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Despertar en la IV república

Los informes de ayer

L

as personas mayores de 50 años recordamos el informe presidencial como el acto supremo de una monarquía. Los presidentes de la época de oro (del sistema PRI-gobierno) eran mucho más que el más alto funcionario de la nación. Se parecían más a un rey absoluto que se presentaba ante un Congreso débil, dispuesto siempre a aprobar sus iniciativas, aplaudirlas y a aclamarlas. Por eso, es muy dificil asociar el primero de septiembre a la apertura de los trabajos legislativos, se recuerda mas bien la expresión de lealtad y apoyo absoluto a cada uno de los presidentes convertidos en poder supremo incontestable, que apenas ocultaba sus razgos autocráticos en un frágil dis-fraz republicano.

La memoria que tenemos de esos actos revela sin duda lo que significaba el presidente para los mexicanos y los límites de su poder. Para empezar, su poder era temporal, se reducía a los sexenios y además (ya que el poder legislativo y judicial eran sumisos), quienes verdaderamente limitaban al presidente eran los grupos de interés, factores reales de poder que nunca salían a la superficie, pero que impedían al presidente tomar iniciativas benéficas para la mayoría.

En lo formal el presidente no rendía cuentas. El primero de septiembre era el día del presidente: un semiferiado en el que se consideraba deber cívico de los súbditos escuchar lo que el jefe del Ejecutivo quisiera decir. No había réplica porque el presidente del Congreso (quien de acuerdo con la ley debía contestarlo) hacía hasta lo imposible por demostrar que era un cortesano fiel, que nopodía dejar de expresar su admiración casi ilimitada y a veces su abyección.

La larguísima transición del sistema monárquico a un sistema republicano moderado va reflejándose en el acto protocolario. Así, el informe presidencial ha dejado de hacerse frente al Congreso y se da en una atmósfera restringida. Es probable que en el futuro, cuando se consolide un sistema democrático nos podamos dar el lujo de escuchar al presidente ante el Congreso de legisladores, bien peinados, de saco y corbata, que escuchen el mensaje aburridos, pero en apariencia atentos y aplaudan por cortesía al final.

Colaboró: Mario Antonio Domínguez