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¿A celebrar la Conquista?
Q

uinientos años es una bonita cifra para quienes nos regimos por el sistema métrico decimal…

De ello trató de aprovecharse el gobierno español cuando comenzó la década de los años ochenta del siglo pasado, para convocar a los países americanos de habla española a celebrar el quinto centenario del descubrimiento de América.

De haber tenido gobernantes similares a los habidos durante los pasados tres sexenios, seguramente México se habría sumado presuroso, con pandereta y todo, y la nagua lo más corta posible para agacharse y ofrecerse entero, tal como lo hicieron los gobiernos ultraderechistas que pululaban por todo el continente.

El México de Miguel de la Madrid fue el primero y, al principio, el único que no se sometió a los designios de aquella España que, igual que la de ahora, hedía a franquismo… Desde 1983 se antepuso el concepto de conmemorar –que no celebrar– el encuentro de dos mundos que hasta 1492 se desconocían por completo el uno al otro. No se podía, ni se debía ignorar la importancia de lo acontecido a partir de esa fecha, pero de ahí a lanzar cuetones festivos al aire, organizar un gran festejo en honor de lo que significó un descalabro mayúsculo para culturas relevantes y bien arraigadas en el territorio, había una gran diferencia.

Se pensó, y a la postre resultó con éxito, reflexionar sobre todas las implicaciones del proceso que se inició a fines del siglo XV.

Mutatis mutandi, como dicen los elegantes, el españolismo vuelve a las andadas con los quinientos años de la Conquista, saliendo a la luz asertos tan abominables como ridículos, por ejemplo el de Cortés fue el fundador de México. De nueva cuenta, en vez de lanzar las campanas a vuelo, valdría la pena aprovechar para reflexionar, como lo está haciendo ya la Academia Mexicana de la Historia.

Pero, además, quienes se apegan al mencionado precepto, otra vez hacen gala del más repugnante centralismo; en Jalisco, por ejemplo, suponiendo sin conceder, debería pensarse en el año 1529, cuando Guzmán emprendió la conquista de lo que sería después el Nuevo Reino de Galicia; y Yucatán, quizá debería pensar en 1542, cuando Montejo se salió con la suya… No digamos el significado real que tuvieron las gestas cortesianas en el noreste de México e incluso, aunque don Hernando merodeó por ahí, todas las demás tímidas incursiones de europeos en la península de Baja California antes de 1700.

Si se desenfundan los sables, como en las vísperas de 1992, quiero recordar que los propios españoles, cuando resultaron ser más democráticos e inteligentes, no sólo agradecieron después de los primeros embates al gobierno de México su postura, sino que ellos mismos la abrazaron en más de un sentido. Pero no faltaron en México, ¡claro!, quienes siguieron royendo.

A pesar de ellos, puede decirse que, en aquella ocasión, ¡las armas de la República [también] se cubrieron de gloria! y no me cabe la menor duda de que ahora sucederá lo mismo.