Opinión
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uando los monumentos hablan, un célebre ensayo de Walter Benjamin parte de la premisa de que la crítica a la violencia comienza por preguntarse sobre la relación que guarda con el derecho y la justicia. Aquí la violencia aparece circunscrita a la esfera de los medios, no de los fines. ¿Pero qué sucede cuando el cuerpo en el que se inscribe resulta desprovisto de cualquier derecho y toda forma de justicia? ¿O no acaso de eso se trata la violencia que hoy se ensaña contra las mujeres? Cada vez que se ataca a una mujer, no por lo que hace, sino por lo que es –una definición que Judith Butler ha sugerido sobre la violencia de género– se hace un agujero en el mundo. Pero es un agujero que deja en la absoluta indiferencia al sistema jurídico actual. Como si un crimen contra una mujer no fuera, en realidad, un crimen. Por su demografía, su extensión y su carácter molecular, se trata, como escribe Johan Galtung, de una violencia estructural: está latente y acontece en cada punto, en cada resquicio del sistema. Y es una deriva de un complejo conjunto de relaciones de poder entrecruzadas por la dominación masculina (Bordieu dixit), la condición de clase, la etnicidad y las constricciones religiosas. Si por estructura entendemos el entramado de la subjetividad social en las tres dimensiones de lo simbólico, lo imaginario y lo real, aquí lo simbólico se encarga de manera persistente de soslayar lo real.

El gran logro de la manifestación del pasado 16 de agosto, en que la protesta se alzó contra la brutalidad policiaca, residió acaso en develar este soslayamiento: poner al descubierto no sólo la miseria de esa violencia, sino la de la indiferencia del sistema frente a ella.Si resignificar –reinscribiéndolo– un monumento como El Ángel sirve a esos fines, es una manera de invertir –y apropiarse– de su eficacia simbólica. Y sobre todo: es la signatura de quienes al pie de ese Ángel, se niegan a convertirse en sus ruinas.

La impugnación desde el gobierno capitalino a la manifestación –a la cual, cabe reconocer, no mandó reprimir– obliga a una reflexión. Como todo movimiento social de gran calado, el feminismo se expresa en múltiples corrientes y posiciones, incluso contradictorias. Pero al parecer cada vez más se desdibujan dos frentes: uno, convencido de que es posible reorientar al Estado actual para reducir la violencia contra las mujeres, y otro, que entiende a ese Estado como una de las partes del origen mismo de la violencia. Un dilema para pensar.

¿Cansancio de guerra?.- La secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, dejó entrever que el gobierno mantenía negociaciones con grupos de autodefensa. La prensa especuló si se trataba de algo más general, que incluía a sectores del crimen organizado. Lo relevante fue su argumento: ya no quieren seguir con las armas. Es preciso diferenciar entre las autodefensas y las organizaciones criminales. Las primeras representan a pobladores que se protegen a sí mismos; las segundas, son maquinarias en busca de ganancias. Existe una abundante información testimonial sobre la dinámica de las autodefensas. En cambio, las noticias sobre el adentro de las industrias criminales son más que escasas. No sabemos cómo se rige ese orden predatorio.

En 2014, el escritor camerunés Valentine Cascarino pidió a los miembros de una banda de dealers que le permitieran convivir con ellos durante unos días ( Fractal, num. 77, septiembre-diciembre, 2015). Lo que descubrió fue el infierno mismo. El capo lo recibió en una esquina donde se vendían drogas abiertamente. Los clientes pasaban en automóviles a comprarlas. Y empezó a explicar: esa veintena de individuos que ves en frente, quieren mi lugar. Y tarde o temprano, alguno me va a matar. El cliente que se acerca desesperado sin dinero, me puede disparar. Quien te trae la droga, puede decidir que el puesto es de otro. Entonces me tiene que eliminar. A quien le llevo el dinero, podría robárselo e inculparme. Después está la policía, que requiere trofeos. Aquí nadie sale vivo. Es sólo cuestión de tiempo.

-¿Por qué se hacen miembros entonces?- preguntó Cascarino.

-Algunos fueron arrastrados, otros sueñan con salir de la miseria, hay también quienes se hacen adictos. Pero todos somos cadáveres predecibles, respondió el capo.

No es imposible que la mecánica de una organización criminal en México sea tan distinta. En principio se puede suponer que, después de un tiempo, luego de perder a familiares, la mayoría de ellos quisieran salir de ahí. Incluso a cambio de muy poco, si la vida misma significa ya poco. Claro, siempre y cuando alguien les garantice un mínimo de seguridad. Tal vez este sea el desafío de toda negociación orientada a propiciar no una amnistía, sino un desarme.

Llega un momento donde algunas guerras, que se prolongan infinitamente, terminan por cansancio. La pregunta es si la guerra que el entramado entre el crimen y la política sostienen contra la sociedad mexicana ha llegado a ese punto. Tal vez no para todos, pero bastaría que algunos aceptaran un giro.