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Todo va bien. ¿Algo podría ir mal?
N

ingún propósito o proyecto es permanentemente acertado. Por su propia naturaleza humana todos son revisables. De lo más sensato para los formuladores de ideas, sus ejecutores y controladores es pensar que existe siempre un fantasma bueno que sentencia: ¡Ojo, algo puede ir mal!

Esta especie de duda cartesiana no tiene ningún espíritu destructivo. Es un recurso para abolir el individualismo en la valoración de las ideas. Es un curarse en salud para los actores y una oportunidad de juicio sereno para los opinadores.

Todo proyecto que se impulsa hasta que adquiere su propia inercia acaba por perderla si no se sujeta a la aplicación de nueva energía. Todo acto inercial, dejado sólo a esa propiedad acaba en el suelo. Newton dixit.

La 4T como fenómeno político/administrativo que es, tiene como gran reto capitalizar cada día de su vigencia. Esa es su fórmula para solventar algo con peso histórico. Esos supuestos llevan a explicar ciertos frenesíes en desmontar supuestas rémoras y cimentar sustitutos presuntamente mejores.

Al término de la Revolución (1920) era imprescindible emprender el proceso de reconstrucción por parte del nuevo régimen. Lo iniciaron Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles y duraría, según estudiosos, hasta 1940 en que se cayó en el mayor desvío histórico: creer en un presidente caballero que condujo al inicio del retroceso: el alemanismo. Ese largo plazo para afirmar un cambio da idea de la urgencia de no repetirlo por parte de la 4T. Los tiempos son otros hoy vuela cada día.

Esta analogía de tiempos históricos y entender que sólo el año presente es garantía en la labor transformadora y que 2021 puede ser estremecedor para el proyecto morenista, permite entender porque aparecen ideas, proyectos y decires que sorprenden más que por su fin, por su apresuramiento y efectos desconcertantes, pero algo puede ir mal.

Es la inescrutable personalidad del presidente, un ser particularmente singular que cotidianamente recrea la dificultad de anticipar sus pretensiones si se aplican los cánones a que estamos acostumbrados. Es la peculiaridad central de la 4T, ser conducida por un paladín impredecible, salvo en anticipar que cada día nos sorprenderá.

Como una resultante hay en el ambiente social una especie de apetito creciente que es la necesidad de un ejercicio de transparencia comprensible sobre tantas cosas que irremediablemente inquietan. Están los detractores que por oficio y perjuicio se dedican a la descalificación metódica. Todo descalifican, más que convencimiento, lo hacen por vanidad, porque no los consultaron o porque en algo resultaron damnificados y lo hacen con virulencia.

Otros se activan así porque no alcanzan a comprender que ante nuevas formas debe haber nuevos índices y escalas de validación. Sería sano reconocer que, por encima de esas motivaciones, en algo sí tienen razón. Aceptar la duda metódica sería interesante como mecanismo para escuchar a los legítimos promotores de ideas adversas. Evidentemente, como en cualquier esfuerzo nacional, en cualquier momento y país, hay cosas que van mal y el público debidamente informado de la magnitud de las dificultades sería más solidario que adversario.

Ejemplo sería una realidad evidente: ha tomado un año el cimentar instituciones que garanticen la seguridad pública y ese esfuerzo se diluye en su valoración popular por falta de argumentación sobre la complejidad del reto, aunque se entiende el problema de captar un interés tan disperso como el actual.

Tenemos nuevas normas constitucionales, leyes e instituciones en embrión. ¿Tienen defectos? Seguramente, pero se afirma que todo va bien y que todo irá mejor, pero ¿por qué habría de creerse?

Hay temas de Estado que se presentaron mal y antes de darse detalles fueron pasto del fuego opositor, como el Instituto Nacional de Salud para el Bienestar. Otras, puede decirse que nos fueron impuestas por la ley, la tradición y la convicción, como el asilo a Evo. Más nunca se explicó por qué se le encumbró como héroe. Otras no tienen ni explicación ni remedio. ¿Seremos capaces de modificar nuestro cerebro y prejuicios, que fueron alimentados por la historia? Nos planteó David Ibarra recientemente.

Estamos ante un reto a la capacidad de comprensión de los autores, actores, guiones y escenarios actuales a los que no debemos juzgar en relación con lo antes conocido. Todo va bien, pero ¿algo podría ir mal? Negativo, no, no todo va necesariamente bien, pero ¿seremos capaces de entender como acto de realismo que estamos ante una transformación pacífica, una de las ideas y sus actos consecuentes? ¿Estaremos dispuestos a identificar que estamos ante la oportunidad de acercarnos al país deseado? Ojalá la respuesta contenga una visión de país y no a una visión personalista, pero sí, como siempre y como en todo, debe aceptarse que algo podría ir mal.