Opinión
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El estante de lo insólito

The Who

“I don’t need to fight
to prove I’m right
I don’t need to be forgiven.”
The Who. Baba O’ Riley.

N

o es difícil imaginar el cúmulo de neurosis reunidas en alguno de sus camerinos de calentamiento londinense. Eran cuatro geniales en una era en la que el mundo sentía que para ser un músico trascendente había que ser británico. Ellos eran perfectamente distintos. Encajaban con la exactitud que la falta de geometría, procedencia y abultada dispersión suele hacer precisos los golpes del azar. Y salió demasiado bien. Después lo hicieron casi todo, aunque no siempre con su crédito en el tamaño que les debe la marquesina del rock. Tuvieron un nombre raro que increíblemente coincidió con el de otra banda naciente; era difícil entonces saber a quién (who?) se referían, se cambiaron para que todos supieran de quién se trataba: de The Who.

Los azares y las certezas

Hijo de un jazzista y una cantante, Pete Townshend aprendió desde muy pequeño a tocar el banjo y tuvo su primera guitarra a los 12 años. Su amigo John Entwistle era también colega de afición musical; algo intentaron para tocar, pero realmente la alineación musical se dio en 1962, ya cuando Roger Daltrey, obrero de profesión y cantante de blues por afición, acordó con John formar una banda. Daltrey, el amigo común, era la primera voz y la primera guitarra, John en el bajo y efímeros ejecutantes en la batería. Se nombraron The Detours, título de combate con el que nunca grabaron un elepé ni prometían llegar a ninguna parte, pero en 1964 llegó el bataco Ketih Moon, cambiaron el nombre a The Who y conocieron lo que era generar algo en estudio con una mezcla decente. Toparon con caníbales típicos del medio y hubo un mánager que hasta les cambió un tiempo el nombre (The High Numbers), pero la banda estableció la base de sonido y también su liderazgo: Townshend se convirtió en el compositor, arreglista, primera guitarra y grito más audible de la banda. Los resúmenes de los críticos del rock (palabras y conceptos de más o de menos) hablan siempre de que Pete era el cerebro; Roger, el corazón; John, la conciencia armónica, y Keith, el torrente sanguíneo. Sonaban distinto cuando la mayoría de docenas de grupos británicos se peinaban, vestían y cantaban como iban los que encabezaban las ventas.

The Kids Are Alright

The Who cambió de aspecto muchas veces, pasando pronto de los sacos y zapatos lustrosos al cuero y los colores intensos sin que armonizaran cromáticamente entre sí. Apenas con un año de formación grabaron dos temas emblema que se mantendrían para siempre en su set list: My Generation (título de su primer álbum con la leyenda completa The Who Sings My Generation) y The Kids Are Alright. También pronto quedó claro que Pete no estudiaba arte porque sí (estuvo en Ealing College of Art), ya que la construcción de sus letras era mucho más elaborada y compleja de lo que podía esperarse de un puñado de jovencitos que consumían demasiada cerveza y pisarían escabrosos terrenos con el LSD, lo que por poco los mata a todos (Daltrey se convirtió en el héroe muy reconocido de los hechos al no usar químicos y ser asistente-salvador de sus colegas, que abandonaron la química alterada con cierto pavor). En 1966 grabaron una impactante pieza de más de nueve minutos de duración que además sacudía las buenas conciencias y el comportamiento adocenado de la mayoría de las masas en concierto: A Quick One While He’s Away. Esto marca lo que después sería propiedad no registrada, y es que ellos propulsaron la estructuración de lo que se conocería como ópera rock.

El estallido de la guitarra

Pete Townsend fue el primero en partir una guitarra en escena. Entwhistle le siguió con su bajo y muchos críticos decían que eran como una banda violenta, peligrosa, suelta y descontrolada en las inmediaciones de alguna estación del underground. Esto acrecentó su fama de chicos malos y dieron ejemplo para que muchos otros deleitaran fanáticos descuartizando guitarras y alguna otra pieza sacrificable, como un monitor (o una pared de ellos). La leyenda dice que un golpe accidental de Pete en un techo minúsculo provocó la primera fractura del instrumento, pero el hecho se convirtió en un acto permanente de la banda. Muchos los imitaron después con todo y sus variables, como Jimi Hendrix (que también le prendía fuego y le bailaba como danza en la fogata) y especialmente Kiss (pirotecnia desde la guitarra, piezas en elevación…), que mantiene hasta la gira de despedida el número culminante de partir una guitarra antes de dejar el escenario.

Es sólo uno de los legados de The Who (llamados comúnmente en Latinoamérica Los Who o Los Quiénes). Moon también pateaba tambores, mientras Roger Daltrey hipnotizaba con los giros eternos del cable de su micrófono, muchas veces cubriendo su brazo como una constrictor, otras marcando su cuello como en el cadalso del último adiós. Eran música, polifonía, mensaje, diseño, pensamiento y explosión. Eran de miedo.

Intimidaron y agradaron por igual con aplauso y desastre en los míticos festivales de Monterey (donde Pete rompió una guitarra en la cabeza de Abbie Hoffman, uno de los reverenciados líderes jipis, quien tomó un micrófono para dar mensaje pacifista y pedir liberación de un colega –John Sinclair– por tráfico de mariguana, cuando Townshend lo tundió al gritó de: What a fuck are you doing on my stage!) y Woodstock (de nuevo compitiendo con Hendrix para ver quién rompía las guitarras con más clase y perdiendo el volado que evitó que ellos bajaran el telón del evento) en Estados Unidos, y fueron precursores en la misma Unión Americana y Europa para hacer los conciertos con abrumadores equipos y potencia sonora, renovando lo que sería moneda natural de sus grandes contemporáneos, como Led Zeppelin o los Rolling Stones, con quienes colaboraron en su famosa emisión especial Rock And Roll Circus, y porteriormente Queen.

Foto
▲ Ilustración Manjarrez / @Flores Manjarrez

El giro místico

Bien se dice que alguien que abandona una adicción necesita tomar una nueva. La búsqueda es que esa nueva adicción sea enriquecedora y sana (leer, pintar, escribir, construir cosas, hacer deporte…). Para Townshend la distancia de las drogas duras llegó con el seguimiento espiritual del líder Meher Baba, cuyo sentido de la vida inspiró a Pete (y arrastró al rostro con lo que él hacía) para convertirse en un experimentador lírico y musical de otro nivel. De ahí nació una maravilla doble que todos temían editar y a la banda casi le costó empeñarse en carne y hueso para financiar la producción: Tommy (1969). No un grupo de historias, sino la narrativa operística roquera de un joven con un trauma que lo discapacitaba como sordo y ciego, y entonces se le abría otro mundo unipersonal, abstracto intelectualmente y en el que cabalgaba como absoluto ganador: el juego de pinball, donde cabían los sueños y el resplandor opacado por su madre y el amante de ésta para que olvidara incluso a su padre, declarado muerto en la Segunda Guerra Mundial. La obra es mayor y, como todo lo que se ve desde la cúspide, fue también una barrera muy complicada para la banda, ya que menos que Tommy (artísticamente y como negocio) sería considerado un fracaso.

Pero el grupo fue capaz de producir nuevas piezas de gran calidad, incluyendo Who’s Next (1971), la nueva épica operística desquiciada Quadrophenia (1973, también álbum doble), historia de Jimmy, nuevo chico en problemas. La sociedad, desde la óptica de The Who, estaba destartalando la capacidad de adaptación y desarrollo de los jóvenes. Una respuesta era la creatividad musical como instrumento de defensa y supervivencia. Las dos óperas llegarían al cine en producciones formalmente de gran acabado y mucho éxito: Tommy (Ken Russell, 1975, con elenco –además, desde luego, de todo The Who– incluyendo a Elton John, Ann Margret, Tina Turner y Jack Nicholson; y Quadrophenia (Franc Roddam, 1979), con gente como Phil Daniels, Toyah Wilcox, Sting y John Altman.

Hasta quedar exhaustos

Acabaron con toneladas de amplificadores Marshall, cuando en el principio habían mezclado equipo de desecho y hasta falso entre lo que destruían para completar su espectáculo, terminando cada concierto como escena del crimen a la que le urgían los bomberos, los policías y algunos siquiatras. Moon también modificó las baterías con aditamentos, arcos, exceso de tambores y más, contrastando con la austeridad casi arcaica de John Bonham de Led Zeppelin; ambos disputan continuamente la preferencia sobre quién ha sido el mejor de la historia. Keith Moon fue el plenilunio de la batería incandescente y marcó un estilo que sigue teniendo imitadores. Moon tuvo tiempo para filmar 200 Motels con Frank Zappa (1971) y Entwistle de lanzar su álbum solista Smash Your Head Against The Wall (1971). Keith Moon no pudo poner freno al alcohol, y el grupo de píldoras que supondrían su contención causaron su muerte en 1978. John Entwistle falleció en 2002 por un infarto empujado por exceso de cocaína.

Aun con media banda del grupo original, los estoicos Pete Townshend y Roger Daltrey siguen clasificados entre los mejores roqueros en vivo. Se han retirado varias veces, no necesariamente en pronunciamiento oficial (salvo en 2002, tras la gira que ya no incluyó a Entwistle), pero seguro se les creía diciendo adiós en la gira de 2016 y… están por sacar un nuevo disco. Daltrey y Townshend han dicho muchas veces que no pueden dejar el escenario con satisfacción si no terminan exhaustos, al límite del infarto. Así lo siguen haciendo, cerrando con esa majestuosidad musical llamada Baba O’ Reilly en la que sus coros, la guitarra penetrante de Pete y el pulmón de Roger, comprimiéndose para hacer sonar su armónica, son la mejor síntesis de lo que el grupo ha sido desde su primer disco. No queda la sapiencia callada de Entwistle en el bajo, ni el demonio iracundo fabricador de truenos de Moon en la batería, pero los dos fundadores se han rodeado de una banda más que capaz de producir la esencia de lo que el cuarteto produjo en los 60 y 70. Tienen en acción y capacidad una gran línea vigente de su años dorados y que se extiende como un grito a sus seguidores: “We Won’t Get Fooled Again”.