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El reto de una nueva Carta Magna

Dispersión y diálogo confuso hacen difícil el camino a una constituyente en Chile

Con un gobierno cuya aprobación es mínima, a nadie conviene pensar que lo peor de la crisis social ya pasó, advierte Gloria de la Fuente

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▲ Gloria de la Fuente, presidenta de la Fundación Chile 21, politóloga y doctora en ciencias sociales, dijo en entrevista que la discusión acerca de un nuevo pacto social en el país es insoslayable.Foto Fundación Chile 21
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Martes 21 de enero de 2020, p. 21

Santiago. Nadie dijo que sería fácil, pero siempre sorprende tropezar con la misma piedra y constatar esa (in)capacidad que suelen tener las fuerzas progresistas para dilapidar los pocos momentos de ruptura y de logros históricos, casi siempre obtenidos muy dolorosamente, simplemente por no actuar en torno a ellos, por ejemplo, con unidad y sin hegemonías. Dicho de otra manera, esa disposición a no querer ganar cuando tiene todo para conseguirlo.

Algo de eso podría estar pasando en Chile, cuando la centroizquierda corrió a formar cuatro comandos de campaña para el proceso constituyente que empieza el 26 de abril, con un plebiscito que preguntará a 14.3 millones de chilenos habilitados para votar si aprueban o no la redacción de una nueva Constitución y cómo les gustaría hacerlo: convención mixta (50 por ciento parlamentarios en ejercicio y 50 por ciento delegados electos) o una cuya totalidad de miembros sean elegidos.

A esos comandos de los partidos políticos despreciados socialmente –tienen mísero 2 por ciento de confianza ciudadana– podrían sumarse varios comandos independientes que están fraguándose al calor de miles de asambleas territoriales y de fuerzas sociales heterogéneas que aspiran también a armar partidos constituyentes, para tener representación directa en la probable futura convención, integrantes que serán elegidos en octubre. También están los que llaman a desconocer el proceso en marcha, por ilegítimo, y que reclaman a una Asamblea Constituyente Soberana y autoconvocada, pero que aparentemente sí están disponibles para votar en abril. En fin, es un lío.

Batallar por derrumbar la Constitución pinochetista de 1980, que enclaustra el modelo mercantil neoliberal que rige la vida cotidiana de Chile, ha sido la más frustrante tarea del progresismo desde 1990. Pero, de la nada, el estallido social del 18 de octubre la consagró como una exigencia con 80 por ciento de apoyo y, en pleno alzamiento ciudadano, con un gobierno en total descontrol del orden público y con el ejército a punto de salir de los cuarteles, la derecha, incluido el pinochetismo rancio, cedió y entregó lo que negó por casi 30 años. Logro puro de la movilización.

Gloria de la Fuente, presidenta de la Fundación Chile 21, politóloga de la Universidad Católica de Chile y doctora en ciencias sociales de la Universidad de Chile, recurre a la experiencia histórica para analizar el momento y retrocede a 1988, cuando la prolongación de la dictadura por otros siete años fue derrotada en un plebiscito que Pinochet organizó para ganar, pero perdió.

“Un gran aprendizaje fue el comando por el no”, que agrupó a más de 17 fuerzas políticas de un gran espectro y que fueron capaces de tener un objetivo común. La épica de ese periodo fue vencer el miedo para llevar a muchas personas a inscribirse y a votar. El gran logro fue derrotar los egoísmos y las distintas miradas por un objetivo común. Hasta ahora no hemos visto que exista ese nivel de análisis y de generosidad. A tres meses del plebiscito, se observan mucha dispersión y un diagnóstico confuso, falta una épica para movilizar en un escenario de voto voluntario”.

Ella sentencia que no habiendo unidad de propósitos y sentido de urgencia estamos muy mal parados. Necesitamos un discurso homogéneo que genere confianza acerca del proceso político para llevar gente a las urnas y eso, por ahora, no está garantizado.

Mientras eso ocurre en la centroizquierda, la derecha se ha cohesionado casi absolutamente en torno al rechazo de una Constituyente. El desorden que reinó en sus filas desapareció y hoy es una minoría la que dice estar por la aprobación: apenas dos de los 19 senadores derechistas y 22 diputados de 71 lo respaldan. Buena parte del conservadurismo que corre a defender la herencia del pinochetismo arguye que el camino constituyente fue pactado en condiciones de violencia que le quitarían legitimidad e incluso han insinuado que podría fallar.

La idea de la violencia para deslegitimar el proceso tiene que ver con la disputa hegemónica en la derecha. Es evidente que ha habido violencia pero el responsable de garantizar el orden público es el gobierno. Tenemos un déficit en entender cuáles son las violencias que se expresan en la movilización social, que estaban enterradas y han salido a la luz. No corresponde caricaturizar esa violencia sino comprenderla, lo cual no equivale a justificarla, para dar una respuesta. La violencia sirve a todos los sectores que no creen en el proceso constituyente, de extrema derecha y extrema izquierda, dice Gloria de la Fuente.

–¿Sigue apostando el oficialismo a la teoría de que lo peor ya pasó y a hacer fracasar la agenda de cambios estructurales?

–A nadie conviene pensar que lo peor ya pasó y que la protesta no volverá a ser la misma. Con un gobierno con mínima aprobación y las instituciones desplomadas en términos de confianza, es imposible pretender que hay normalidad. Por tanto, es imposible rechazar una agenda de cambios sociales relevantes. Este movimiento ha demostrado que lo que creímos durante años, dogmas de fe sobre los cuales actuaba la política, ya no existen. Hoy es inaudito no pensar en reformas estructurales de largo plazo y que requieren un debate de sustentabilidad. La discusión acerca de un nuevo pacto social es insoslayable y no tenerla es sólo aplazar el conflicto.

–¿Con el nivel de asco existente hacia la política, puede la izquierda pretender ejercer algún tipo de articulación sobre el malestar ciudadano y la movilización social?

–Yo hablaría de las izquierdas o de las oposiciones, no de una, que pese a existir no tienen claridad de cómo enfrentar el momento político. Pretender liderar va a ser un camino largo para la política, porque implica reconstruir lazos que están rotos.

“En términos de logros, para buena parte de la sociedad chilena precarizada, hasta ahora no hay resultados tangibles fruto de la movilización.

“La conquista hasta ahora es sólo una promesa. Hay un derrotero constitucional y proyectos de ciertas políticas públicas, pero hasta aquí la conquista no se ha consolidado y sigue en riesgo. No hemos ganado porque sólo tenemos una promesa latente, una hoja de ruta. Pero dicho en buen chileno ‘en la puerta del horno se quema el pan’ y hay que estar atentos a eso: cuidar el proceso en el corto, mediano y largo plazos”.