Opinión
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Mar de historias

La sucia palabrita

E

n la cocina, sentados a la mesa, Leticia y Eduardo cenan con inapetencia, sin mirarse y sin ver las noticias en el televisor. Llevan seis años viviendo juntos. Él trabaja como dependiente en una recicladora, ella es cajera en un supermercado.

Leticia: –Voy a apagar la tele porque ni la estamos viendo.

Eduardo: –De acuerdo. ¿Qué tal la chamba?

Leticia: –Como siempre ¿Por qué?

Eduardo: –Te veo preocupada. ¿Tuviste algún problema?

Leticia: –¿Yo? No. (Suena el teléfono.) Mi amor, contesta. Si es Mariela no me la pases. Dile que todavía no llego.

Eduardo (al teléfono): –¿Mariela?.. Leticia no viene todavía. La estoy esperando. Ya no debe tardar. ¿Quieres dejarle algún recado? Oquéi. Le digo que te llame. (Cuelga y vuelve a la mesa.) Y ahora, ¿qué te traes con Mariela? Siempre pasas horas hablando con ella y hoy no quisiste contestarle.

Leticia: –Es que, de veras, esa chava se pasa.

Eduardo: –¿Qué hizo?

Leticia: –¡Olvídalo! (Se esponja el cabello con los dedos.) ¿No crees que traigo el pelo muy largo?

Eduardo: –Si vas a sentirte mejor, córtatelo. ¿Por qué me miras así? ¿Te molestó lo que dije?

Leticia: –Me choca que todo te dé igual, que nunca opines.

Eduardo: –Para evitar discusiones: jamás te doy gusto. (Se acerca.) En vez de enojarte conmigo dime qué pasó en el trabajo.

Leticia: –A lo mejor fue sólo una tontería, pero me afectó mucho y no puedo sacarme al hombre de la cabeza.

Eduardo: –¿Qué hombre?

Leticia: –El acusado. Si hubieras visto cómo temblaba cuando llegó el policía.

Eduardo: –¿Otro al que pescan robando?

Leticia: –Ojalá hubiera sido eso. Fue algo muy feo y todo por las ocurrencias de Mariela.

Pero mejor ya no hablo de eso porque me va a dar más coraje.

Eduardo: –Si no quieres decírmelo, de acuerdo, pero luego no me salgas con que nunca me intereso por tus cosas. (Se levanta.) Me voy a costar. ¿Vienes?

Leticia: –No tengo sueño. Aprovecho para meter la ropa en la lavadora y no andar con tantas carreras en la mañana.

II

Leticia entra en la recámara y ve que Eduardo está a punto de apagar la luz.

Leticia: –Qué bueno que no te has dormido. Voy a decirte lo que pasó en el súper. Quiero saber si te parece tan desagradable como a mí. (Se sienta en la orilla de la cama.) Todo sucedió tan rápido… Estaba recibiendo la morralla cuando oí que Mariela gritaba: Rápido, ¡llamen una patrulla! Me di la vuelta y vi que tenía agarrado del brazo a un hombre para evitar que huyera.

Eduardo: –¿El tipo se negaba a pagar?

Leticia: –Pensé lo mismo, pero no se trataba de eso. Cuando llegó la policía Mariela acusó al señor de haberla hostigado sexualmente.

Eduardo: –¿La manoseó?

Leticia: –Él lo negó y dijo que por favor le permitieran irse a su casa. Mariela contestó que de ninguna manera y que mejor se callara. El policía comenzó a tomar apuntes en una libretita, no sé con qué objeto. Lucha fue a traer alcohol por si Mariela se privaba. Era tal el espectáculo que un joven se puso a fotografiarnos con su teléfono. Al verlo, el anciano se cubrió la cara con las manos diciendo: Eso no. Tengo nietos.

Eduardo: –¿Entonces el acosador era un anciano?

Leticia: –Sí, ¿puedes creerlo? Lo vi tan asustado que me dio lástima y le supliqué al policía que lo dejara ir. ¡No lo hubiera hecho! Se me vino el mundo encima. Una señora me reclamó que estuviera defendiendo a un vicioso en vez de darle mi apoyo a la víctima.

Eduardo: –No me preguntes por qué, pero siempre he desconfiado de Mariela. Tiene algo que no me gusta. Es de las que piensan que debemos darle las gracias por existir. Además, se cree guapísima.

Leticia: –Es lo de menos. Nos llevamos bien y lamentaría perder su amistad, pero después de lo que hizo: acusar a un viejo de hostigador sólo porque… (Suena el teléfono) Mi vida, no contestes. De seguro es Mariela. Sabe que estoy fúrica con ella y quiere echarme su rollo para arreglar las cosas.

Eduardo: –¿Se hicieron de palabras?

Leticia: –No, pero a la salida no la esperé para irnos juntas al Metro.

Eduardo: –Ya me contaste todo, menos lo que le dijo el anciano para que ella se sintiera agredida.

Leticia: –Bonita

Eduardo: –¡Bonita! ¿Y eso qué tiene de malo?

Leticia: –Nada, pero Mariela salió con que a ella nadie iba a hablarle de ese modo ni a faltarle al respeto. Me dio gusto que el viejo se defendiera diciéndonos que no había querido molestarla, ni halagarla, ni nada. La llamó bonita porque durante sus 60 años de matrimonio siempre le había dicho a su esposa bonita y conservaba la costumbre de decirles así a todas las mujeres. Sé que no mentía.

Eduardo: –¿Cómo puedes estar tan segura?

Leticia: –Por un detalle: cuando al fin le permitieron irse, al pasar a mi lado, como había sido la única en defenderlo, me dijo: Gracias, bonita.

Eduardo: –¿Y no te ofendiste?

Leticia: –No. Sólo pensé que hace mucho tiempo no me dices así.

Eduardo: –Ya no hables. Mejor métete a la cama, bonita.