, doña Eugenia Arciniegas porta una cartulina color de rosa. Tercera edad. Jubilada y aterrada por lo que vivimos las mujeres. Y después se confiesa asidua participante en estas actividades, sobre todo para hacer una protesta enérgica a las autoridades por hacer caso omiso a la violencia contra la mujer.

En el trayecto surgen de pronto nubes de diamantina morada y los aplausos suenan solidarios y cariñosos cuando la vanguardia llega al embudo que se forma en la avenida Juárez con Eje Central para doblar hacia 5 de Mayo, porque la peatonal de Madero fue cerrada.

A lo largo del camino, nunca tan reservados, serios y discretos, numerosos hombres observan la marcha desde las banquetas.

Y ahí sí, ni el menor intento por fanfarronear, provocar u hostigar. Claro, hasta que algunos provocadores pro vida las retan en la Catedral y despliegan una gran manta donde aseguran que el primer feminicidio es abortar.

Pero también otro hecho fue real: muchos hombres que por trabajo o solidaridad con las mujeres quedaron en la mira de algunas intolerantes fueron agredidos, correteados… y hasta bañados en pintura.