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¿La fiesta en paz?

¿Cuántos Lorenzo Garza Gaona en México?

E

stamos muy contentos, y no es para menos. Después de las recientes visitas de los ilustres oidores taurinos de la Europa –franceses en este caso–, quienes pudieron confirmar que los nativos de por acá no sólo tenemos alma, sino que también caminamos verticales, tuvieron además la gentileza de explicarnos con pelos y señales los añejos antecedentes de la tauromaquia y su valiosa vinculación con figuras de la mitología del viejo continente, así como la progresiva asimilación de sus reglas por algunos oriundos de estas tierras, antes devotos y vasallos de unos dioses y señores de por acá, y después de otros dioses y señores de por allá, pues está escrito en el libro de los tiempos que unos cuantos están hechos para mandar y otros muchos para obedecer.

Tan ilustres oidores pronunciaron asimismo sesudas disertaciones, uno en Zacatecas y el otro en Tlaxcala, acerca de la importancia de la tauromaquia mexicana en la evolución del toreo y de cómo éste adquirió valor identitario a partir de una historia, una geografía y una idiosincrasia específicas. Nos animaron, sin decírnoslo, desde luego, a seguir por la ruta de la dependencia taurina de España, con la salvedad inexacta, el filósofo uno, de que Zacatecas es en México una de las cunas de la tauromaquia y por lo menos la matriz de las ganaderías bravas en este país.

Posteriormente, en Tlaxcala el filósofo dos, elevando el volumen de voz y en perfecto español, sentenció: ¡Si se vence sin peligro se triunfa sin gloria! ¡No hay estética sin ética!. Pero de señalar al voraz entramado internacional y colonizador de la fiesta de los toros con el pétalo de un adjetivo, para nada, que con la fiesta, es decir con la oferta de fiesta de los propietarios de la tauromafia no hay que meterse, es hacerle daño sin necesidad, y luego con legisladores y antitaurinos analfabetas, pior.