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Ver día anteriorDomingo 10 de noviembre de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Sin naturaleza no hay especie
M

ucho menos evolución, progreso o desarrollo. Lo único, desolación y la inevitable muerte para la(s) especie(s). Tal es ya la alerta que, lo mejor de las mentalidades científicas del planeta, nos hacen. De aquí que cada día se haga evidente que eso del desarrollo sostenible ha dejado de ser una opción para volverse el único camino. Ante la certeza, se nos plantean los dilemas de la emergencia y la fatalidad, los del reclamo imperturbable del cambio climático y el deterioro irreversible.

Infortunio que nos dice que cualquier tarea que se emprenda lleva a un camino sin salida, a una serie distópica que anteceda la desaparición del mundo y sus habitantes. La urgencia responde al acopio geométrico de conocimiento sobre el uso y abuso del entorno y nos conmina a actuar con cautela, so pena de acelerar los procesos corrosivos hasta volverlos autodestructivos. De aquí la importancia de asumir la emergencia y, a la vez, cuidarnos de no incurrir en apresuramientos contraproducentes e incorregibles.

Hablar de un Green new deal, como lo hacen muchos europeos y la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo lo propone, como gran empresa de la humanidad, de ninguna manera es un mero producto de la imaginación acicateada por la urgencia y el temor. Podría ser la ruta de un proyecto global y planetario a la vez que distante, contrario, a los proyectos de revolución capitalista que devinieron liberistas y pusieron a la economía mundial al borde del colapso en 2008-2009.

De lo que se trataría es de honrar los compromisos, objetivos y metas de la Agenda 2030 y los Acuerdos de París contra el cambio climático, y al mismo tiempo componentes centrales de un proyecto mayor por el cambio social, la redistribución para la igualdad y el aprendizaje democrático. Proyecto pedagógico global, entendido como el despliegue supremo de la imaginación y las destrezas acumuladas y vueltas ciencia, puestas ahora al servicio no de una utopía regresiva y destructiva como la proclamada por los globalistas del fin de la historia y el imperio del mercado unificado.

Para nosotros, adoptar compromisos y decisiones como las sugeridas puede ser un paso importante y decisivo en la dirección de un nuevo curso de desarrollo, capaz de replantear los términos del cambio estructural necesario para asegurar nuestra pertenencia al mundo y, desde luego, asegurar la supervivencia sin caer en la penuria de la negación a que lleva toda austeridad mal entendida.

Cuidar la naturaleza y poner a prueba los conocimientos adquiridos por lo mejor de nuestra gente de estudio, reflexión y ciencia, sería prueba eficiente de que el traído y llevado cambio de régimen reco-noce el valor civilizatorio, humano, de la sostenibilidad a que nos he-mos comprometido con el resto de las Naciones Unidas. También podría coadyuvar a un indispensable cambio retórico y político en el vecino del norte, obstinado en negar los nada silenciosos llamados de una naturaleza herida.

Por ello, es bienvenida la sensata decisión del presidente López Obrador sobre la Reserva de los Montes Azules y sus dos instrucciones: que no se toca una hectárea de selva virgen en la Lacandona y que por ninguna causa la Cuarta Transformación será el escenario de un ecocidio ( La Crónica, 7/11/19, pp.2 y 3). Sería de esperar que con la misma diligencia, el Presidente instruyera a sus colaboradores para regularizar la situación de la Conabio, uno de nuestros broches de orgullo por conducta y logros en la defensa y estudio de la biodiversidad.

Que se convierta en organismo descentralizado del Estado y con patrimonio propio, así como acceso a los recursos depositados en el fideicomiso privado que ha sostenido su desenvolvimiento hasta volverse ejemplo para el mundo. El desarrollo sostenible empezaría a caminar sobre dos pies y nos ayudaría a descubrir nuevos escenarios en medio de la emergencia y ante tan ominosos panoramas.