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No sólo de pan...

De inteligencia comprometida en la producción

E

l 7 de este mes, La Jornada por el Campo y la Defensa de las Semillas Nativas, organizada por la Dirección de Etnología y Antropología Social del INAH y el Taller por la Defensa de los Territorios, fue agua para tierra sedienta en mi lucha monotemática por la milpa como solución al hambre, la soberanía y la autosuficiencia alimentarias, al desempleo debido al abandono del campo hacia las ciudades, y la consecuente ruptura de lazos familiares, comunitarios y sociales que llevan con frecuencia a comportamientos delictivos. La milpa como solución mágica, dirían los escépticos o quienes tienen intereses creados para no enfrentar estos problemas, centro de las preocupaciones del Pre-sidente de la República.

Sin embargo, la milpa, policultivo creado por los mesoamericanos a lo largo de milenios, ya demostró en el pasado ser un sistema de producción sustentable, con capacidad para alimentar y producir excedentes para los mercados, dando lugar a un crecimiento demográfico constante cuya concentración sorprendió a los europeos, que, por cierto, viendo tantos brazos disponibles los usaban y desechaban en una muerte masiva, tras lo que para ellos eran las únicas riquezas posibles: el oro y la plata, incipiente capital que hoy domina la vida de cada ser sobre el planeta. Pero la historia sirve para planificar el futuro, y quienes estamos comprometidos con una verdadera lucha contra el neoliberalismo, conscientes de los mecanismos que lo sostienen, insistimos en que es posible rescatar el campo de la lógica impuesta recurriendo a las estrategias ya probadas, en una nueva resistencia contra el modelo de agricultura basada en la productividad para el mercado: monocultivos, mecanización, fertilizantes y pesticidas químicos, contaminación de suelos y aguas, producción masiva de comestibles pobres en nutrientes y dañinos para la salud, en una palabra, contra la producción de mercancías en vez de alimentos. Resistencia, porque, tristemente, incluso un diputado de Morena defiende lo último contra las semillas nativas que permanentemente dan origen a nuevas variedades en las milpas, y cuya producción por hectárea proporciona una masa mayor en nutrientes naturalmente organolépticos, que una hectárea de maíz híbrido en monocultivo.

quienes estamos comprometidos con nuestro país y pueblo debemos comprender que no se trata sólo de defender las semillas nativas, sino, indisolublemente con éstas, las milpas en su increíble variedad adaptada a todos los suelos y climas del país. Y el campesino que ha sido obligado mediante apoyos de buena fe a sembrar monocultivos con fertilizantes químicos debe rechazar ingresar en la lógica engañosa de las sacrosantas tecnologías y productividad neoliberales. Y el Presidente necesita comprender que la autosuficiencia y soberanía alimentarias, con el pleno y digno empleo en el campo, pasa por escuchar a los expertos en historia botánica y en policultivos ancestrales.

Por desgracia, no todos quienes defienden nuestro maíz tienen como telón de fondo mental la milpa, o tal vez tienen un telón más o menos difuso que puede contener frijol y o calabaza, y o chiles, si no es que sólo visualizan extendidos sembradíos de esta planta con tractores y cosechadoras. Lo digo, porque la convocatoria para celebrar el Día Nacional del Maíz los 29 de septiembre (desde 2009), lo sitúa como nuestro alimento básico, cultivo principal de nuestra agricultura, (con) gran valor económico y base de la cultura de los mexicanos, pero sin contextualizarlo en su entorno tradicional milenario de policultivo, obedeciendo de este modo al discurso impuesto por el capitalismo representado por la FAO, que promueve la productividad de los cereales básicos (independientemente de cualquier daño colateral), porque los considera sólo factores económicos del capital, en parte alimentarios, pero sobre todo, agroindustriales con fuerte valor agregado, cuyos precios rebasan su función de alimentos para los pueblos que fueron los descubridores, seleccionadores y productores, como en nuestro país, no sólo del grano sagrado, sino de todos los complementos alimenticios que crecen simbióticamente en la verdadera milpa, sin agotar la calidad de la tierra ni contaminar el medio ambiente y dando origen virtuoso a grandes cocinas, pueblos hermosos y sabias culturas.

La milpa es un descubrimiento tecnológico, como los arrozales acuáticos de Asia, a la altura y anterior a los mayores hallazgos de las ciencias occidentales, en tanto complejos alimentarios completos y autosustentables, incluso superiores a los segundos por cuanto el origen y la finalidad de las tecnologías de policultivo son la vida (no la muerte), reproducción y mantenimiento de lo humano y de Natura (no su destrucción a cambio de dinero). Por ello, el reclamo de independencia, tierra y libertad (que) vibra en los estómagos mexicanos, debe sustentarse en un discurso que no sólo hable del maíz, símbolo de algo no obviable: su entorno de cultivo, que es lo que lo hace único y propiamente mexicano. La reivindicación del policultivo a la manera tradicional de cada región, clima, calidad de suelos, altitud, régimen de lluvias, tenencia de la tierra, disponibilidad del trabajo y conocimientos, debe constituir el discurso coherente para salvar no sólo nuestra soberanía alimentaria, sino su carácter saludable y nuestra brillante cultura culinaria. Mientras no insistamos en ello y dejemos avanzar políticas como el T-MEC, que nos hunde cada vez más en la dependencia de una malsana agroindustria alimentaria trasnacional, y no ayudemos con argumentos imbatibles a que el gobierno privilegie la producción de nuestra base nutricional, probada durante milenios y aún no del todo olvidada, estaremos del lado equivocado de la historia por acción u omisión. Aunque no vivamos para ver la extinción de las verdaderas milpas y sólo sobrevivan en la literatura fantástica de una humanidad empobrecida con nuestra pasividad.