Opinión
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Felguérez: el artista como constructor
E

l helicóptero se desplomó durante los ensayos. Las aspas golpearon con fuerza el agua y cuando el aparato se hundió en la alberca provocó una gran ola. Por fortuna el helicóptero no explotó. El grito inicial de algunos terminó en un rumor de voces de quienes miraban con asombro cómo salían del agua los tripulantes.

Después de comprobar que nadie estaba seriamente lastimado, Manuel Felguérez y Alejandro Jodorowsky decidieron continuar con el happening. No fue el primero ni el último que hicieron, pero sí el más escandaloso.

Si querían llamar la atención al inaugurar el mural de cien por cinco metros en el Deportivo Bahía, lo habían logrado. Gelsen Gas, responsable del Bahía, había encargado a Felguérez el mural. No tenía presupuesto pero sí las ganas de embellecer el lugar con la obra de uno de los nuevos artistas mexicanos.

Miembro de la Generación de la Ruptura al lado de Lilia Carrillo, Alberto Gironella, Vicente Rojo, José Luis Cuevas y Fernando García Ponce, Felguérez se había distanciado de la llamada escuela mexicana para hacer un arte moderno marcado por las vanguardias de los primeras décadas del siglo XX. Como sus compañeros, quería hacer a un lado la pedagogía del arte público emprendido por el muralismo impulsado por Rivera, Orozco y Siqueiros.

Felguérez se distanció de los temas de la Escuela Mexicana, pero siguió a los muralistas en su gana de hacer algunas de sus obras en lugares públicos. Tenía claro que si exponía en una galería verían su trabajo 40 personas en la inauguración (‘‘veinte amigos y veinte familiares’’) y en un cine como el Diana, donde instaló otro de sus murales, el flujo de personas que asistían al cine se contaba por miles.

Para hacer su mural en el Bahía, con más ganas que presupuesto, Manuel fue varios días a La Merced a las cuatro de la madrugada en el camioncito del deportivo a recoger conchas de ostión y madreperla. En un pozo lleno de cal limpió cientos de conchas y fueron tantas que le alcanzaron para hacer otros dos murales y una fuente.

El día de la inauguración su amigo Jodorowsky, con quien había montado varias obras de teatro, quiso hacer un happening. Convocaron a los actores con los que trabajaban para que, en los vestidores del balneario abiertos, hicieran lo que quisieran a la vista del público. Jodorowsky leería el poema ‘‘Canto al océano’’ de Lautréamont pero, para hacerlo más espectacular, contrataron un helicóptero para que la voz llegara de lo alto pero en los ensayos, como vimos, el helicóptero se desplomó.

El escándalo les divertía y les atraía reflectores. Varias de las obras de teatro que montaron se las clausuraron e incluso una, La ópera del orden, ni siquiera les permitieron estrenarla. La clausuraron antes de levantar el telón.

Pocos artistas han animado tanto la mesa de la cultura en el último medio siglo como Manuel Felguérez. Su Museo de Arte Abstracto en Zacatecas, su exposición Trayectorias en el MUAC, sus incursiones en el mundo binario de las computadoras, sus diálogos plásticos con la estética industrial, sus máquinas eróticas, su mural en la ONU, su archivo que donará a la UNAM, sus murales rescatados aquí y allá, seguirán mostrándonos que los artistas son unos constructores, unos creadores de espacios dentro del espacio que nos hacen sentir y pensar, mirar al mundo de otra manera porque entre el cielo y la tierra siempre existen más cosas que las que podemos imaginar.