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Nosotros ya no somos los mismos

La corrupción, pandemia sin cura // No hay delitos naturales a la cultura // La migración según otro anfitrión de la Casa Blanca

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▲ En una foto de 1984, el entonces mandatario de Estados Unidos, Ronald Reagan, quien dejó para la posteridad un mensaje sobre la migración.Foto Ap
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engo tantos comentarios pendientes sobre informaciones ya bastante periclitadas que me siento obligado a iniciar con algunas de ellas los asuntos de este lunes.

Comienzo con la declaración de Eduardo Rovelo Pico, titular a la sazón, nada menos, que de la Contraloría General de la Ciudad de México. Rovelo Pico se inspiraba, o él inspiraba a Enrique Peña Nieto, en la idea salvadora de toda la delincuencia oficial: la corrupción es absolutamente connatural a la administración de la cosa pública. Una las flores perennes que sobreviven a las características de todas las estaciones del año y de todos los ámbitos ecológicos del país. Verdadera pandemia contra la cual no hay prevención o cura alguna. La corrupción, como la lujuria y los pecados todos relativos al sexo y al erotismo, son productos de esa característica que diosito, nada más de malora, inyectó en el género humano: la concupiscencia. ¡Vaya jugarreta! Por una parte, diosito nos inocula con una invencible inclinación al mal. Tan imposible de vencer que frente a ella nada pudieron profetas, patriarcas, apóstoles. Luego nos equipa (no muy igualitariamente, por cierto) con todo lo necesario como para que frente a la lujuria no tengamos más recurso que la rendición incondicional. Y así, indemnes, nos lanza a una guerra perdida que dura toda la vida. Menos mal que nos da la medicina y el trapito: cada vez que toda persona sea sometida a la marejada de la concupiscencia, le bastará acudir de inmediato con un padre de la Iglesia y confesar su debilidad. Su absolución lo dejará rechinando de limpio. Recordarán que el señor Peña Nieto afirmó, paladinamente, que la corrupción era consubstancial a la cultura nacional.

En ese orden de ideas, él y el presidente de facto don Luis Videgaray, Rosarito, no te preocupes y su secretario Ruiz Esparza, son víctimas de una maldición del eterno. Las mansiones, los aeropuertos, puentes, pasos, ferrocarriles, atajos o carreteras. Las adquisiciones multimillonarias de espacios, territorios, bienes inmuebles, metales, que más allá de su utilidad representan estúpidamente símbolos de riqueza y, peor aún, papeles, muchos papeles que dan constancia de que eres un poseedor, un dueño de bienes que seguramente te supervivirán o, desaparecerán antes, si el destino nos alcanza. Si la rapiña y la corrupción algo tuvieran que ver con cualquier esbozo de nuestra cultura, el señor Peña Nieto habría sido el presidente más honorable de la historia. Sobre todas estas cuestiones, ¡ni perdón ni olvido! Sigamos platicando.

Hay otro correo de antigua data que debo a la acuciosidad, agudeza y convicciones progresistas (rara avis), del magistrado Enrique Rábago de la Hoz, quien hace tiempo me envió un videotape con el siguiente mensaje:

“Como este será el último discurso que daré como Presidente, creo que es adecuado que deje una última reflexión, una observación sobre el país que amo. Hace no mucho tiempo un hombre me escribió: ‘Puedes ir a vivir a Francia, pero no puedes convertirte en francés. Puedes ir a vivir a Alemania, o Turquía, o Japón, pero no puedes convertirte en alemán, turco o japonés. Pero cualquiera de cualquier rincón del mundo puede venir a vivir a Estados Unidos y convertirse en estadunidense’.

“Otros países pueden intentar competir con nosotros, pero menos un área vital: como faro de libertad y oportunidades que atrae a la gente del mundo, ningún otro país se nos acerca. Creo que ésta es una de las fuentes más importantes de la grandeza de Estados Unidos. Lideramos el mundo porque, única entre las naciones, conseguimos para nuestro pueblo la fuerza de todos los países y todos los rincones.

“Al hacer eso, renovamos y enriquecemos nuestra nación de manera continua. Mientras otros países se aferran a un pasado trasnochado, aquí, en Estados Unidos, damos vida a los sueños, creamos el futuro y el mundo nos sigue hacia el mañana.

Gracias a cada ola de recién llegados a esta tierra de oportunidades somos una nación que se mantiene joven, siempre llena de energía y nuevas ideas y siempre innovadora, siempre llevando al mundo a la próxima frontera. Esta cualidad es vital para nuestro futuro como nación. Si algún día cerramos la puerta a nuevos estadunidenses, nuestro liderazgo en el mundo pronto estaría perdido.

Este mensaje hecho público hace 30 años por Ronald Reagan, un ex presidente mundialmente reconocido como un político ignaro, conservador e impreparado, tiene un destinatario que no necesita código postal.

Twitter: @ortiztejeda