Cultura
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Vox Libris
La vida también se piensa

¿Qué es la filosofía? y ¿qué sentido tiene en la vida de la persona? son interrogantes que detonan diversos planteamientos desgranados y explicados de manera clara por Miquel Seguró Mendlewicz, autor de La vida también se piensa, obra publicada por el sello Herder. Con autorización de la editorial, La Jornada ofrece a sus lectores un fragmento de este libro.

¡A

sí que tú te dedicas a la filosofía!

Esta fue la observación, entre curiosa e incrédula, que dio comienzo a una sobremesa con filosofía. Hacía entre quince y veinte años que la mayoría de los comensales no nos veíamos. Sabedores de que este tipo de encuentros despiertan recelos con facilidad, se desconocía cuántos serían los asistentes a la cita. Al final fueron casi todos los invitados.

La cena comenzó con la clásica formalidad de quien no sabe exactamente cómo reaccionar. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos. El tiempo y su paso generan complicidades donde no las hay y también difumina cotidianidades que antaño parecían incólumes. ¿Qué habrá sido de tal o cual persona? ¿Y de aquella de quien tanto se esperaba? ¿Y de aquel con quien nos llevábamos tan mal? Tras recurrir a los lugares comunes al recordar esta y aquella anécdota con tal o cual profesor y retrotraerse a los tiempos de la adolescencia, la conversación se encorseta de vez en cuando con lo que impera. A uno lo llaman de casa: los niños no quieren cenar; a otra, de la redacción: hay que cerrar una noticia y falta corroborar algún dato; y hay quien tiene que marcharse rápidamente a sustituir a un compañero que esa noche no puede hacer la guardia.

Sí, me dedico a la filosofía, aunque siempre me da reparo decirlo con estas palabras porque más bien considero que he podido tener la fortuna de emplear horas en el estudio de esta disciplina, su historia y sus protagonistas, lo que, como es obvio, no convierte a uno en experto en nada. De manera paradójica, la filosofía no fue precisamente una de las asignaturas que más me gustaba. Tenía un temario severo en exceso –me recordaron que decía–, y una colección de ideas raras y autosugestionadas que poco, por no decir nada, tenían que ver con mi realidad. ¿Qué había cambiado desde entonces para que ahora la tuviera en tan alta estima?

Este libro nace de aquella sobremesa. Una vez rebajadas las defensas y con los efectos socializantes del vino ya desencadenados (¡in vino veritas!), la cuestión de por qué uno puede dedicarse a la filosofía trajo consigo un debate coral. En la mesa había científicas, psicólogos, médicos e incluso artistas de diferentes ideologías políticas, sensibilidades sociales y creencias religiosas. Cada cual se preguntaba por qué alguien podía dedicarse a la filosofía desde su perspectiva, que en muchos casos desembocaba en una enmienda a la totalidad a su propia posibilidad. Desde las ciencias experimentales, la necesidad psicológica de ordenar las emociones o la fe religiosa se cuestionaba –nos cuestionábamos– qué sentido tenía hablar de filosofía en el siglo XXI.

Lo curioso fue que una sentencia enunciativa (‘‘así que tú te dedicas a la filosofía’’) pusiera en marcha semejante debate. Esto significaba que esta disciplina no resultaba indiferente, si bien despertaba una relación ambivalente: por un lado, les parecía curioso que alguien pudiera dedicarse realmente a ella –desde luego, ellos no lo harían–, pero, al mismo tiempo, eso les generaba perplejidad y querían comprender qué motivos podrían llevar a una persona a entregarse a tal disciplina.

Debo advertir que, en mi caso, no sé por qué lo hago, así que este libro no pretende ser una apología de nada. Mi experiencia me demuestra que no se trata solo de una trayectoria profesional o de una manera de ganarme la vida. Es, ante todo, una forma de estar en el mundo y de relacionarme con él. Pero ¿por qué precisamente la filosofía y no la escultura, la ciencia o la medicina?

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Supongo que el hecho de crecer en un ambiente que ha propiciado el estudio lo ha facilitado, no hay duda. Aunque no es una relación de causa-efecto. Ni todos los que se dedican a leer e investigar nacen en entornos que lo fomentan, ni todos los que crecen en dicho entorno acaban destinando sus horas al trabajo intelectual. ¿Es por el tipo de preguntas que uno se hace por lo que acaba haciendo filosofía? Pues creo que tampoco. Ni todo el mundo que tiene preguntas ‘‘existenciales’’ le da comba a este saber –de lo contrario, todos nos dedicaríamos a la filosofía–, ni solo la filosofía sirve para canalizar y manejar tales preguntas. Entonces, ¿por qué uno se dedica la filosofía?

La pretensión aquí no es la de convencer a nadie de las bondades de la filosofía ni de su necesidad para afrontar la vida. Tampoco se trata de un libro de asesoramiento filosófico. El punto de partida es, precisamente, la curiosidad mostrada por personas de diferente índole por saber por qué uno puede interesarse por la filosofía. Por eso se estructura alrededor de una afirmación ‘‘tópica’’ que sirve para poner en tela de juicio la supuesta viabilidad de la reflexión filosófica –la filosofía es una paranoia; la ciencia lo demostrará todo; la religión responde las preguntas de la filosofía…– y que se aprovecha para ofrecer al lector un elenco mínimo de razones para discutir el sentido de cada una de esas afirmaciones. Queda a juicio de quienes lo lean decidir si los elementos críticos que se ofrecen rebaten, confirman o modifican su postura en relación con cada una de las afirmaciones de partida.

Como se trata de una invitación, una incursión temática e histórica de amplias miras al debate de los temas clásicos del pensamiento occidental, en ningún caso pretende cerrar las cuestiones puestas en liza. Eso constituiría, además de una vana pretensión, una irresponsabilidad filosófica.

El libro ha sido proyectado como una unidad, pero puede leerse también por capítulos, a modo de píldoras temáticas. La estructura de cada uno de ellos sigue un mismo patrón: a partir de un tópico ‘‘antifilosófico’’, cada capítulo propone un recorrido por varios autores, obras y etapas históricas –no sólo del mundo de la filosofía– con el fin de contextualizar y encauzar de manera pertinente lo que dicho tópico pone sobre la mesa. Por ejemplo, para la pregunta de si la filosofía es un fenómeno colindante con la paranoia (primer capítulo) se expone la antropología psicológica de Sigmund Freud con el fin de vislumbrar por qué no puede ser catalogada de ‘‘paranoia’’. Para ello, tras considerar las críticas de Freud con respecto a la filosofía, nos apoyaremos en la mayéutica de Sócrates con el objetivo de tratar de desarticular el tópico.

Todas las incursiones en la historia de las ideas y de la cultura presentadas en estas páginas tienen como intención genérica dar relieve a la preocupación que lo atraviesa: ¿cuáles son los elementos concretos que hacen de la filosofía algo relevante para nuestras biografías? La huella personal o de autor se encuentra en la selección de tales referentes, de sus textos, en la intersección temática y hermenéutica de sus posiciones y, claro está, en la réplica que se da a cada uno de los tópicos.

Leer es recrear, sugería Nietzsche, y se recrea según la resonancia del propio halo vital, saliendo de uno mismo para luego regresar al propio hábitat. En consecuencia, toda exposición temática remite, por muy neutra que pretenda ser, a la propia vida. Asíque la experiencia reflexiva no puedeser unívoca, igual para todos, ni tampoco interpretarse de la misma manera. La reconstrucción sucinta del itinerario histórico y filosófico que aquí se hace pide diálogo y contraposición; por eso la apropiación crítica, positiva o negativa, de lo que aquí se pone en juego es la finalidad última de estas páginas. Generar debate es lo que se pretende.