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El estante de lo insólito

Casablanca: la historia para siempre

Mientras en el mostrador los cines / venden la noche al menudeo / un beso de celuloide se escurre en tu recuerdo. Germán List Arzubide. Cinemática

El aroma de un clásico

S

iempre se afirma que es imposible predecir un clásico. Tal vez, con los cálculos y movimientos adecuados en la industria, algún productor o un estudio consigan filmar un éxito taquillero, pero a pesar de su momento glorioso en la venta del boletaje, en el futuro podría ser un título más. Un clásico es otra cosa. Por eso son pocos. Sabiendo que manejaba un elenco estelar y una buena historia, con rodaje internacional y el mejor equipo técnico del mundo, el cineasta húngaro Michael Curtiz (nació en Budapest cuando aún existía el imperio Austro-Húngaro) aspiraba a realizar un filme apreciable y exitoso comercialmente, demanda más importante del estudio de producción Warner Brothers. Pero cuando la claqueta marcó la filmación de la primera escena se gestó otra cosa. Hay muy pocos cinéfilos a los que la cinta no les provoque algo especial, pese a cumplir modelos tradicionales con arquetipos de buenos y malos, escenas románticas sin la mejor lógica o que se despiste la verosimilitud de muchos elementos en favor de la concreción narrativa, Casablanca es una película siempre atractiva, de esas que todo amante del cine ve más de una vez.

El guion perfecto

Los gemelos Epstein se hicieron cargo del guion que originalmente se concibió para la obra de teatro Everybody Comes to Rick’s, que escribieron Murray Burnett y Joan Alison. Las modificaciones son tan sustanciales que los que conocieron el tratamiento original de la historia dicen que quedó poco. Pero, ¿de qué se trata? Viajeros de todo el mundo, particularmente europeos, buscan el ansiado visado para salir hacia Estados Unidos y librarse de la guerra que incendia el viejo continente. Como punto fuera de las líneas de combate, pero aún lejos del peligro, muchos se estancan en Marruecos, particularmente en el Rick’Café, sitio de juegos clandestinos y tráfico apenas encubierto (visados falsos, cambio de dólares…) donde su propietario mal encarado, modales de piedra, inteligencia de general en acción y encubierto corazón de pollo, Rick (Humphrey Bogart), exiliado idealista, hace de intermediario, protector y, llegado el caso, ejecutor de acciones que definen el futuro de muchos.

La película tiene el humor de poner al corruptísimo, simpático y deleznable seductor capitán francés Louis Renault (Claude Rains) a operar como cacique independiente que apenas inclina las insignias lo necesario para que no lo arrollen los militares nazis, pero que usa su poder para intimar con mujeres o cobrar sobornos. Obligado a clausurar el café sin motivo, Renault dice que ha sido informado que ahí se juega. Con la misma naturalidad y buenas maneras, acepta las ganancias de sus propias apuestas.

En la cinta de Spike Jonze, Ladrón de orquídeas (2003), el pedante guionista consagrado Robert McKee (Brian Cox) dice al aspirante al éxito argumental (Nicholas Cage como alter imaginado del guionista real Charlie Kaufman), quien tiene un mellizo, que los gemelos Epstein hicieron en Casablanca el mejor guion de la historia (best script ever). Como los hermanos trabajaban simultáneamente en otros proyectos del estudio, Howard E. Koch también laboró en el guion, pero se dice que sólo participó, ya que lo más importante fue obra de los Epstein.

Con la guerra de fondo

Es interesante y se pretende simbólico de la resistencia ideológica y militar contra el nazismo que los asistentes al café canten La Marsellesa (aún los no franceses) para contrarrestar la euforia de los cantos que emprenden los ocupantes nazis. La mayoría consigue que los alemanes callen y se hunden furiosos en sus sillas. Jamás hubiera ocurrido realmente (es más posible que hubieran disparado contra el súbito coro), pero es uno de los momentos que la gente siempre recuerda, como esta idea de que la mayoría unida siempre lo puede todo. La mayoría buena, claro está.

Aquí es fundamental entender que el estreno de la película se hizo en 1942, cuando las hostilidades de la guerra en Europa formaban parte de las noticias cotidianas. Es un tema demasiado fuerte para la sociedad de su tiempo. Pero el romance cumbre, los desdenes heroicos del formidable antihéroe que es Rick, la complicidad de Renault y la incertidumbre del desenlace, siempre amenazado por el gran villano Heinrich Strasser (Conrad Veit), exaltan los arquetipos y la emoción en butaca; no es seguro que los buenos triunfen.

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▲ Ilustración Manjarrez / @Flores Manjarrez

Los temas eternos

Ilse (Ingrid Bergman) y Rick vivieron un romance de época en París hasta el momento de la ocupación. Fascinados uno por el otro, viven para encantarse y la ciudad les queda chica. Todo se admira entre los brumosos recuerdos de él (yendo y volviendo en disolvencias), donde se incluyen una toma con pantalla de fondo (back projection) mientras conducen y que, increíblemente, tiene un cambio en las imágenes (¡cambia el paisaje en el que estaban!) como recordando al espectador que lo que ocurre detrás de ellos no es real, como lo que recuerda Rick, como la cinta que es ensoñación de una realidad imaginada. Ese momento es tan fabuloso como extraño, porque trastoca todo el piso de lo que se quiere real en la formalidad narrativa. Queremos que nos crean, pero esto es una ficción. Los amantes quedan expuestos y separados, cumpliendo la norma de la típica pareja contra el destino, como Romeo y Julieta, y tantos otros. Pero ella desconocía que su pareja, el líder de la resistencia contra los nazis Víctor Laszlo (Paul Henreid), estaba vivo. Al saberlo, no es capaz de continuar con ese amor que se torna prohibido.

Los herederos y los mitos

Es tal el gusto por la cinta, que ya parece que todo viene de ahí. Desde que los rasgos del mercader Ferrari (Sydney Greenstreet) inspiraron la creación de Jabba The Hutt, hasta la manifiesta influencia en los amores culposos de la estupenda cinta homenaje Play it Again, Sam (Herbert Ross, 1972), donde Allan (Woody Allen) imagina a Bogart dándole consejos para la correcta conquista, el cine mundial sigue repitiendo escenas y diálogos del filme.

El director Michael Curtiz había dirigido cuatro años antes de Casabalanca otra especie de clásico: Las aventuras de Robin Hood, cinta que inmortalizaría a Errol Flynn y que inspiraría andanzas de espadas en muchos realizadores (entre ellos George Lucas). Emir Kusturica la pondera siempre y suele dirigirse afectuosamente al público en los conciertos de su banda The No Smoking Orchestra con la frase inmortal de la película: This is the bengining of a beautiful friendship (Este es el principio de una hermosa amistad) .

Como ocurre siempre con una película de tanta importancia, los mitos la rodean. Que si en realidad tal papel era para este otro histrión; que el elenco no sabía cuál sería el final de la cinta ya caracterizados y con cámara andando en el set de filmación; que qué hubiera pasado si Frank Capra acepta dirigirla, lo importante es lo que puede verse. Aunque para algunos no es una joya, como para Humberto Eco, quien escribió en Casablanca o el renacimiento de los dioses.

“En esta orgía de arquetipos sacrificiales (acompañados por el tema de la relación amo-siervo, a través de la relación entre Boggie y el negro Dooley Wilson) se inserta el tema de amor desgraciado. Desgraciado para Rick, que ama a Ilse y no puede tenerla; desgraciado para Ilse, que ama a Rick pero no puede irse con él; desgraciado, en fin, para Víctor, que comprende que no ha conservado verdaderamente a Ilse (…) Sobre el fondo de estas ambigüedades en cadena, se encuentran los caracteres de comedia: o todo bueno o todo malo. Víctor juega un doble papel, agente ambiguo en la relación erótica, agente claro en la relación política: él es la Bella contra la Bestia Nazi. El tema civilización contra barbarie se entremezcla con los demás, a la melancolía del retorno de la Odisea se une la osadía bélica de una Ilíada en campo abierto”.

Con sus contradicciones y puentes falsos, Casabalanca sigue siendo uno de los grandes momentos del cine. Perdura en el gusto, en la emoción, se mantiene ante el rigor analítico y sobrevive a sus detractores. Es un clásico.