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Nosotros ya no somos los mismos

La unidad nacional y el amafiamiento de los muy poquitos // Reconocimiento a funcionarios de alcaldía Tlalpan y Secretaría del Bienestar

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▲ Contingentes de indígenas milicianas del EZLN, presentes en el Segundo Encuentro de Mujeres que Luchan, que concluyó ayer en Chiapas.Foto Gabriela Coutiño
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a termina el año y yo ni para cuándo pueda dar fin a mi monólogo, a mi soliloquio sobre ese petate del muerto al que, en el lenguaje del statu quo, se le conoce como unidad nacional. Condición indispensable que, dicen los fanáticos del no menealle y el no hagan olas, debe cumplir una comunidad, para atreverse a intentar la más light transformación en su organización y sus condiciones de vida. Ese es el alegato de quienes sostienen que la mayor blasfemia que se ha proferido en todos los tiempos ha sido esa herejía pronunciada por Galileo Galilei, el peor de los apóstatas: eppur si mouve. Otro complotista y subversor del orden establecido fue un tal Heráclito de Éfeso, quien propagó ideas tan destructivas y aberrantes como sostener que todo fluye: somos y no somos. O que todo se mueve y nada permanece. En afirmaciones tan descabelladas sostiene su hilarante conclusión: la vida es como la corriente de un río: nadie puede bañarse dos veces en las mismas aguas. El buen Heráclito logró salvarse de caer en garras de la Santa Inquisición merced a un pequeño detallito: él vivió sus 60 años en la época de la Grecia Antigua, más precisamente, entre el 544 y el 484 antes de Cristo.

¿Cómo que todo cambia, bellacos? Dios y su obra son infinitos, inmutables: sin principio ni fin, sin cambio alguno en el orden y en las prioridades que en su infinita sabiduría otorgó al universo. ¿Lo entendieron? Los que no estén de acuerdo, ni le muevan, sediciosos. El libre albedrío tiene sus límites y sus asegunes. Nada de que la mitad más uno tiene el derecho a decidir. Las instituciones creadas por la gente de bien y de bienes son intocables, incuestionables, sagradas. Ni siquiera esa maniobra llamada mayoría calificada puede atentar contra ellas.

Como en los viejos y venerables tiempos del Señor, clamar, exigir la unidad como condición sine qua non para afrontar todo intento de cambio, no es otra cosa que consagrar el amafiamiento de los muy poquitos, que en la búsqueda del bien común, ciertamente multiplicaron los panes y los peces, pero… se apropiaron de los innegables beneficios de la inversión productiva.

Por ahora quiero aprovechar el breve espacio que me resta, para en esta última columneta de 2019 saldar algunas cuentas contraídas con algunos lectores en los 12 meses pasados y, al mismo tiempo, dejar descansar a la multitud de mi obsesión por desnudar la maniobra de la unidad nacional, utilizada para hacer una vergonzante defensa de fueros y privilegios y descalificar el proyecto de una necesaria, inaplazable, imprescindible transformación (lo que menos importa es el número que se le otorgue) de este nuestro país en una nación soberana, democrática, libertaria, próspera pero, imprescindiblemente, justa e igualitaria. Veamos:

Reconocimiento. En estos 12 meses me he visto obligado a presentarme en diversas oficinas del gobierno de la ciudad. Por ejemplo, las del servicio de aguas de la alcaldía Tlalpan, o las de la Secretaría del Bienestar. Al margen de los resultados que haya obtenido con la intervención de los servidores públicos que me atendieron, dejo constancia de un trato, una atingencia y buena disposición para ayudarme, sin que mediara la menor insinuación de una compensación: Karina Ávila López, jefa de oficina. Mitzi Alethia Teresa Fragoso, Fabiola Ramírez, Abril Nieto Cruz y Nayeli Mariana Soto. Los inspectores Carlos Flores, Alejandro Nieto y Braulio Rafael Mendoza. En la Secretaría del Bienestar me trató como si fuera su abuelo Amanda Hernández, y luego, Diana Mondragón. No puedo olvidar a Maritza Ramírez García, que cada año me visita y, por más que hace su mejor esfuerzo, no logra ocultar la sorpresa de encontrarme aún vivo. Alexis Grivas, amigo entrañable, autor de las imágenes del reportaje que cimbró al mundo cuando dio a conocer el genocidio pinochetista. Alfredo Paredes, compañero preparatoriano a quien debo la necedad de seguir escribiendo en un periódico. Ya habrá tiempo para detalles.

Termino relatando la cauda de los deseos que acompañan a las 12 uvas del 31 de diciembre, al iniciar el nuevo año. En la vida personal es simple: que nadie de mi ámbito familiar sufra enfermedad, accidente o muerte mientras yo esté vivo. Tengo otros, aunque resulten frivolidades: 1. Un poco menos panza y un poco más de pelo. 2. Un pequeño aumento en mi capacidad adquisitiva, en mi pocket money, diría el ex alumno del Politécnico Nacional. 3. Una racional disminución de la testosterona que obstruye mi capacidad para conversar con ustedes y me causa problemas excesivos para mi provecta edad.

En verdad, en verdad (y con gratitud), les digo: ¡Gracias! Su apoyo y solidaridad los hace cómplices. Allá ustedes.

Twitter: @ortiztejeda