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Ribbentrop-Molotov: coctel histórico
1. A

80 años de su firma (23/8/39), el pacto Ribbentrop-Molotov (bit.ly/1kcYUP8), tratado de no-agresión entre Alemania nazi y la URSS sigue dividiendo Europa, haciendo ruido en la izquierda y sirviendo a Rusia como palanca de la política regional. Su infame apartado secreto delimitaba las zonas de influencia y repartía Europa central. Tras la invasión conjunta de Polonia (1 y 17/9/39) −dividida en parte occidental incorporada a la Tercer Reich, central controlada por los nazis ( Generalgouvernement) y oriental incorporada a la URSS− Stalin anexó también partes de Rumania, Finlandia y los tres países bálticos. Así, no extraña la declaración conjunta de gobiernos de Estonia, Letonia, Lituania, Polonia y Rumania según la cual el pacto detonó la Segunda Guerra y condenó a la mitad del continente a décadas de miseria (bit.ly/2lT16SY). Igualmente no extrañan intentos de la izquierda neoestalinista de defenderlo –fue el Occidente que al negarse a formar un bloque antifascista propuesto por Moscú la empujó a firmarlo y “el pacto fue fruto del ‘genio geopolítico’ de Stalin y ayudó a ganar la guerra” (bit.ly/2lV7sBi, bit.ly/2kmFBcN)− contrastadas con críticas de izquierda más sensata que apuntan, igual que en la década de los 30, a la esterilidad del análisis geopolítico sin enfoque de clase, maquiavelismo del régimen burocrático estalinista, sus afanes colonialistas y desastrosos efectos para el movimiento comunista internacional (bit.ly/2m0LufW). Allí está también Rusia cuya progresiva rehabilitación del pacto oscila entre verlo como mal necesario y gran logro de la diplomacia.

2. Si bien Putin inicialmente lo condenó por inmoral ( Gazeta Wyborcza, 29/8/09), conforme se acentuaban conflictos con naciones de su zona de influencia −Estonia, Ucrania et al.− trasladándose también al campo histórico, aumentaba su defensa (ustedes de por sí eran colaboracionistas nazis, así que nosotros no tenemos nada de qué pedir perdón). La reciente exhibición en Moscú, a pesar de que incluye el apartado secreto cuya existencia ha sido negada por la URSS hasta 1989, sigue este camino “contextualizándolo en nefasto clima de la realpolitik de los 30 (Múnich, etcétera)” y arguyendo que la URSS estaba forzada a firmarlo por el malOccidente (bit.ly/2kGhAxB). Es la misma línea que tiró... Stalin en un panfleto Los falsificadores de la historia –sic– (1948), escrito en reacción a la revelación del texto del pacto, donde subrayaba –torciendo él mismo la historia callando p.ej. sobre el apartado secreto– que “ningún falsificador –sic– logrará borrar de la historia el hecho que o aceptábamos la propuesta alemana para ganar tiempo o dejábamos que el Occidente nos involucrase en guerra en situación desfavorable” (bit.ly/2maFxNE).

3. De una apología neoestalinista del pacto es fácil caer en otro extremo y verlo como una encarnación de la equivalencia Hitler-Stalin, tal como lo hace −aunque de modo light− T. Snyder (bit.ly/2lVfNoq). Frente a su afán de ver en el origen de la Segunda Guerra –el meollo de su re-lectura de la historia de la región en Bloodlands, (2010)–, E. Zuroff apunta que esto exculpa a los alemanes y disminuye intentos genocidas nazis (bit.ly/2mkW2qD). Si bien, correctamente subraya que esta argumentación acaba en peligrosas teorías revisionistas de dos totalitarismos y doble genocidio en boga en el mundo possoviético –mientras Stalin no era Hitler y la URSS no era la Tercer Reich−, al enfatizar razones prácticas de la URSS (también reales), deja de lado sus motivaciones coloniales.

4. Si Katyn –por décadas negada masacre a manos de NKVD de unos 22 mil oficiales de ejército, policía y otros miembros de la intelligenstia polaca en 1940 aprisionados durante la invasión el 17/9 (bit.ly/29VL6UX)− no se explica sólo con razones defensivas, se entiende muy bien con el chovinismo e imperialismo gran-ruso y la naturaleza colonial de la invasión. La seguridad no requería eliminación de las élites, deportación de más de un millón de polacos a Siberia y Kazakstán, ni previa casi total liquidación física del Partido Comunista Polaco (KPP) –lo mismo aplicaba a los comunistas de Ucrania−, pero el afán de colonizar y anexar a Polonia –y Ucrania et al.−, sí (según P. Broué las purgas en KPP “estaban motivadas en buena parte por la necesidad de Stalin de abrirse el camino al deal con los nazis y la partición de Polonia”, Histoire de l’Internationale communiste: 1919-1943, 1997, p. 687).

5. Para W. Benjamin, el pacto Ribbentrop-Molotov era la última prueba –tras la experiencia del Frente Popular y la derrota de la República Española− de que ninguna esperanza podría venir de la URSS, llevándolo a tildar a los políticos estalinistas como traidores de su propia causa ( Tesis de filosofía de la historia, 1940). Los efectos del pacto para la izquierda eran terribles exponiendo la naturaleza contrarrevolucionaria del régimen de Stalin que desde Comintern ordenó suprimir la crítica del nazismo/fascismo y enfocarla en el imperialismo franco-británico. Mientras los comunistas en el mundo seguían en un estado de choque, Moscú le pasaba a Berlín camaradas alemanes refugiados en la URSS. Trotsky ya en 1937 predijo el pacto documentando los acercamientos nazi-soviéticos (Broué, p. 716). Después de la invasión a Polonia, escribió que Stalin simplemente actuó como un agente de Hitler al conquistar a 3 millones polacos (bit.ly/2kIjVIn).

*Periodista polaco