Opinión
Ver día anteriorLunes 30 de diciembre de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Cultura en peligro
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in de año inusitado en Francia con manifestaciones masivas y una huelga general organizada por los sindicatos de trabajadores. La de transportes es la de más repercusión, sin que queden rezagadas las de internos de hospitales, profesores, estudiantes, abogados, los más diversos cuerpos sociales e, incluso, policías. Sorpresivo, sobre todo, para el presidente de Francia y su gobierno. A pesar de su repetido llamado a una tregua navideña, la cual habría podido acaso desinflar el movimiento, deseo acompañado del chantaje a los huelguistas sobre la alegría de las fiestas, cuyo espíritu de paz ponen en peligro; a pesar también de tratar de convencer a la opinión pública y, con algo de suerte y mucho optimismo, convencerse ellos mismos de que la protesta pierde fuerza, así como el apoyo de la mayoría de franceses, no hubo ni señales de una tregua navideña. Al contrario, la protesta y la irritación aumentan entre huelguistas y manifestantes. En cuanto a la opinión pública, es decir, los tan halagados electores, va más allá de un apoyo moral, puesto que ha pasado al acto con donaciones de euros contantes y sonantes, ateniéndose al dicho obras son amores y no buenas razones. Donaciones que alcanzan, por el momento, más de un millón de euros destinados a sostener con su ayuda a las necesidades urgentes de los huelguistas que pierden día tras día su salario.

En huelga también, museos, teatros y la misma Ópera de París. Fue posible admirar, en pleno invierno, a las jóvenes y gráciles bailarinas del ballet de esta institución danzar El lago de los cisnes enfrente del palacio Garnier acompañadas por la orquesta sinfónica de la Ópera. Su lema y protesta se lee en los carteles: La culture en danger (La cultura en peligro).

Manifestación inesperada al día siguiente de Navidad, se anuncia otra el sábado siguiente. Los parisinos se ven obligados, desde hace tres semanas de huelga, a caminar kilómetros para acceder a sus lugares de trabajo. Bajo la lluvia y enfrentando el frío, la gente acepta y comprende las reivindicaciones, pues son también las suyas. Mientras tanto, el presidente Macron, sus ministros, consejeros y resto de su nomenklatura toman vacaciones mal disfrazadas bajo las palabras descanso y trabajo, proclaman los encargados de comunicación del Elysée.

Un año de manifestaciones, sábado tras sábado, de los chalecos amarillos, y de acciones de protesta en lugares estratégicos de carreteras, es demasiado largo. Macron respondió con debates donde quizás deseaba entrar el libro Guinness de los récords por el número de horas que tomó la palabra aquí y allá en su labor pedagógica. Si el pueblo no entiende, pues se le van a enseñar las cosas como en la escuela. El gobierno pensó haber desinflado este movimiento con una participación en baja, dejándolo podrirse por la usura. Algunas concesiones y promesas financieras que no convencieron.

El Ejecutivo creyó respirar de alivio. Su voluntad se cumpliría. Pasó, así, al proyecto de la jubilación universal, la misma para todos, sin considerar el empleo, aunque no sea lo mismo ser minero que burócrata. La respuesta no se hizo esperar: logró la unión sindical, contra él. Y creyendo haber triunfado sobre los chalecos amarillos extenuándolos, ha procedido de la misma manera con la huelga sindical. Pero si los amarillos no tenían una organización como los sindicatos, construyeron una infraestructura que, desde abajo, se ha infiltrado en la base sindicalista, con tal fuerza que los propios líderes pueden tambalearse.

Atención, pues, a la voz popular. Voz que cruza las fronteras como una oleada que se niega a aceptar seguir pagando la riqueza de unos cuantos y a sufrir su arrogancia con humildad. Italia, Grecia, Cataluña, Gran Bretaña, Argelia, Túnez, Chile, Argentina. En formas distintas, de izquierda o de derecha, los pueblos protestan y reivindican. Causas distintas que se asemejan: poder vivir dignamente de su trabajo. No se puede pedir menos.